Por Fernando Pereira
Vivimos tiempos difíciles
donde la emergencia humanitaria compleja sustituyó al nacimiento en miles de hogares
de nuestro país. Las limitaciones presentes hacen mella en el estado anímico de
las familias. Muchos piensan que no vale la pena celebrar porque no hay dinero
para comprar los regalos, estrenos, comidas y bebidas típicas de estos días.
”Tú no me quieres, no me
compraste lo que te pedí”. La situación obliga a revisar los mandatos
culturales y modo de relación. Condicionar el amor a cambio de un regalo
entraña una manipulación. Si acostumbramos a nuestros hijos a darle todo lo que
piden a condición de que no nos dejen de querer; no hay que ser adivinos para
saber el tipo de personas que estaremos formando. Aprender a valorar lo
que me están dando, saber que no puedo tener todo lo que se me antoja y el
esfuerzo para lograr lo que se quiere son aprendizajes fundamentales que nos
van a agradecer para toda la vida. No es mejor padre o madre el que más da;
sino el que está presente, se preocupa, acompaña.
Necesitamos una tregua para
entender que un abrazo, un beso, un paseo por un parque… no tienen precio y muchos
de nuestros niños darían lo que no tienen por recibirlo. El amor no se compra;
se siembra todos los días.
La matanza de inocentes
Estos días se conmemora el
día en que cientos de niños fueron asesinados en Belén para satisfacer las
ansias de poder de un tirano. Lamentablemente en este 2019 Herodes sigue
haciendo de las suyas en Venezuela. Han continuado muriendo nuestros niños y
adolescentes por falta de atención adecuada en centros de salud, en el Hospital
JM de los Rios a pesar de estar amparados por unas medidas cautelares de la Comisión Interamericana de los Derechos
Humanos sistemáticamente ignoradas, por los efectos de la desnutrición, por
la violencia criminal o de autoridades que se extralimitaron o ejecutaron
injusta e ilegalmente a adolescentes.
Necesitamos una tregua para
revalorizar el sentido de la navidad que es la vida, la vida en abundacia a la
que tienen derecho todos los niños, niñas y adolescentes.
El primer paso comienza en
cada casa
Un hogar donde hay “calorcito”
humano, donde uno se siente a gusto, donde se siente atendido y querido es el
nido perfecto para incubar buenos sentimientos y deseos de ser una buena
persona. Esto no quiere decir que sea el lugar perfecto, donde no pasa nadie, ni
se discute; nada que ver, es el espacio donde como humanos se aprende que las
diferencias se resuelven de manera justa, sin agredir, se afrontan las
dificultades contando con tu familia.
Un niño que crece en un
espacio frío, presenciando la violencia entre sus seres queridos o que él
también la recibe directamente, que no es atendido, anda por su cuenta será un
niño herido por la violencia, rabia, desamor. Será candidato a engrosar las estadísticas
de la violencia.
Expresarles el amor a
nuestros hijos, decirle que los queremos, preocuparnos efectivamente por ellos,
saber dónde están, llamarles la atención con firmeza y amor y ser un buen
ejemplo para ellos será un regalo que les podamos dar en Navidad y que no
tendrá precio.
Tregua y festividad resiliente
Unas navidades resilientes
apelan a la capacidad que tenemos todos de darnos una tregua para poder lidiar
y superar la frustración y desilusión. Nuestros niños aprenderán que no podemos
tener todo lo que queremos y en el tiempo que deseamos. Debemos esforzarnos y
ser perseverantes.
La
navidad resiliente nos lleva a apelar al concepto genuino de la
celebración. Darle contenido a sus símbolos, a los personajes que colocamos en
el nacimiento o resignificarlos con nuestros muchachos.
No podemos sentirnos culpables
por celebrar estos días en familia, con lo que tengamos. No podemos permitir
que nos arrebaten el significado profundo que tienen estas fechas: el que la
esperanza nace y persiste contra todo pronóstico.
26-12-19
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