Brian Ellsworth y Keren Torres 19 de diciembre
de 2019
En
agosto pasado, Francys Rivero, una madre soltera desempleada y con cuatro
hijos, temía por la vida de su bebé. Dos meses después de su nacimiento, a
pesar de que lo amamantaba regularmente, Kenai de Jesús no aumentaba de peso.
“Me
siento con el corazón roto”, dijo Rivero, de 32 años, a Reuters en una
entrevista en esta ciudad capital del estado venezolano occidental de Lara. “No
sé qué le pasa a mi hijo”.
Trató repetidamente de ver nutricionistas,
pero no pudo. Uno no apareció, otro pidió que lo esperaran un mes. Desesperada,
Rivero acudió a un grupo de caridad que ofrecía chequeos e información para
familias de niños con problemas nutricionales.
En el evento, organizado por Caritas, la
organización católica de ayuda, los médicos realizaron un chequeo. Con
donaciones de la organización benéfica y asistencia financiera de hermanos
suyos que ahora viven en el extranjero, Rivero comenzó a complementar su leche
materna con fórmula para bebés.
En pocas semanas, Kenai se recuperó. Para
diciembre, alcanzó un peso aceptable para su edad. Pero Rivero, como muchos que
padecen los efectos de la recesión económica, ahora en su sexto año, teme que
una vez más se quede sin el dinero necesario para mantener al bebé sano.
“¿Cómo voy a comprar una comida tan cara?”,
se preguntó.
La crisis económica de Venezuela está
afectando a los niños del país, que enfrentan un riesgo creciente de
desnutrición ya que los alimentos básicos están cada vez más fuera del alcance
de muchas familias.
El
sistema de salud pública, en el que escasean los medicamentos y otros
suministros básicos, no puede proporcionar mucho apoyo, y los grupos no
gubernamentales luchan para cerrar la brecha.
El presidente Nicolás Maduro, cada vez más
cuestionado por socavar la democracia y estar al frente del colapso económico
del país, atribuye la crisis y la carestía de alimentos a las sanciones
impuestas por Estados Unidos que buscan presionar su salida del poder.
El mandatario, también acusado permitir
abusos de derechos humanos y hacerse de la vista gorda ante el sufrimiento de
todo un país que alguna vez fue próspero, a menudo dice que los medios
extranjeros y las organizaciones humanitarias exageran los problemas de
Venezuela.
La falta de una nutrición adecuada retrasa
el crecimiento, disminuye el desarrollo cognitivo y causa traumas físicos y
emocionales entre cientos de miles de jóvenes venezolanos. Como resultado, los
médicos y otros expertos en salud argumentan que Venezuela se enfrenta a una
generación de jóvenes que nunca alcanzarán su máximo potencial físico o mental.
Entre 2013 y 2018, según el Fondo de las
Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el 13% de los niños del país sufrían
de desnutrición. Caritas, en un reciente estudio realizado en cinco estados
venezolanos y en Caracas, descubrió que el 16% de los niños menores de cinco
años sufren de desnutrición aguda y que casi el doble de los menores evaluados
por la organización, sufren bajas tasas de crecimiento para su edad.
Aunque las Naciones Unidas y otras agencias
importan algo de ayuda alimentaria y nutricional, no es suficiente para las
necesidades de Venezuela y la asistencia no siempre llega a donde más se necesita.
La
Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU recaudó solo un
tercio de los 222,7 millones de dólares que aspiraba conseguir para Venezuela
en la segunda mitad de 2019, según datos oficiales de Naciones Unidas.
“Si tenemos una población que pasa por un
proceso de desnutrición, implica que vamos a tener adultos que van a venir ya
con un menor potencial intelectual y un menor potencial físico”, dijo Raquel
Mendoza, nutricionista de Mapani, un grupo no gubernamental en Barquisimeto que
ayuda a las familias pobres a diagnosticar y tratar a niños desnutridos.
“Vamos
a ver un retraso en el desarrollo del país, porque mi fuerza humana va estar
disminuida”, señaló.
El
Ministerio de Información de Venezuela, responsable de las comunicaciones
gubernamentales, incluidas las del Ministerio de Salud, no respondió a las
solicitudes de comentarios.
El informe anual del Ministerio de Salud de
2016, el último que publicó, celebró los avances en nutrición desde la década
de 1980 y dijo que la desnutrición infantil “ha dejado de ser un problema de
salud publica”.
Para aquellos que no tienen suficiente para
comer, el problema es muy real.
Rosa Rojas, una viuda de 32 años y madre de
seis hijos, depende del arroz y otros carbohidratos para mantener a sus hijos
alimentados. Raro es el día en que comen tres veces al día. “Comemos dos veces,
nada mas”, dijo.
Gregoria Hernández, una ama de casa de 23
años, recientemente hospitalizó a dos hijos pequeños, Pastor y Josué, porque
estaban desnutridos. Poco después de ser dados de alta, Sonia, su hija de siete
meses, también necesitó ayuda médica.
“Me siento como la peor de las madres”,
dijo Hernández a Reuters. “Porque no tengo la comodidad de cómo ayudarlos, de
cómo darles lo que ellos necesitan”.
A veces, las familias están divididas entre
sus necesidades urgentes.
Deina Álvarez, una estudiante de seis años
y aspirante a gimnasta, tiene bajo peso y recibe suplementos nutricionales de
una organización benéfica local. Aunque sus padres trabajan, no ganan lo
suficiente para llenar un carrito de compras y adquirir los medicamentos que
ambos necesitan porque son epilépticos.
“O costeamos medicina o costeamos comida”,
dijo Diana Rodríguez, la madre de Deina.
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