Por Arnaldo Esté
Parece que el gobierno accedió
a las elecciones regionales, que cedió a todas las presiones de calle, de
crisis, agotamiento económico y de los conciertos internacionales. Uno se
imagina sus discusiones y la grave dificultad que tienen para tomar decisiones
sobre el curso de un proyecto agotado.
Con esas elecciones, ya en
campaña, hay que pensar en proyectos. En lo que se deberá hacer en un camino
complejo y largo. Es el camino de profundizar la democracia que requiere
constancia y rectificaciones: no repetir el escenario de cogollos, sectarismo y
clientelismo partidista y corruptelas como rutina.
En varios escritos he
mencionado la experiencia del referéndum del 16 de julio, como ejercicio de
valores emergentes que aún no están instalados en la nación. Entre ellos quiero
pararme en la solidaridad. Un valor que va mucho más allá de las fiestas de
cumpleaños o la atención al caído.
La democracia requiere el
ejercicio de la solidaridad, correspondiente a la percepción del país como cosa
común, de todos, y a la actuación adecuada a esa percepción.
La
mencionada petrofilia está en la orilla contraria de la solidaridad
en cuanto a que no supone la necesaria tenencia del otro como imprescindible
para el logro de un propósito, sino la simple ubicación en el curso de las
dadivas, la mendicidad o la corruptela.
Es mucho más que un necesario
programa de propósitos para una nación aporreada y débil en sus valores y en el
abandono de sus recursos. Hay que ponerse y actuar de acuerdo para alcanzar
un ethos, una eticidad que implique que nadie sino la activación de la
propia energía en un pensar y actuar convergente podrá superar esta crisis
general.
Este es un discurso que suena
impolítico y sermonero y tal vez lo sea, pero hay que repetirlo. No se trata de
regresar o repetir un pasado en el que “todos éramos felices y no lo sabíamos”.
No éramos felices, por más que fuéramos fiesteros y derrochadores, y la mayor
parte de la gente lo sabía y eso nos llevó a amarrarnos al embarque del
patriarca resolvedor.
Las elecciones pueden ser una
oportunidad para la pedagogía social. Sin olvidarse de las apetencias generales
y normales de los políticos por lograr trozos más o menos grandes de poder, es
necesario enfatizar la obligación de crear cursos de construcción, de
producción, de creación.
Un ejercicio de la solidaridad
es la organización de la gente en todos los niveles y campos para esa
construcción, producción y creación. Es mucho más que un ponerse de acuerdo
para ganar las elecciones o cambiar de gobierno. Es una solidaridad y
organización que debe expresar la grave dificultad de superar nuestros graves
problemas y la posibilidad de que ello haga renacer añoranzas por el caudillo o
el general sustituto. En la historia, sobre todo en la nuestra, el pasado se
repite, los golpes de Estado menudean y mientras no se logre profundizar la
democracia hasta el nivel de cultivar y arraigar sus valores correspondientes:
dignidad, solidaridad, participación, diversidad...
Me preocupan los programas de
medidas económicas para el cambio de modelo y la simple retoma de un menú de
tales medidas que “como se sabe” ya están en los manuales y se escuchan
repetidos en las entrevistas y escritos de alta frecuencia.
No, el porvenir, elecciones
mediante, será largo, complejo y difícil. Tomará tiempo y práctica social
lograr esa solidaridad organizada que mencionamos y que se aprenderá en su
ejercicio. Se cometerán muchos errores que tendrán como veladores a los que hoy
gobiernan y que usarán todos sus recursos, como ahora lo hacen, sin mayores
escrúpulos, para retomar el poder.
arnaldoeste@gmail.com
23-09-17
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