Carmen Beatriz Fernández y Fernando Mires 22 de septiembre
de 2017
El
próximo 15 de Octubre se celebrarán en Venezuela las elecciones de
gobernadores. Decidirán allí los electores quién gobernará su entidad y el
proceso será simultáneo en 23 circunscripciones electorales. Son unas
elecciones extemporáneas que debieron celebrarse el pasado diciembre, por
mandato constitucional. Resulta que el chavismo, que alardeaba tanto de la muy
frecuente convocatoria a las urnas, dejó de celebrar elecciones apenas comenzó
a perderlas.
1.
Hoy en Venezuela 3 de cada 4 electores
adversan duramente al gobierno de Maduro y así las cosas cualquiera podría
esperar que la oposición se hiciera con al menos 20 de las gobernaciones. Pero
no es exactamente así el pronóstico, porque mientras que el 25% chavista de la
sociedad está convencido de ir a votar, el 75% opositor al régimen de Maduro se
debate entre si ir a votar o dejar de hacerlo, con lo cual la batalla en las
urnas electorales se hace mucho más equilibrada. Si la gran mayoría de los electores que se
oponen al gobierno acuden a votar, la oposición podría incluso ganar las 23
gobernaciones. Eso no pasará, entre
otras razones porque el gobierno usará toda su fuerza argumental para disuadir
a los opositores de que vayan a votar. ¿Qué argumentos usará? Uno muy claro es
categorizar a las negociaciones gobierno-oposición como evidencia de un pacto
de convivencia, convencer a las bases opositoras de que hay acuerdos turbios y
colaboracionismo. Otro argumento, ya más manido, es dejar en evidencia la
parcialidad del árbitro electoral y su posibilidad de torcer el resultado de
las urnas.
El dilema sobre si participar o no, no es
banal. Porque seamos francos, estas
elecciones regionales no van a sacar a Maduro del poder. Para ser aún más
francos: los gobernadores opositores que se hagan con las gobernaciones donde
ganen serán perseguidos, sus presupuestos minimizados, y quizás se creen
estructuras paralelas a las gobernaciones regentadas por los candidatos
perdedores. Pero podemos ser aún más
cruelmente francos: es posible que los gobernadores opositores electos no
puedan mejorar ni un ápice las condiciones de vida de los electores que
confiaron en ellos y encima es también muy probable que el árbitro electoral
trampee las elecciones.
Aún
así estamos convencidos de que hay que votar. Hay que votar por y con
convicción, para no ser lo que es mi adversario. En una preciosa película
española titulada “La lengua de las mariposas” ambientada en los años de la
República Española, el gran Fernando Fernán Gómez, que hacía de maestro de
escuela asegura en una escena conmovedora: "si conseguimos que una sola
generación crezca libre, tan solo una sola generación, ya nadie les podrá
arrancar nunca la libertad, nadie les podrá robar ese tesoro". Y tenía
razón.
Con mucho menos sentido poético que Fernán
Gómez, pero mayor contundencia cuantitativa, el académico Adam Przeworski
condujo una investigación donde
analizaba casi 3000 transiciones de poder, todas las ocurridas en el mundo
desde el siglo XIX, y concluía algo muy parecido al maestro de “La lengua de
las mariposas”: si una sociedad ha vivido al menos dos cambios de gobierno en
su historia democrática, esa sociedad tiene muchas más posibilidades de
resolver sus conflictos por la vía electoral que por la fuerza. Es ese un factor
fundamental que diferencia a la dictadura venezolana de la cubana, la
norcoreana o de las del medio oriente.
Si la sociedad venezolana se ha resistido
con tal fuerza al proceso de tiranización que condujo el chavismo durante dos
décadas, es, precisamente, por la fuerza democrática de esa sociedad fraguada
durante dos generaciones bajo libertad. Hay que votar por nuestros valores, por
la cultura democrática que poseemos. Porque es ella la que nos distingue como
sociedad. Y es esa cultura, precisamente, la que a la dictadura le gustaría
borrarnos.
Pero además hay que votar porque 15 o 18
gobernadores opositores, en lugar de los apenas tres que actualmente no
pertenecen al oficialismo, harán más débil al régimen de Nicolás Maduro.
Definitivamente.
2.
Definitivamente hay que votar. No obstante,
hay fracciones dentro de la oposición que han hecho del no-votar una doctrina
de acción, o una extraña militancia que levanta el abstencionismo como bandera.
Claro está, siempre ha habido abstencionistas. Algunos, cuando ven inevitable
la victoria, terminan por subirse al carro en el último segundo. Otros esperan las próximas elecciones para
volver a enarbolar el estandarte de la abstención.
Lo nuevo, lo verdaderamente nuevo en
vísperas de las elecciones regionales que se avecinan, es la virulencia
desatada en contra del acto electoral.
Más aún: por primera vez el abstencionismo ha asumido una forma
orgánica. Un partido o coalición de partidos, o movimiento, llamado Yo soy
Venezuela (?) se ha separado de la MUD, esgrimiendo el abstencionismo como
programa de acción.
Ya ha sido dicho, el argumento de que “con
este CNE no votamos” no convence a nadie.
Las pruebas están al canto. Es el
mismo CNE con el cual fue conquistada la AN.
La historia electoral de Venezuela ha demostrado hasta la saciedad que,
cuando hay vigilancia de mesa a mesa (mesa vigilada, mesa ganada) y avalancha
de votos, no hay CNE que valga.
El argumento relativo a que votando se
legitima a la dictadura padece de inconsistencia. Primero, no hay dictadura que se legitime con
votos en contra. Segundo, no hay dictadura a la que le guste hacer
elecciones. Si las hace es solo porque
la presión internacional ha alcanzado niveles gigantescos. Tercero, lo que más
desea la dictadura es que la abstención se imponga en el bando opositor. Esa es
la única oportunidad que le resta y a ella está apostando con todo, para así
mostrar al mundo que no es la dictadura, sino la oposición la que no quiere
elecciones. No votar es sin duda el
mejor medio para regalar a Maduro la legitimidad constitucional de la que hoy
carece.
Afirmar que no se debe votar porque el
llamado electoral lo hizo la constituyente significa asumir la lógica de
Maduro. Las elecciones estaban previstas
en la Constitución mucho antes de que fuera fraguada la constituyente. Con mayor razón si la oposición logra
imprimir a las elecciones el sello de la defensa de la Constitución en contra
de la constituyente. Las elecciones
continuarán el camino trazado por las grandes demostraciones de masas, nacidas
en abril, precisamente en defensa de la AN y de la Constitución y, por lo
mismo, del sufragio universal.
Poner como alternativa la lucha de calles en
contra de la alternativa electoral, es francamente absurdo. Las campañas electorales no se hacen en las
nubes sino en las calles, en el puerta a puerta, en el boca a boca, en las
manifestaciones, sobre todo en localidades donde, al no haber universidades, no
llegan las demostraciones políticas cuando no hay elecciones
Pensar que la lucha de calles puede por sí
sola derribar a la dictadura es infantil.
Nunca ha ocurrido en la historia algo parecido. Creer que las demostraciones de calle pueden
dividir al ejército, demostró ser una alternativa falsa. La dictadura
venezolana no es una dictadura apoyada por militares. Es, hay que repetirlo, una dictadura de los
militares.
Por lo demás, cualquiera esperanza en una
asonada, golpe o división del ejército, es solo una hipótesis. Apostar los movimientos de calle a una
hipótesis es una aventura. Lo mismo
puede decirse acerca de la posibilidad de una intervención externa. Ofrendar vidas humanas para que, quizás,
desde el exterior llegue la salvación, bordea la patología. Ni Trump ni nadie puede asumir desde fuera el
rol político que le corresponde a la oposición venezolana.
Desde hace tiempo ya, la oposición ha
definido su identidad como democrática, constitucional, pacífica y
electoral. Esa definición le ha
permitido mantener una continuidad política que produce asombro entre los
observadores externos. El hilo
constitucional lo tiene la oposición democrática en sus manos y no debe
soltarlo jamás. A ese hilo pertenecen
las elecciones periódicas. Romper ese
hilo, o dejarlo abandonado en el camino, en nombre de fantasías irrealizables,
significaría para la oposición negar su propia historia. O en palabras más
directas, significaría capitular.
Todavía hay tiempo para que el partido de
los abstencionistas recapacite. Está a
punto de cometer un error histórico de enormes proporciones. Si persiste en caminar por una vía antielectoral,
se colocará definitivamente al otro lado de la línea. Ya no serán más aliados,
ni siquiera compañeros que equivocaron la ruta. Tampoco serán los amigos con
los cuales estamos de acuerdo en los fines pero no en los medios. La historia moderna ha demostrado
continuamente que la contradicción entre medios y fines no ha existido nunca. Los fines, en la política, están en los
medios.
La unidad, la unidad y nada más que la
unidad electoral es la alternativa. Hay
que votar. Definitivamente sí; hay que
votar.
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