Félix Palazzi 21 de diciembre de 2019
@FelixPalazzi
La
realidad que afrontamos hace cada vez más difícil hablar de la reconciliación y
su necesidad como horizonte que ilumine los pasos para reconstruir la
democracia. Una de las causas de este desinterés se debe a que comúnmente suele
ser asociada con un acto de perdón que olvida y entierra el pasado. Otra está
en que muchos interpretan a la reconciliación como un pacto entre grupos que
deriva de un proceso cerrado de negociación y equilibrio en el poder. Durante
años la «lógica militar» ha predominado sobre la «civil». Desde una lógica
militar es imposible hablar de reconciliación. A lo sumo se podrá proponer una
«tregua», «pacto», «armisticio» o «alianza». Por ello, urge rescatar el
lenguaje «civil» y comenzar a sanar el tejido sociocultural para recuperar la
institucionalidad democrática.
Muchos
son los factores que han hecho de las redes sociales los medios más efectivos y
eficaces para comunicar una noticia, un suceso, una protesta o una simple
opinión. Aunque en muchos casos se expresan ideas acertadas, en otros se llega
a difundir, incluso viralmente, una percepción falsa y generalizada de la
realidad a través del uso de ciertas palabras o frases que se van repitiendo y
con las que juzgamos a todo un colectivo de personas o a nuestra propia
situación. Esto puede ser apreciado cuando decimos: «por eso estamos como
estamos», «ellos son así», «nada sirve».
En
este marco, ¿es posible la reconciliación? Una sociedad tan dividida y
fracturada como la nuestra debe comprender que la reconciliación es el único
camino para construir un futuro en el que podamos convivir «todos». Pero la
reconciliación no significa encubrir las injusticias o hacer un pacto secreto
con el fin de negociar privilegios o espacios de poder. Ella necesita del
empeño real por buscar la verdad en lo que acontece y su fin no es otro que el
sanar lo que ha sido usado para dividirnos y enfrentarnos. Recordaba Juan Pablo
II que «el perdón, lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige. El mal
hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado».
Buscar
la verdad y exponerla requiere de un alto coraje político. Por ello, no puede
ser una tarea únicamente confiada a los partidos políticos. Necesita de un esfuerzo
plural e imparcial, libre de toda interferencia ideológica. De otro modo no
lograremos corregir todo aquello que necesitamos como país.
La
reconciliación no significa anular la justicia. Como decía Juan Pablo II: «es
obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las exigencias
objetivas de la justicia. La justicia rectamente entendida constituye, por así
decirlo, la finalidad del perdón. En ningún pasaje del mensaje evangélico el
perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan indulgencia
para con el mal, para con el escándalo, la injuria, el ultraje cometido. En
todo caso, la reparación del mal o del escándalo, el resarcimiento por la
injuria, la satisfacción del ultraje son condición del perdón«.
Un
proceso de reconciliación que signifique la inmunidad para los responsables de
las violaciones de los derechos humanos sería un proceso viciado desde su
inicio y carente de toda credibilidad. El ejercicio de la justicia forma parte
de todo proceso de reconciliación, aunque la justicia en sí misma no es
suficiente. Es errado pensar que porque hagamos justicia en algunos casos
específicos alcancemos reconciliar a toda la sociedad. Se necesita la firme
convicción de esta urgencia de reconciliar a todo un pueblo, a una sociedad
dividida y educarla para el perdón. Hay que entender que debemos construir el
futuro, pero no a pesar de nuestra realidad, sino en y desde ella.
Félix
Palazzi
@FelixPalazzi
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