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viernes, 13 de abril de 2018

El presidente pregunta si tú te irías por @ElNacionalWeb



Por Ignacio Ávalos


En tono burlón, el presidente dejó en la pantalla de los televisores una pregunta que nos concierne a todos. Una pregunta –¿Tú te irías a lavar pocetas en Miami?– que denigra de un oficio y de quienes lo desempeñan, a la par que satiriza el dolor de los que se marchan y el de los que se quedan aquí.

Con su pregunta el presidente Maduro ofende a la diáspora venezolana desdeñando las razones por las que nuestra gente se dispersa por el mundo. Pareciera, así, desconocer que los que se van no se van, sino que huyen. Que desertan de las condiciones que determinan la vida por estos lares. Que se marchan de un país en el que la existencia de muchos se ha vuelto cuestión de sobrevivencia. Un país con los nervios de punta, acosado por la anomia, aturdido por el miedo, sometido por la violencia en sus múltiples formatos, en el que la vida transcurre de manera poco amable, sin las certezas básicas necesarias sobre las que funciona cualquier sociedad. Un país al que se le extravió el futuro.

Con su pregunta el presidente Maduro aparenta ignorar que los ciudadanos se marchan de un país regido por un gobierno incompetente, apresado en una telaraña de ideas equivocadas pero, sobre todo, condicionado por la corrupción de su dirigencia. Un gobierno que chapucea en las aguas de la hiperinflación recurriendo a la magia de desaparecerle varios ceros a la moneda, mientras jura por enésima vez –esta vez sí va en serio, de verdaíta– que se hacen planes para diversificar la producción y superar el rentismo petrolero, un objetivo, que se nos promete, más o menos, a la vuelta de la esquina. Un gobierno que ejerce el poder con el casi único propósito de mantenerlo y cuya ocupación principal por estos días es ganar las elecciones a como dé lugar. Un gobierno que ha debilitado al Estado y se ha fabricado una institucionalidad hecha a la medida –para eso inventó la asamblea nacional constituyente– que le permite hacer hasta lo que no se puede hacer. Un gobierno que supedita buena parte de las políticas sociales a la lealtad política y que progresivamente avanza en el desarrollo de mecanismos de control sobre los venezolanos, que se manifiestan, entre otras maneras, en las diferentes funciones de la Red de Articulación y Acción Sociopolítica (RAAS), creada para la “defensa integral de la nación y la defensa del pueblo en los ámbitos ideológico, cultural, político, social, económico, electoral y militar”, una de cuyas tareas supone “desplegarse calle por calle, casa por casa, para la caracterización sociopolítica de los habitantes y el conocimientos pleno del territorio”.

En fin, con su pregunta, el presidente Maduro revela que no es capaz de reconocer que, poco a poco, Venezuela se convierte en un lugar cada vez más áspero en el que un número creciente de personas tiene, al menos, la fantasía de irse a vivir a otra parte.


Harina de otro costal

El apenas treintañero Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, compareció por estos días ante el Senado norteamericano para ser interrogado acerca de las filtraciones de datos de sus usuarios y la influencia en la elección del presidente Trump. Uno, terrícola de a pie, cruza los dedos para que se produzcan las sanciones correspondientes, pero, sobre todo, para que se tomen las medidas orientadas a poner orden en el casi anárquico espacio digital. Problema grueso este, pues como se ha señalado insistentemente en el medio académico, se trata, expresado en pocas palabras, de garantizar que la democracia pueda sobrevivir a Internet.

Así las cosas, imposible no acordarse de que en el  año 2013 Edward Snowden denunció que millones de datos  privados fueron a los registros de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos. Demostraba, así, que las nuevas tecnologías no nos llevan derechito al edén. Junto a sus innegables posibilidades liberadoras, también abren un camino ancho al autoritarismo al permitir que la sociedad sea una gran vitrina en la que todos podemos ser escudriñados. Quedaba planteada, así pues, la tarea de determinar el significado democrático de la intimidad en el mundo contemporáneo a partir de la tensión entre los derechos ciudadanos y el interés colectivo, entre la privacidad y el bien común. 

Imposible no acordarse de Snowden, digo, porque en aquella oportunidad también se habló de la urgencia de regular el ciberespacio, pero lo de Facebook demuestra que aún estamos en mora. ¿Será que la cosa ahora sí va a ir en serio?

12-04-18




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