Américo Martín 29 de diciembre de 2019
No
siempre, pero con extraña frecuencia percibo en escritos que haya destinado a
los duros problemas soportados por Chile, que sienta una extraña pena, debida
tal vez a que mi padre y varios de mis tíos fueron inscritos por mis abuelos
como españoles nacidos en Valparaíso, donde vivieron poco menos de veinte años.
Mi padre nos hablaba de la guerra del Pacífico y la prestancia de los militares
chilenos.
¡Extraña
convivencia afectiva entre la ejemplar institucionalidad chilena y la eficacia
demostrada por sus militares en la confrontación bélica con Perú y Bolivia!
Un
incendio atroz abrasa en este instante a Valparaíso, ciudad natal de Salvador
Allende y, como ya tengo dicho, de mi padre. Pero no es de esa tragedia de la
que hablaré ahora, sino de la que podría estallar a propósito del anunciado
plebiscito, parece -y ojalá termine siendo- una salida, digamos natural, a la
crisis que carbura en Chile.
Es
innegable el arraigo de las organizaciones sindicales en Chile, pero vale
preguntarse cuál será el estado en que se conservan sus raíces. Por supuesto,
hay una cultura acumulada. En 1850 Francisco Bilbao y Santiago Arcos fundaron
la Sociedad de los Iguales, similar a la Liga de los Justos, que encomendara a
Marx y Engels redactar el Manifiesto Comunista. En 1896 se crea en Chile la
Unión Socialista, que al año siguiente pasa a llamarse Partido Socialista.
Diez
años después el sindicalista chileno Luis Emilio Recabarren se perfila como el
más destacado líder obrero de Chile y Argentina. Fue fundador por excelencia de
partidos y sindicatos. Debemos suponer entonces que esa izquierda conservará
influencia en el país que acaba de poner su suerte en manos de un azaroso
plebiscito. Además de medir la fuerza de
sus tradicionales bastiones, la izquierda democrática pondrá a prueba su
capacidad de resistencia y recuperación.
¿Cómo
incidirá semejante tradición en el desenlace que tendremos a la vista en las
próximas semanas, si nadie emprende la harto difícil tarea de sabotear los
resultados?
En
la España franquista y el Chile pinochetista la gravitación de la derecha tuvo
inspiraciones impresionantes en su originalidad. De hecho, aunque se expandió a
la sombra de la dictadura no tardó en familiarizarse y hacer suya con
entusiasmo, la mecánica democrático-electoral. Personalidades de esa corriente,
dotadas de singular habilidad, aprendieron y aprovecharon con destreza la
novedosa vía para acceder o avanzar hacia las cercanías o a la plenitud del
poder, proyectando así la disputa derecha–izquierda a normales términos
electoral-parlamentarios.
Quedarían
superadas, pero solo en parte, las posiciones extremas, quizá por eso, no
faltarán los amagos de violencia en las confrontaciones electorales. Tal vez
por el peso de la incertidumbre.
Renovación
Nacional parece haberse consolidado como primera organización de la derecha,
pero sus figuras, proclamadas y autoproclamadas de rancio derechismo, exhiben
una buena flexibilidad política que los habilita para lo que venga.
Las
figuras que despuntan en la derecha y la izquierda, del gobierno y la oposición
deben pasar aún por pruebas que midan in extremis su calidad dirigente y manejo
de las jugadas de rutina, como esa supremamente elemental a la vez que
indispensable de la obvia negociación acerca del mejor uso del dispositivo
plebiscitario. Arrojarlo al voleo sobre chacales hambrientos sería contraproducente.
No
obstante, no sería un despropósito confiar en la aptitud política de los
chilenos, después del artístico despliegue que exhibieron para salir de la
ominosa mole acaudillada por Augusto Pinochet.
Adolfo
Suárez, el rey Juan Carlos y Fraga Iribarne fueron figuras claves del
franquismo que supieron unirse en la acera opuesta a Felipe González y Santiago
Carrillo. Unos y otros fueron ciertamente decisivos en la dramática transición
democrática de España.
En
cuanto al reto de abril en Chile, se observan no pocos paralelismos, comenzando
con la procedencia franco-pinochetista de los gobernantes en los inicios de las
dos transiciones, y del predominio de los moderados sobre los maximalistas en
la izquierda socialista, obligados todos a descubrir cómo hacer sonar la flauta
que una el signo al sentido, tal como lo postulara el gran poeta de la
negritud, Léopold Sédar Senghor. El premio a quien acierte sería el premio de
todos los premios: salvar a Chile de los rufianes que lo esperan ocultos y
armados; el Chile de Bolívar, San Martín, O’Higgins, los hermanos Carrera,
Bello, Neruda, Huidobro, con sus instituciones sólidas, su democracia ejemplar
y elevados sentimientos solidarios.
Américo
Martín
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