Por Marino J. González R.
La mención de la
diversificación económica aparece reiteradamente en las propuestas de políticas
en América Latina. Se indica que la región debe ser más efectiva en lograr una
mayor diversidad de productos elaborados. Y se asume, acertadamente, que en la
medida que se promueva la diversificación económica, de la misma forma se
logrará el desarrollo sostenible. Todo lo cual coincide con la premisa señalada
por Adam Smith, en su célebre obra publicada en 1776, sobre la importancia de la
“cantidad de ciencia” para que los países alcanzaran la riqueza. Se desprende,
en consecuencia, que el aumento de la “cantidad de ciencia” es justamente la
expresión de lo que hoy se denomina “diversificación económica” o
“diversificación de la producción”.
El supuesto es
sorprendentemente sencillo. Si los países diversifican la producción es porque
han desarrollado las capacidades, es decir, han aumentado la “cantidad de
ciencia”. Y este aumento de la “cantidad de ciencia”, promoverá que se
desarrollen nuevas capacidades. De esta manera, existirá un círculo
virtuoso: nuevas capacidades traerán el impulso para capacidades en el futuro.
Como resultado, se podrá
elaborar una mayor diversidad de productos y la sociedad tendrá mejores
posibilidades de lograr el desarrollo sostenible
Ahora bien, las preguntas
que se suceden son más difíciles de responder. Entre ellas están las
siguientes: ¿En cuánto tiempo se diversifica la producción de un país de manera
que se haga sostenible? ¿Existe un nivel crítico de diversificación productiva
a partir del cual se genera ese círculo virtuoso? ¿Es posible que se presenten
involuciones en el proceso de diversificación? Estas preguntas son más
relevantes dadas las restricciones económicas que confronta América Latina, las
cuales podrían prolongarse en los próximos años. Por otra parte, los Objetivos
de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos para alcanzar en 2030 obligan a
conocer la viabilidad real para lograrlos.
Una forma de aproximarse al
futuro es estudiar el pasado. No significa, por supuesto, que el futuro se va a
comportar como el pasado, pero puede ofrecer pistas que permitan identificar
mejores opciones de políticas
Para el estudio de la
evolución de la diversificación contamos ahora con mediciones. Una de ellas es
el Índice de Complejidad Económica (ICE) elaborado por el Centro de Desarrollo
Internacional de la Universidad de Harvard, y contenido en el Atlas de
Complejidad Económica. De acuerdo con este índice, los países con niveles de
diversificación superiores al promedio presentan valores positivos. Los países
con menor diversificación presentan valores negativos del índice. Los países
con mayor diversificación presentan los valores más positivos, mientras los que
tienen menor diversificación registran índices más negativos. En 2017 (último
año con información disponible), el índice varió entre -2,13 (Guinea) y 2,28
(Japón).
Para comparar las
variaciones en el tiempo en los países de América Latina, se tomaron los
registros del ICE en 2007 y 2017. Se analizaron 19 países de América Latina
(solo Haití no tenía información disponible). En 2007 siete países de la región
tenían ICE con valores positivos: México, Brasil, Panamá, Colombia, Uruguay,
República Dominicana y Costa Rica, siendo México el único país con ICE superior
a 1. En 2017, Colombia y República Dominicana ya no tenían ICE positivo.
De manera que se mantuvieron los restantes cinco países, y se agregó El
Salvador.
No solamente se redujo el
número de países con ICE positivo (de siete a seis), sino que países como
México, Brasil y Panamá disminuyeron el valor del ICE en 2017 con respecto al
de 2007. Es resumen, apenas un tercio de los países de la región tienen un
nivel de diversificación positivo. De continuar las tendencias manifestadas en
el período analizado, solo Chile podría sumarse a este grupo de países en
los próximos años. Dicho en otras palabras, para que existan cambios
significativos en la diversificación económica, la modificación de la tendencia
señalada debe ser radical en muchos países.
También queda en evidencia
que es más difícil aumentar diversificación que perderla. Pareciera que existe
un nivel a partir del cual es más fácil mantenerla, pero llegar a él solo se
consigue a través de un proceso continuo de políticas efectivas. Tal parece
entonces que el nuevo impulso a la diversificación requiere una combinación de
adecuada comunicación de objetivos a la población con una gran dosis de
audacia. De lo contrario, es bastante probable que se llegue a 2030 sin
mayores cambios en la diversificación de América Latina, lo cual es sinónimo de
limitaciones para alcanzar el desarrollo sostenible, especialmente en un
contexto en que la población comenzará a envejecer con mayor rapidez.
Sin la menor duda, la región
confronta un gran riesgo de no contar con las políticas requeridas para
alcanzar la diversificación económica que garantice altos niveles de bienestar
en las próximas décadas
07-08-19
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