Francisco Fernández-Carvajal 28 de diciembre de
2019
@hablarcondios
— Jesús quiso comenzar
la Redención del mundo enraizado en una familia.
— La misión de los
padres. Ejemplo de María y de José.
— La Sagrada Familia,
ejemplo para todas las familias.
I. Cuando
cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a
su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de
sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él1.
El Mesías quiso comenzar su tarea redentora en el seno
de una familia sencilla, normal. Lo primero que santificó Jesús con su
presencia fue un hogar. Nada ocurre de extraordinario en estos años de Nazaret,
donde Jesús pasa la mayor parte de su vida.
José era el cabeza de familia; como padre legal, él
era quien sostenía a Jesús y a María con su trabajo. Es él quien recibe el
mensaje del nombre que ha de poner al Niño: Le pondrás por nombre
Jesús; y los que tienen como fin la protección del Hijo: Levántate,
toma al Niño y huye a Egipto. Levántate, toma al Niño y vuelve a la patria. No
vayas a Belén, sino a Nazaret. De él aprendió Jesús su propio oficio, el
medio de ganarse la vida. Jesús le manifestaría muchas veces su admiración y su
cariño.
De María, Jesús aprendió formas de hablar, dichos
populares llenos de sabiduría, que más tarde empleará en su predicación. Vio
cómo Ella guardaba un poco de masa de un día para otro, para que se hiciera
levadura; le echaba agua y la mezclaba con la nueva masa, dejándola fermentar
bien arropada con un paño limpio. Cuando la Madre remendaba la ropa, el Niño la
observaba. Si un vestido tenía una rasgadura buscaba Ella un pedazo de paño que
se acomodase al remiendo. Jesús, con la curiosidad propia de los niños, le
preguntaba por qué no empleaba una tela nueva; la Virgen le explicaba que los
retazos nuevos cuando se mojan tiran del paño anterior y lo rasgan; por eso
había que hacer el remiendo con un paño viejo... Los vestidos mejores, los de
fiesta, solían guardarse en un arca. María ponía gran cuidado en meter también
determinadas plantas olorosas para evitar que la polilla los destrozara. Años
más tarde, esos sucesos aparecerán en la predicación de Jesús. No podemos
olvidar esta enseñanza fundamental para nuestra vida corriente: «la casi
totalidad de los días que Nuestra Señora pasó en la tierra transcurrieron de
una manera muy parecida a las jornadas de otros millones de mujeres, ocupadas
en cuidar de su familia, en educar a sus hijos, en sacar adelante las tareas
del hogar. María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente
como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de
atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con
motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena
de tanto amor a Dios!»2.
Entre José y María había cariño santo, espíritu de
servicio, comprensión y deseos de hacerse la vida feliz mutuamente. Así es la
familia de Jesús: sagrada, santa, ejemplar, modelo de virtudes humanas,
dispuesta a cumplir con exactitud la voluntad de Dios. El hogar cristiano debe
ser imitación del de Nazaret: un lugar donde quepa Dios y pueda estar en el
centro del amor que todos se tienen.
¿Es así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la
atención que merece? ¿Es Jesús el centro? ¿Nos desvivimos por los demás? Son
preguntas que pueden ser oportunas en nuestra oración de hoy, mientras
contemplamos a Jesús, a María y a José en la fiesta que les dedica la Iglesia.
II. En la familia,
«los padres deben ser para sus hijos los primeros educadores de la fe, mediante
la Palabra y el ejemplo»3. Esto se cumplió de manera singularísima en el caso de la
Sagrada Familia. Jesús aprendió de sus padres el significado de las cosas que
le rodeaban.
La Sagrada Familia recitaría con devoción las
oraciones tradicionales que se rezaban en todos los hogares israelitas, pero en
aquella casa todo lo que se refería a Dios particularmente tenía un sentido y
un contenido nuevo. ¡Con qué prontitud, fervor y recogimiento repetiría Jesús
los versículos de la Sagrada Escritura que los niños hebreos tenían que
aprender!4. Recitaría muchas veces estas oraciones aprendidas de labios
de sus padres.
Al meditar estas escenas, los padres han de considerar
con frecuencia las palabras del Papa Pablo VI recordadas por Juan Pablo II:
«¿Enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo
con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad:
confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a
pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos?
¿Rezáis el Rosario en familia? (...) ¿Sabéis rezar con vuestros hijos, con toda
la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo en la rectitud del
pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común, vale una lección
de vida, vale un acto de culto de mérito singular; lleváis de este modo la paz
al interior de los muros domésticos: Pax huic domui. Recordad: así
edificáis la Iglesia»5.
Los hogares cristianos, si imitan el que formó la
Sagrada Familia de Nazaret, serán «hogares luminosos y alegres»6, porque cada miembro de la familia se esforzará en primer
lugar en su trato con el Señor, y con espíritu de sacrificio procurará una
convivencia cada día más amable.
La familia es escuela de virtudes y el lugar ordinario
donde hemos de encontrar a Dios. «La fe y la esperanza se han de manifestar en
el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos
los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del
propio deber. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las
alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias
preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los
hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto
menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a
poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la
convivencia diaria.
»Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño,
un auténtico ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada
se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar
y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la
humildad, el trabajo, la alegría...»7.
Esta virtudes fortalecerán la unidad que la Iglesia
nos enseña a pedir: Tú, que al nacer en una familia fortaleciste los
vínculos familiares, haz que las familias vean crecer la unidad8.
III. Una
familia unida a Cristo es un miembro de su Cuerpo místico y ha sido llamada
«iglesia doméstica»9. Esa comunidad de fe y de amor se ha de manifestar en cada
circunstancia, como la Iglesia misma, como testimonio vivo de Cristo. «La
familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del
reino, como la esperanza de la vida bienaventurada»10. La fidelidad de los esposos a su vocación matrimonial les
llevará incluso a pedir la vocación de sus hijos para dedicarse con abnegación
al servicio del Señor.
En la Sagrada Familia cada hogar cristiano tiene su
ejemplo más acabado; en ella, la familia cristiana puede descubrir lo que debe
hacer y el modo de comportarse, para la santificación y la plenitud humana de
cada uno de sus miembros. «Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la
vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.
Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido
profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del
Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso quizá de una manera
casi insensible, a imitar esta vida»11.
La familia es la forma básica y más sencilla de la
sociedad. Es la principal «escuela de todas las virtudes sociales». Es el
semillero de la vida social, pues es en la familia donde se ejercita la
obediencia, la preocupación por los demás, el sentido de responsabilidad, la
comprensión y ayuda, la coordinación amorosa entre las diversas maneras de ser.
Esto se realiza especialmente en las familias numerosas, siempre alabadas por
la Iglesia12. De hecho, se ha comprobado que la salud de una sociedad se
mide por la salud de las familias. De aquí que los ataques directos a la
familia (como es el caso de la introducción del divorcio en la legislación)
sean ataques directos a la sociedad misma, cuyos resultados no se hacen
esperar.
«Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, sea también
Madre de la “Iglesia doméstica”, y, gracias a su ayuda materna, cada familia
cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una pequeña Iglesia de Cristo. Sea
ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad
de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los
sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de
sus familias.
»Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las
familias, esté presente, como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz,
alegría, serenidad y fortaleza»13.
De modo muy especial le pedimos hoy a la Sagrada
Familia por cada uno de los miembros de nuestra familia, por el más necesitado.
1 Lc 2,
39-40. —
2 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 148. —
3 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 11. —
4 Cfr. Sal
55, 18; Dan 6, 11; Sal 119. —
5 Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, 60. —
6 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 22. —
7 Ibídem,
23. —
8 Preces.
II Vísperas del día 1 de enero. —
9 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 11. —
10 Ibídem,
35. —
11 Pablo
VI, Aloc. Nazaret, 5-I-1964. —
12 Cfr. Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 52. —
13 Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, 86.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico