Ibsen Martínez 27 de diciembre de 2019
@ibsenmartinez
Un
respetado historiador venezolano, Germán Carrera Damas, publicó, hace ya un
cuarto de siglo, una suma de ensayos titulada De la dificultad de ser criollo
[Caracas, Grijalbo 1993.].
Pocas
veces, creo, se ha propuesto con tan elegante concisión una tan extensa familia
de turbadores temas —indagaciones sobre lo nacional, historia de nuestras
mentalidades, usos sociales, gastronomía y muchos más— que atañen a todos los
hispanoamericanos. Dejaré para otro momento la recensión de ese libro en verdad
singular cuya lectura recomiendo sin reserva. Lo que a esta columna interesa
hoy es la eufonía del título.
La
locución “de la dificultad de ser criollo” se prendió en el idiolecto de un
ocurrente poeta amigo mío, ya fallecido, de tal modo que por largo tiempo se
convirtió en el santo y seña de sus latinoamericanas resignaciones, en la
jovial sentencia con que cambiaba de tercio la conversación sobre si es posible
o no vida ciudadana alguna en las regiones equinocciales del Nuevo Continente.
Mi
amigo poeta era negro y se decía, con mundana sorna, “negro criollo, si se
quiere”, pues le exasperaba la ñoñería identitaria, culturalista, de quienes
hoy día se dicen “afrovenezolanos” o “afrocolombianos”. Con frecuencia pienso
en él porque también he hecho mío para siempre el santo y seña. Cuando cerré la
biografía de Simón Bolívar, admirablemente escrita por Marie Arana, pensé, una
vez más, en la dificultad de ser criollo. No en balde el propio Bolívar se
definía a sí mismo, arrebatado por la guerra, como “el hombre de las
dificultades”
Esta
es la obra que, a mi juicio, hace cabal justicia a la dificultad que entraña
nacer blanco y criollo en medio de la crisis del sistema colonial español, sin
duda una de las variables determinantes que, como una fatalidad, cifró la vida
de Simón Bolívar.
Ya
la había leído en 2013, cuando apareció en inglés. Lo hice a instancias de
Moisés Naím y entonces me pareció urgente que se tradujera a nuestra lengua. Al
fin, hoy, contamos con una insuperable traducción de Bolívar, Libertador de
América [ Debate, 2019] debida a Mateo Cardona y Marta Cecilia Mesa.
Elogiar
una vez más, como lo han hecho unánimemente sus comentaristas anglosajones, el
muy envidiable don narrativo, el pulso cinematográfico y la masiva
documentación aportada por Arana no resultará redundante si se piensa en la
profusión de biografías publicadas en nuestra lengua con las que esta de Arana
viene a contrastarse. Me apresuro a decir que, aun concediendo la excelencia de
la biografía bolivariana escrita por John Lynch (Crítica, Barcelona, 2007), la
de Marie Arana es mi favorita.
Arana
es una novelista estadounidense de origen y ancestro peruano que exhibe una
impresionante hoja de vida. Licenciada en lengua y literatura rusas por la
Universidad de Northwestern, con una maestría en Sociolingüística en la
Universidad de Hong Kong, fue por muchos años redactora jefe de la sección de
libros de The Washington Post.
Muchos
reparos pueden hacerse, con razón, a la visión predominantemente épica que
impregna el libro de Arana. Yo destaco, sin embargo, el valor de oportunidad
que en el momento actual tiene su aparición en español.
No
será difícil comprender que muchos venezolanos repudien hoy las distorsiones
que Chávez y el chavismo añadieron al culto a Bolívar, en sí mismo éste una
formidable torcedura de la verdad histórica. El bolivarianismo es la summa de
todas las mistificaciones heroicas que nos legó la Guerra de Independencia.
Este
justificado repudio a la teología bolivariana ha hecho que las jóvenes
generaciones —y aun muchos de sus mayores— no sientan siquiera curiosidad ante
la figura que Chávez logró hacer epónima de su socialismo del siglo XXI.
“El
bolivarianismo es un historicismo de la peor especie que entraña una moral
inhumana e impracticable y, por ello mismo, tremendamente corruptora de la vida
republicana.”
Así
definió al bolivarianismo el desaparecido Luis Castro Leiva, historiador de las
ideas venezolano en su ensayo De la patria boba a la teología bolivariana
(Monte Ávila Editores, Caracas, 1987).
Castro
Leiva explica allí cómo la biografía machaconamente ejemplarizante de Simón
Bolívar ha sido, al parecer, la única filosofía política que los venezolanos
hemos sido capaces de discurrir en casi dos siglos de vida independiente.
Esa
“filosofía” no es, concluye Castro Leiva, más que una perversa “escatología
ambigua” que sólo ha servido para alentar el uso político del pasado.
Castro
Leiva escribía esto en un tiempo en que el culto a Bolívar era todavía en
Venezuela patrimonio del autoritarismo conservador y militarista. Desde la
instauración de la teología bolivariana por el dictador Antonio Guzmán Blanco,
en el último tercio del siglo XIX, el culto había servido para apuntalar
nuestros muchos cesarismos, ya fuesen bárbaros o ilustrados. Pero con Chávez y
los suyos el culto se tornó más delirante y embustero que nunca, llegando a
extremos grotescamente necrofílicos.
Tarea
obligatoria de todo buen demócrata del continente, en especial de los
venezolanos de esta era tenebrosa, es combatir las supercherías heroicas y
militaristas con las que se ha justificado una fementida identidad nacional. De
lo contrario, no faltarán en el futuro epígonos de Hugo Chávez que nos
tiranicen con el pretexto de terminar la “gesta inconclusa de Bolívar”.
Un
buen antídoto, para empezar, puede ser la lectura del libro, a la vez
hipnotizante y esclarecedor, que ha dedicado Marie Arana a la vida de Simón
Bolivar, el criollo universal por excelencia, el criollo de las dificultades.
Ibsen
Martínez
@ibsenmartinez
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