Fernando Mires 27 de septiembre de 2017
La
palabra cretino suena como un insulto. Y claro que lo es en ciertas ocasiones.
Pero no nos veamos la suerte entre gitanos. En política es un término usual. La
política, al venir de la guerra, es antagónica y agónica, controversial e
inamistosa. En todo caso no es un lugar para ganar amigos. La lucha política
está plagada de insultos y descalificaciones, y a veces asoman con fuerza en
los debates parlamentarios de los países más democráticos del mundo.
No
obstante hay que saber diferenciar: el insulto político, cuando es aplicado a
una persona en particular, no es político; es simplemente una ofensa personal.
En cambio, cuando es aplicado a un grupo, a una tendencia, a un partido, a una
ideología o a una postura, el insulto pierde su procacidad sin perder su
carácter político. Es un insulto, pero es un insulto político. Por ejemplo: si
digo “el marxismo es una estupidez”, no quiero decir que mi amigo Juan que es
marxista, sea un estúpido. Y así lo entiende Juan.
Pero
la palabra cretino no es solo un insulto. Es una calificación política que
tiene cierta escuela. Karl Marx por ejemplo, usaba constantemente el concepto
de “cretinismo parlamentario” para referirse a quienes hacían del parlamento el
centro de la política. En su 18 de Brumario, por ejemplo, leemos lo siguiente:
“Hay que estar verdaderamente muy afectado por esta enfermedad tan particular
que desde 1848 golpea a todo el continente, es decir, el cretinismo
parlamentario, que relega a un mundo imaginario a aquellos que la sufren y les
quita toda inteligencia, todo recuerdo, toda comprensión del rudo mundo
exterior”. Lenin, que no era un marxista
demasiado ortodoxo, le devolvió la mano a Marx y en su libro “El izquierdismo,
enfermedad infantil de comunismo”
calificó de cretinos a esos izquierdistas que, para no legitimar al orden
burgués, no aceptaban sufragar en las elecciones parlamentarias de los países
de Europa.
En la
acera del frente, la del conservativismo militante, sucedía exactamente lo
mismo. De Maistre (“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”) y Donoso
Cortés no se quedaron en chicas para calificar a los defensores de la democracia parlamentaria, llamados por ellos,
cobardes, indecisos y pusilámines. El filósofo de la extrema derecha alemana,
Carl Schmitt (admirador confeso de
Lenin) fue más lejos: calificó a los parlamentarios y parlamentaristas de
“papagayos” (al menos los cretinos son seres humanos)
En
términos políticos, menos que un insulto, el concepto de cretinismo, al ser ya
parte de una larga tradición, ha terminado por convertirse en una metáfora
destinada a designar a quienes se niegan a aprender de las experiencias y hacen
todo lo contrario a lo que indica el sentido común, es decir, a quienes creen
en mitos y en fantasías irrealizables, a los que asumen posturas infantiles o
emocionales, moralistas o épicas, carentes de madurez y reflexión.
En ese
sentido he calificado a los grupos políticos organizados que defienden el
abstencionismo en Venezuela, como a cretinos políticos. Algunos de ellos, los
más ignorantes, es decir los que ni siquiera saben que la palabra cretinismo
tiene una connotación política despojada de una designación clínica ya en
desuso, lo han tomado como una ofensa personal. Problema de ellos. Uno no tiene
por qué hablar siempre de acuerdo al nivel de las supinas ignorancias.
El
abstencionismo políticamente organizado –no las personas que por razones A o X
no desean votar- vale decir, esa tendencia convertida en movimiento y que,
siguiendo la lógica de la dictadura venezolana está llamando abiertamente a la abstención, es,
para quien escribe estas líneas, una expresión de cretinismo político en su
fase más avanzada de desarrollo.
Cretinismo
político es:
1-
Romper
con una tradición política que ha rendido frutos, contra Chávez (plebiscito del
2007) y contra Maduro (6D.)
2-
Cretinismo
político es imaginar que una dictadura se legitima con votos.
3-
Cretinismo político es creer que la comunidad
democrática internacional va a apoyar a una oposición que se niega a participar
en elecciones.
4-
Cretinismo político es oponer las
manifestaciones de calle como alternativa a la lucha electoral, como si esta
última tuviera lugar en los dormitorios.
5-
Cretinismo político es soñar con un golpe de
estado democrático.
6-
Cretinismo político es esperar que Trump se
juegue la vida por los venezolanos,
7-
Cretinismo político es entregar al enemigo
gobernaciones que son fáciles de ganar.
8-
Cretinismo político es negar una opción sin
ofrecer ninguna otra.
9-
Cretinismo político es que, cuando justamente
todas las encuestas te muestran que la dictadura se encuentra en abierta
minoría, tú te retiras de las elecciones.
10-
Cretinismo
político es hacer justamente lo que la dictadura quiere que tú hagas,
boicotear las elecciones, el único espacio en donde esa dictadura no puede
ganar.
11-
Y no por último, cretinismo político es dividir
a la oposición, a la única que existe, justo en los instantes en los cuales la
unidad es más importante que nunca.
La
tradición política no se equivoca. Hay seres humanos que, siendo muy
inteligentes, no saben pensar, escribió Hannah Arendt (“La Condición Humana”.)
No saber pensar políticamente, aunque en otras materias seas un genio, es en
cierto modo un síntoma de cretinismo político. Cretinismo político, al fin, es
no saber pensar de acuerdo a tus intereses articulados con los de los demás en
el marco de un espacio político común.
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