Por Piero Trepiccione
Este año inició lleno de
enormes expectativas de cambio político en Venezuela. Con la elección de la
junta directiva de la Asamblea Nacional y el vencimiento del periodo
presidencial de Nicolás Maduro, se entretejieron un conjunto de factores que
dispararon las posibilidades de llevar a cabo una transición en el país. La
voluntad ampliamente mayoritaria de la población alineada con un creciente
descontento hacia el modelo político-económico vigente, sufrió una nueva
concentración que permitió abrir las esperanzas de cambio. En el primer
trimestre se repitió la fórmula de diciembre de 2015.
La mayoría social se
convirtió en fuerza política que amplificaba las posiciones de más de cincuenta
países de la región y del mundo de cara al desconocimiento de las elecciones
presidenciales de mayo 2018 y la necesidad de retornar al camino democrático.
Pero, con el paso de los meses la situación fue variando ostensiblemente. Tanto
así, que al cierre del 2019 tenemos un fenómeno exactamente contrario con el
cual inició el año: la fragmentación.
Este último trimestre del
año nos ha permitido observar detenidamente una contradicción particular del
caso venezolano. Por un lado, sigue creciendo el descontento social hacia el
gobierno y hacia la figura de Nicolás Maduro. El porcentaje de hacerlos
responsables de la situación económica se expande en este último trimestre.
Interesante ver el estudio que el Instituto Delphos a cargo de Felix Seijas ha
hecho para el Centro de Estudios Políticos
y de Gobierno de la UCAB, donde precisamente se refleja este aspecto y uno
aún más interesante, que dentro del chavismo sigue creciendo la inconformidad
con el primer mandatario nacional.
No obstante, esa amplia y
legítima mayoría social alineada con el descontento se haya hoy más fragmentada
que nunca haciendo parecer que la posibilidad de una transición pacífica se vea
más alejada que nunca, sin embargo, el mismo estudio arroja datos que nos
pueden hacer ver otras posibilidades para el corto plazo.
El doble del chavismo
El fenómeno de la
fragmentación no es nuevo en Venezuela, ya lo hemos experimentado en varias
ocasiones cuando los líderes opositores en lugar de coincidir en sus posiciones
se alejan. Estas fracturas demasiado evidentes causan un ruido comunicacional
enorme que termina debilitando los anhelos de cambio. Cada vez que ello ocurre
todo lo ganado se dispersa. Y en ese escenario, Maduro aprovecha hábilmente la
situación diluyendo las posibilidades de cambio entre diferentes factores. Sin
embargo, no logra recapitalizar apoyo político de la población.
Según Delphos, la oposición
dura es el doble del chavismo en la actualidad y el porcentaje de no alineados
es alto, pero mayoritariamente asociado al deseo de cambio. Esta habilidad y al
mismo tiempo debilidad de Maduro puede ser un detonante para eventos políticos
de trascendencia en 2020. Maduro se mantiene en el poder sobre la base de su
habilidad para dispersar, pero su gran debilidad consiste en no poder recuperar
espacios de popularidad que apuntalen su capacidad de ganar elecciones en el
corto plazo.
Así como hemos ido de la
concentración a la fragmentación en tan poco tiempo, puede ocurrir exactamente
lo contrario de manera pendular si no cambia la dramática situación de los
venezolanos. Una realineación de esta naturaleza pudiera quebrar lealtades y
cuadros que aún se mantienen firmes con Maduro pero otean las posibilidades de
cambio en un futuro no muy lejano.
22-12-19
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