FÉLIX PALAZZI 23 de septiembre de 2017
@felixpalazzi
Cada vez
es más común el hecho de pedirle a alguien que “rece por” otra persona, por una
situación concreta o por el país. Esto ocurre, de modo especial, luego de
experimentar acontecimientos dramáticos de índole natural, hechos de violencias
u otras situaciones difíciles. Ya es común que los medios sociales se inunden
con etiquetas que nos invitan a “rezar por”. La acción de “rezar por” se asocia
a una actitud que permite manifestar nuestra solidaridad con quien sufre.
Algunos entienden que están enviando “buenos deseos” a un colectivo o a una
persona que atraviesa por circunstancias muy difíciles.
A
pesar de los muchos modos como entendamos esta acción, la solidaridad expresada
en la invitación a “rezar por” es un aspecto propio de la oración. La oración
nos saca de nosotros mismos y nos coloca en una doble referencia: a un
trascendente y a otras personas. La oración nos invita a ir más allá de
nuestros límites y a no quedarnos encerrados en espacios cómodos y aislados. El
gesto de “rezar por” no puede ser reducido a un simple envío de “buenas
energías o vibras ”, de modo abstracto y sin compromiso alguno.
Recientemente
se ha criticado al Papa Francisco por habernos invitado a rezar por nuestros
gobernantes. Muchos se cuestionarán: “¿cómo rezar por alguien que tiene, sin
duda alguna, un alto índice de impopularidad?, ¿cómo rezar por un político?
¿Cómo rezar por personas implicadas en hechos de violencia y represión de toda
una sociedad?”. Visto así, pareciera que el Papa Francisco nos estuviera
diciendo algo repulsivo y contrario a nuestro espíritu cristiano. Sin embargo, como suele ocurrir en nuestro
contexto, se descontextualizan las frases, sacándolas de la totalidad de su
discurso.
Lo que
el Papa dijo está arraigado en lo que es la praxis de Jesús y, por tanto, de
los primeros cristianos: “si solo amas a los que te aman ¿qué recompensa hay en
esto? Hasta los corruptos cobradores de impuestos hacen lo mismo” (Mt 5,46). El
Papa Francisco nos quiso recordar que lo esencial del cristianismo no está en
el hecho de amar al otro como a uno mismo. Cosa que muchas otras religiones
también profesan. Lo esencial del cristianismo es “amar a nuestros enemigos”.
Pero, ¿qué significa amar a nuestros enemigos? ¿Cómo se puede amar a aquellos
políticos que rechazamos desde lo más profundo de nuestra existencia porque han
arruinado el presente y el futuro de una nación?
La
cita anteriormente mencionada del Evangelio de Mateo (Mt 5,46) nos ofrece la
clave. Amar significa que no seamos réplicas del mal con nuestras palabras y
acciones cotidianas, que no sigamos el pecado que otros iniciaron. Pero esto
implica, ante todo, que lo frenemos. Para ello, hay que salir de la lógica
deshumanizadora de quien lo genera y reproduce. De otro modo, las víctimas de
hoy se convertirán en los victimarios de mañana. Por ello, sólo el amor que
brota de la oración nos permite salir de las fronteras del egoísmo, la
violencia y la división imperantes. Al rezar por otro, por el enemigo,
encuentro mi recompensa: no actuar como los otros actúan. Esto es lo que el
Papa Francisco nos recordaba.
Cuando
un político no reza, o incluso si es agnóstico no se enfrenta con un criterio
exterior a sí mismo, entonces corre el riesgo de “encerrarse en su propia
auto-referencialidad, en la de su partido, y en aquel círculo del cual no puede
salir”. La verdadera oración desideologiza y nos devuelve la esperanza, porque
no considera a los otros, ni a nosotros mismos, como completamente perdidos.
Cuando “rezamos por” manifestamos el genuino deseo por un futuro de bienestar y
esperanza para todos.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
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