Por Leoncio Barrios
El hombre, como de sesenta y
tantos, conversa con un grupo de contemporáneos, en una tasca caraqueña, a
mediados de diciembre, 2019. “Yo le puedo perdonar todo a este gobierno
pero nunca que haya desmembrado a mi familia. En la mesa de navidad de mi casa,
cenábamos como veinte, este año solo mi mujer y yo”. Hay una mezcla
de rabia y tristeza en su alto tono de voz y en el rostro.
Aquel hombre anónimo,
sentado cerca de mí, expresaba el lamento-protesta de centenas de miles de
venezolanos y venezolanas que, en las últimas dos décadas, se han quedado sin
hijos, hijas y también sin nietos y nietas, debido a la ida de éstos al
exterior. Son los deshijados y desnietados en esta tierra de gracia que
es Venezuela.
Dos generaciones de
venezolanos, las más jóvenes, han emigrado de su país. Muchos dejando a padres
y abuelos solos. La soledad y la nostalgia se han convertido en un sentir
generalizado en gran parte de los pobladores mayores de esta tierra.
Junto al sentimiento de
satisfacción y tranquilidad que sienten los que se quedaron en el país por la
ida-salvación de su descendencia, pervive el de la frustración y tristeza por
no tener a sus hijos y nietos cerca.
Los hijos e hijas que
abrazaron y acariciaron por años, se le alejaron, quizás por siempre, y los
nietos y nietas que empezaban a alegrarle la vida con su correrías y presencia,
se hicieron seres virtuales, sin corporeidad, intangibles.
Algunos los abuelos y
abuelas en Venezuela no han cargado, ni acariciado a la descendencia nacida en
el exterior.
Parte de esos padres y
abuelos que permanecen en Venezuela tienen la posibilidad de visitar a su
familia en el exterior de vez en cuando, otros no tienen esa posibilidad y,
probablemente, no la tendrán nunca.
Las posibilidades de
reencuentro familiar se reducen con el pasar el tiempo. Por un lado, por
el cerco legal, a través de visas, que los gobiernos de países receptores de
centenares de miles de emigrados venezolanos ponen para que los familiares los
visiten. Y, por el otro, las limitaciones que el gobierno de Venezuela impone a
través del alto costo, la demora en entrega y el corto lapso de legalidad de
los pasaportes.
Las navidades y el año nuevo,
celebraciones de particular significación para las familias venezolanas, se
prestan para que aumente la nostalgia por lo que están lejos y junto al sabor
de fiesta, particularmente, de la despedida del año, se achicopale más de uno.
A los de afuera y a los del
país, les toca asirse de la familia escogida, de los amigos que tengan cerca,
de los recuerdos, de los rituales navideños venezolanos que les sean posible:
las cenas con hallacas, las gaitas, Néstor Zavarce cantando faltan cinco pá las
12, oír y bailar con la Billo´s, aunque sea sin pareja. También se vale
llorar, en grupo o encapillado.
Lo importante es sentirse
acompañado a través de todas las formas de comunicación posible y saber que
allí están los seres queridos, aunque sea virtualmente, con el mismo amor de
siempre. También la esperanza de que, en algún momento, el abrazo y beso
a los hijos, hijas, nietos y nietas, sea físico.
24-12-19
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