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martes, 26 de septiembre de 2017

EL CRIMEN INFLACIONARIO, POR @ENRIQUEMARQUEZP



ENRIQUE MÁRQUEZ 25 de septiembre de 2017

La racionalidad económica indica que nadie debe intentar gastar más de lo que recibe como ingresos. Quien quebranta este mandato, aterriza siempre en el mismo escenario: quiebra, endeudamiento y miseria. En Venezuela tenemos un refrán que lo resume: cada quien se arropa hasta donde le da la cobija. Un  razonamiento que tiene validez para cualquier economía familiar, para la gerencia empresarial y la administración de un estado o un país.

Esta sencilla lección del sentido común no ha sido aplicada. Se tropieza obstinadamente con la misma piedra, se reciclan los mismos errores y se profundiza la debacle económica. Venezuela ha sido manejada, una y otra vez, con el criterio de un mal padre de familia, muy derrochador cuando tiene mucho y muy irresponsable cuando merman los ingresos.

Durante el gobierno de Hugo Chávez el petróleo se cotizó a precios jamás alcanzados y Venezuela vivió la bonanza de ingresos más prolongada de toda su historia. Sin embargo, el progreso económico y el bienestar social no lograron despegar. Al contrario, por mal modelo y peor  administración, Venezuela despilfarró sus ingresos en un crecimiento sin precedentes del gasto público, multiplicando las empresas del estado y hasta regalando nuestra riqueza para ganar respaldos políticos en el continente y el mundo.

Injustificadamente se incrementó la deuda de la República a niveles no conocidos. Se pidió prestado a cuenta de la bonanza y se malgasto lo prestado. No se conocen obras de infraestructura que hayan asegurado la prestación del servicio de agua potable y electricidad, que hayan mejorado la vialidad del país o que hubieren multiplicado los hospitales y las escuelas. El gobierno de Chávez se dedicó a correr tras una ideología equivocada, buscando la igualdad de los venezolanos a través de la destrucción del  aparato productivo, la persecución de sus empresarios y el cercenamiento de las libertades. Tras esa carrera desenfrenada, cuando acabó el tiempo de las vacas gordas, todos nos descubrimos más pobres y menos iguales.

A Nicolás Maduro le ha tocado administrar otra época, la de los bajos ingresos petroleros, y se empeñó en hacerlo peor que su predecesor. En lugar de apretarle el cinturón al gobierno, se lo angostó a la gente. Perpetró uno de los mayores crímenes que un gobierno puede cometer en contra de su pueblo: imponer la pobreza a la fuerza. En vez de jerarquizar el gasto decidió financiar el agujero fiscal, estimulando una economía inflacionaria y con la complicidad del BCV abrió las compuertas de la emisión de dinero inorgánico.

El gobierno financia sus gastos, cada vez más altos, con dinero que imprime sin respaldo real, y que inyecta a una destruida economía con muy baja oferta de bienes y servicios, generando el resultado que todos los economistas del mundo llaman a evitar: un descomunal y continuo incremento de todos los precios que hace imposible que la mayoría pueda adquirir medicinas y alimentos esenciales para vivir. Aumento de precios aún más dramático porque junto con la destrucción de la producción el gobierno le asesta, con la escasez, otro mazazo a la economía familiar de los venezolanos.

La inflación es un “crimen premeditado” cometido por el gobierno porque se niega a recortar sus gastos y corregir el camino equivocado. Le importa más acuñar su modelo que dejar de imponerle más pobreza y miseria a toda la sociedad. Nicolás Maduro ha tomado decisiones económicas a conciencia de sus resultados catastróficos y ha utilizado la fuerza para intentar doblegar la justa protesta de las mayorías. A Dios gracias no ha podido ni podrá doblegar la voluntad de un pueblo que está decidido a conquistar los cambios que hay que hacer en Venezuela.

La inflación es un impuesto que se debe pagar a la fuerza para financiar al gobierno. El pueblo debe pagar los productos y los servicios cada vez más caros, a medida que la espiral inflacionaria, convierte la moneda y el salario en sal y agua. Nuestra canasta alimentaria, según el CENDAS, ya supera los dos millones de bolívares fuertes,  número que muestra la imposible labor de alimentar a una familia con los niveles salariales que mantiene el gobierno. Es así como es a los pobres a quienes más se les saca el dinero del bolsillo para transferirlo a las cuentas particulares de la clase gobernante.

El Nuevo País que queremos con urgencia requiere que esta situación sea revertida a través de la implementación de políticas públicas responsables y coherentes, para detener el crimen inflacionario y evitar que la pobreza siga expandiéndose. Sin llegar al análisis exhaustivo, proponemos como vitales la adopción de las siguientes:

–              Sincerar el gasto público y establecer un nivel máximo de gastos al gobierno atado a lo que pueda recabar en impuestos, eliminando egresos dispendiosos para focalizarse en las necesidades prioritarias de la gente y la reconstrucción de calidad de vida para todos.

–              Reformar la Ley Orgánica del BCV para devolver su autonomía de funcionamiento y la misión constitucional de defender la moneda. Proponemos que el BCV coloque un tope a la variación interanual de la cantidad de moneda en circulación, dejando de imprimir dinero inorgánico.

–              Permitir un tipo de cambio en torno a sus valores de equilibrio y desmontar el control de cambios. Esta política debe ser adoptada analizando la dinámica del llamado mercado paralelo y generando sustentabilidad a la moneda.

–              Suspender los controles de precios que no sólo han sido inútiles en la lucha contra la inflación, sino que generan la caída en la oferta de productos y servicios.

–           Aplicar con sentido de solidaridad y de integración social responsable un plan de subsidio directo a las familias más pobres dentro de una visión progresista que permita a toda la sociedad acompañar a un nuevo gobierno en el camino de recuperación de la economía nacional y el restablecimiento de una democracia socialmente avanzada.

 Enrique Márquez

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