Juan Guerrero 19 de diciembre de 2019
@camilodeasis
A
última hora mi esposa recibió, vía correo electrónico, la invitación oficial
donde la universidad donde trabaja como docente, el Politécnico de
Barquisimeto, le indicaba que recibiría un reconocimiento por sus treinta años
de servicios ininterrumpidos dedicados a la academia.
Puntuales
llegamos al evento. Sin embargo, aún varios trabajadores de servicios se
encontraban cambiando unas luminarias en el auditorio. Debimos esperar más de
una hora para que comenzara el evento porque las autoridades que debían
encabezar el acto no habían llegado.
-No
deja de ser un mal venezolano que todavía no hemos superado, pensé. Total.
Hasta en los centros del rigor académico ser impuntual es parte de una cultura
que irrespeta a quien sí se esmera en serlo.
Pero
cuando creía haberlo visto todo comenzó la verdadera tragedia. Los moderadores
–una señora del personal administrativo y un profesor- iniciaron el descenso al
centro de la marginalidad institucional.
Iniciando
con la entrega de reconocimientos, por años de servicio –de 10, 15, 20, 25 y
30- cada vez que mencionaban el nombre de un miembro de la comunidad
universitaria, sea del personal de servicios, administrativos o docentes, los
dueños del micrófono pedían casi a gritos a los presentes, que hicieran la
gloriosa “ola de festejo” semejando a los hinchas en el fútbol o beisbol.
Además, con excesiva familiaridad y total informalidad los moderadores le
recordaban, en chanza, sus deudas o historias etílicas, mientras otros en medio
del festejo, sea de quienes presidían el acto o hacían de público, gritaban,
elevaban vivas o se apurruñaban entre besos, abrazos o palmadas que arrancaban
pulmones.
Sé
que muy probablemente más de un lector pensará que esto pueda sentirse como un
arrebato de reclamo en extrema formalidad académica. Pero es precisamente en el
espacio universitario –en lo universitas- donde se debe cultivar el espíritu
del rigor académico que caracteriza el ser y hacer ciudadanos aptos para saber
desempeñarse es determinados escenarios.
Hablamos
de actitud académica, sea que se asista a un acto formal y académico –con toga
y birrete- sea que se acuda a un acto formal de entrega de reconocimientos. El
escenario es el Alma Mater –Alma Nutricia- que exige un desempeño acorde con la
vida universitaria.
Recuerdo
sobre ello a mi apreciado señor Torres, en la universidad de Guayana. Personal
de servicios, quien, acudiendo día tras día a su lugar de trabajo, con su
uniforme impecable, aún siendo un obrero, mantenía una actitud académica. De
voz reposada, su lenguaje corporal erguido, siempre presto a colaborar, su
presencia era de una persona pulcra en todo el sentido de la palabra. Jamás le
escuché una obscenidad ni tampoco le noté en su indumentaria ni kinesis, un
descuido que delatara contradicción con la imagen que comporta ser miembro de
una comunidad universitaria.
Duele
ver cómo cierto personal de la comunidad universitaria venezolana se desempeña
en la actualidad, contradiciendo los valores y principios más augustos del ser
universitario. No estoy hablando de trajes ni perfumes. Tampoco del saber de
conocimientos. Me estoy refiriendo al espacio interior, al ser universitario
que muestra su hacer, su desempeño, su roce social.
Es
triste darse cuenta que la mentalidad marginal está colonizando los espacios de
las universidades venezolanas. Porque debemos tener consciencia que en los
centros del saber, donde se encuentran tal vez los únicos reductos de dignidad,
principios y valores para enfrentar el totalitarismo, el militarismo y el
pensamiento supersticioso, ortodoxo y fanático, sea de izquierda o derecha,
paulatinamente está cediendo terreno al pensamiento marginal, al rancho mental.
Ese
peligro lo han estado advirtiendo otros académicos, profesionales preocupados
por el destino de la universidad venezolana. Una universidad que descuida su
tradición, que se banaliza en su cotidianidad y desprecia en sus actos de
reconocimiento a su personal, dejando que sus momentos académicos, pocos ahora,
para reconocer la meritocracia en su personal se transformen en vulgares
encuentros burdelianos, poca capacidad moral, ética, intelectual, política y
espiritual dispondrá para defender su autonomía de integridad académica, ni
mucho menos construir ciudadanos republicanos y democráticos.
Sobre
esto, ya el régimen de mentalidad marginal ha avanzado en un terreno delicado y
frágil, lesionando el alma académica en gran parte de las universidades
nacionales. Esta fractura que se evidencia y cada vez se amplía puede ser la
entrada a su control e imposición de un modelo universitario presto para la
servidumbre, la absoluta banalidad, las relaciones de irrespeto, intolerancia e
informalidad donde nadie cumple con sus responsabilidades ni nadie acata
instrucciones.
Juan
Guerrero
@camilodeasis
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