Francisco Fernández-Carvajal 19 de diciembre de
2019
@hablarcondios
— Todos los hombres se
dirigirán hacia Cristo triunfante. Señales que acompañarán la segunda venida
del Señor. La señal de la Cruz.
— El juicio universal.
Jesús nuestro Amigo.
— Preparar nuestro
propio juicio. El examen de conciencia. La práctica de la Confesión frecuente.
I. Aguardamos
un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde
según el modelo de su condición gloriosa1.
El tiempo de Adviento prepara también nuestras almas a
la expectación de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, entonces
el mundo verá al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y
majestad2 para juzgar a vivos y muertos en un juicio universal,
antes de que lleguen los cielos nuevos y la tierra nueva donde mora
toda justicia3.
Y mientras tanto, «la Iglesia peregrina lleva en sus Sacramentos e
instituciones la imagen de este siglo que pasa, y ella misma vive entre las
criaturas que gimen con dolores de parto al presente, en espera de la
manifestación de los hijos de Dios (Cfr. Rom 8, 19-22)»4.
Vendrá Jesucristo como el Redentor del mundo, como
Rey, Juez y Señor de todo el Universo. Y sorprenderá a los hombres ocupados en
sus negocios, sin advertir la inminencia de su llegada: como el
relámpago sale del Oriente y brilla hasta el Occidente, así será la venida del
Hijo del hombre5.
Se reunirán a su alrededor buenos y malos, vivos y
difuntos: todos los hombres se dirigirán irresistiblemente hacia Cristo
triunfante, atraídos los unos por el amor, forzados los otros por la justicia6.
Aparecerá en el cielo la señal del Hijo del
hombre7, la Santa Cruz. Esa Cruz tantas veces despreciada, tantas
abandonada, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles8,
que había sido considerada como algo sin sentido; esa Cruz aparecerá ante la
mirada asombrada de los hombres como signo de salvación.
Jesucristo, con toda su gloria, se mostrará ante
aquellos que –en Él o en su Iglesia– le negaron; ante los que, no contentos con
esto, le persiguieron; ante los que vivieron ignorándole. También se mostrará a
quienes le amaron con obras. La humanidad entera se dará cuenta de que Dios
le ensalzó y le dio un nombre superior a todo nombre, a fin de que al nombre de
Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno y toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre9.
Entonces daremos por bien empleados todos nuestros
esfuerzos, todas aquellas obras que hicimos por Dios, aunque quizá nadie en
este mundo se diera cuenta de ellas. Y sentiremos una gran alegría al ver esa
Cruz que procuramos buscar a lo largo de nuestra vida, que quisimos poner en la
cima de las actividades de los hombres. Y tendremos la alegría de haber
colaborado como siervos fieles en el reinado de aquel Rey, Jesucristo, que
aparece ahora lleno de majestad en su gloria.
II. El Señor
enviará a sus ángeles que, con trompeta clamorosa, reunirán a sus elegidos
desde los cuatro vientos, de un extremo al otro de los cielos10.
Allí estarán todos los hombres desde Adán. Y todos comprenderán con entera
claridad el valor de la abnegación, del sacrificio, de la entrega a Dios y a
los demás. En la segunda venida de Cristo se manifestará públicamente el honor
y la gloria de los santos, porque muchos de ellos murieron ignorados,
despreciados, incomprendidos, y serán ahora glorificados a la vista de todos.
Los propagadores de herejías recibirán el castigo que
acumularon a lo largo de los siglos, cuando sus errores pasaban de unos a
otros, siendo un obstáculo para que muchos encontraran el camino de la
salvación. De la misma manera, quienes llevaron la fe a otras almas y
encendieron a otros en el amor de Dios recibirán el premio por el fruto que su
oración y sacrificio produjo a lo largo de los tiempos. Verán los resultados en
el bien que tuvieron cada una de sus oraciones, de sus sacrificios, de sus
desvelos.
Se verá el verdadero valor de hombres tenidos por
sabios, pero maestros del error, que muchas generaciones rodearon de alabanza y
consideración, mientras que otros eran relegados al olvido, cuando debieron ser
considerados y llenos de honor. Estos recibirán entonces la paga de sus
trabajos, que el mundo les negó.
El juicio del mundo servirá para glorificación de Dios11,
pues hará patente Su Sabiduría en el gobierno del mundo, Su bondad y Su
paciencia con los pecadores y, sobre todo, Su justicia retributiva. La
glorificación del Dios-Hombre, Jesucristo, alcanzará su punto culminante en el
ejercicio de Su potestad judicial sobre el Universo.
Los juicios particulares no serán ni revisados ni
corregidos en el juicio universal, sino confirmados y dados a conocer
públicamente. En el juicio universal cada hombre será juzgado ante toda la
humanidad y como miembro de la sociedad humana. Entonces se complementarán el
premio y el castigo al hacerlos extensivos al cuerpo resucitado12.
III.
Antes de la segunda venida gloriosa de Nuestro Señor tendrá lugar el propio
juicio particular, inmediatamente después de la muerte.
«El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El
hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva de su cuerpo. Pero su
máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto
certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del
adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible
a la sola materia, se levanta contra la muerte»13.
La Revelación nos enseña que la muerte es un paso, un trámite hasta la vida
eterna. Y entre la vida aquí en la tierra y la vida eterna, tendrá lugar el
juicio particular de cada uno, que hará Jesucristo mismo, donde cada uno será
juzgado según sus obras. Es forzoso que todos comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba el pago debido a las buenas o
malas acciones que habrá hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo14.
Nada dejará de pasar por el tribunal divino:
pensamientos, deseos, palabras, acciones y omisiones. Cada acto humano
adquirirá entonces su verdadera dimensión: la que tiene ante Dios, no la que
tuvo ante los hombres.
Allí estarán todos los pensamientos, imaginaciones y
deseos...; todas esas debilidades internas que quizá ahora cueste trabajo
conocer. Jesucristo sacará a plena luz lo que está en los escondrijos
de las tinieblas y descubrirá en aquel día las intenciones de los corazones15.
También las palabras que hayamos empleado unas veces al servicio de la propia
excelencia; otras, como instrumento de mentira; en ocasiones, faltas de
comprensión, de caridad o de justicia. Y nuestras obras. También se nos juzgará
por ellas, porque tuve hambre y me disteis de comer...16.
Cristo mirará nuestras vidas buscando cómo nos hemos comportado con Él, o con
sus hermanos los hombres.
También aparecerán de modo claro todas las
oportunidades que tuvimos de hacer algo por los demás. Cada día nuestro está
lleno de posibilidades de hacer el bien, en cualquier circunstancia en la que
nos encontremos. Sería triste que nuestra vida fuera como una gran avenida de
ocasiones perdidas, de oportunidades desperdiciadas. Y todo por haber dejado
que penetraran en nosotros la negligencia, la pereza, la comodidad, el egoísmo,
la falta de amor.
Pero para quienes le tratamos a lo largo de la vida,
Jesucristo no será un juez desconocido, porque procuramos servirle cada día de
nuestra existencia terrena. Podemos ser amigos íntimos del que ha de juzgarnos,
y cada día debe ser más grande esa amistad. «“Me hizo gracia que hable usted de
la ‘cuenta’ que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez –en el
sentido austero de la palabra– sino simplemente Jesús”. —Esta frase, escrita
por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede
consolar el tuyo»17.
Nos conviene meditar con alguna frecuencia sobre el
propio juicio al que nos encaminamos. Cada vez nos encontramos más cerca. Y
veremos la mirada de Cristo –juez y amigo– sobre nuestra vida, y nos animará a
ir llenándola de pequeñas cosas que no pasan inadvertidas para Él, aunque los
hombres muchas veces no las perciban ni las valoren.
El examen de conciencia diario y la práctica de la
Confesión frecuente son medios muy importantes para preparar cada día ese
encuentro definitivo con el Señor, que tendrá lugar dentro de un tiempo quizá
no muy largo. Son también unos medios excelentes para preparar el encuentro
nuevo con el Señor en la Nochebuena, que ya se acerca: Ven, Señor
Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan
todo de tu amor18.
1 Antífona
de la Comunión. Flp 3, 20-21. —
2 Lc 21,
27. —
3 2
Pedr 3, 13. —
4 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 43. —
5 Mt 24,
27. —
6 Cfr.
Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1985, nota a Mt 24,
23-28. —
7 Mt 24,
30. —
8 1
Cor 1, 23. —
9 Flp 2,
9-11. —
10 Mt 24,
31. —
11 Cfr. Tes 1,
10. —
12 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, Supl. 88, 1. —
13 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 18. —
14 2
Cor 5, 10. —
15 1
Cor 4, 5. —
16 Cfr. Mt 25,
35. —
17 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 168. —
18 Oración
del día 24.
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