Por Marianella Herrera
Cuenca
A los venezolanos desde hace
tiempo todo nos ha tocado difícil, nos ha tocado una verdadera carrera de
obstáculos y en particular en época de fiestas. Más aun, cuando la fragmentada
familia que tenemos no está cerca sino a miles de kilómetros de distancia. En
otras partes del mundo las navidades huelen a pino y a canela, pero en
Venezuela, las navidades huelen a hojas de plátano, eso hace que si estás lejos
de casa hay olores ancestrales que puedes no conseguir.
Como a muchas madres, a mí
me tocó este año viajar y convertirme en la “fábrica” de las navidades
venezolanas del otro lado del charco. Mis hijos me pidieron hallacas, y así con
la resolución de madre venezolana en el corazón, me di a la tarea de conseguir
los ingredientes. Para el guiso, no tuve problemas pues España, la madre
patria, lógicamente también es la madre de algunos de los ingredientes
ancestrales multiculturales que dieron origen a nuestro plato navideño.
Para la masa, tampoco hubo
problemas, gracias a la gran marca de exportación de nuestra harina de maíz
precocida que hoy en día se consigue en muchas partes del mundo. Pero el
problema: las hojas de las hallacas, y el onoto. Las hojas de plátano si, se
consiguen, pero el olor que distinto!!! Las hojas de plátano del África Central
como me dijo el que me las vendió luego de dar unas cuantas vueltas por la
región de Andalucía, son las que hay, pero el aroma es tan distinto! Lo que
llamamos el terruño o el terroir es lo que da el sabor a tantos alimentos, por
eso frente al mar la mineralidad se siente en los alimentos, otro tipo de
suelos dan otros sabores en lo que se cultiva.
De esta manera, los sabores
y colores cambian, al “pintar” la masa de las hallacas, con otros pigmentos
distintos al onoto, obtuvimos una masa de un color parecido a la paella. Así
pues, nuestras hojas de plátano, cultivadas en Barlovento, tienen una aroma muy
especial que al cocinar las hallacas impregna totalmente la cocina y el hogar
en el cual se las cocina, con las hallacas envueltas en hojas africanas apenas
podía percibirse el olor a navidad venezolana, y al abrir la hallaca realizada
del otro lado del “charco” la sorpresa es un color amarillo intenso tipo
pollito!
A pesar de eso, los hijos
agradecen el esfuerzo, se las devoran como intentando degustar las entrañas de
un país del cual salieron un día sin saber cuándo volverán. Las hallacas quedan
como reminiscencia del ancestro, de las tradiciones, de la infancia. Y así, no
solamente con los sabores y aromas, es también el compartir que se vuelve
bizarro entre pantallas de dispositivos grandes y pequeños gracias al Skype, al
Whatsapp y al Face Time, el abrazo virtual que a través del Skype se conserva
entre los de aquí, los de allá y los de por allá también.
Así ahora somos los
venezolanos, un pueblo global, “regado” por el mundo y con afectos virtuales,
de esos que agradecemos, pero que también preocupan ante la imposibilidad de
contacto físico, de verse realmente a los ojos, de disfrutar un plato
tradicional en buena compañía familiar o un buen dulce criollo. Y es que a los
venezolanos de ultramar tocará conservar las tradiciones culinarias, pues en
otros lugares tienen los ingredientes, quizás no exactos como hemos dicho, pero
la mayoría de ellos sí, entonces las tradiciones deben ser escritas,
documentadas, trabajadas y conservadas. Solo así perduraremos en el tiempo de
los aromas y de los sabores.
Lo bueno? Lo positivo? Antes
nadie sabía lo que era una hallaca, una arepa, una cachapa. Ahora una gran
cantidad de personas conocen nuestra comida, nuestras tradiciones, nuestros
aromas. Por un 2020 lleno de esperanza, paz y tranquilidad, con la recuperación
de nuestras tradiciones culinarias.
28-12-19
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