Por Marta de la Vega
La lucha por recuperar la
democracia en Venezuela como paradigma de actuación de los ciudadanos en su
vida diaria y social, pasa por tres momentos decisivos: el primero, superar la
ignorancia colectiva y la indiferencia acerca de la naturaleza del régimen que
domina el país. Se trata de un grupo criminal que secuestró el poder, vinculado
a la mafia internacional y al crimen organizado transnacional.
El régimen, usurpador desde
enero de 2019, además de ilegítimo desde que Maduro se lanzó a la presidencia
siendo presidente encargado en ausencia de Chávez, desde enero de 2013, sin
importarle haber contradicho lo previsto en la Constitución de 1999, la ha
ignorado reiteradamente, según las conveniencias, o la ha violentado sin pudor
incesantemente, en función de los intereses de la parcialidad política
dominante. Mienten y engañan. Son demasiados los incautos ilusos que todavía
sucumben, sobre todo entre los más vulnerables.
El segundo momento es
consolidar la educación ciudadana, las instituciones y la civilidad para
contrarrestar la mentira y el simulacro como mecanismos de control social y de
cohesión, convertidos en permanente política de Estado; este utiliza la falsa
información para tergiversar la realidad. Supuestamente lucha contra “enemigos
externos” como el imperio o el capitalismo, y contra “enemigos internos”, como
los llamados escuálidos o adversarios del régimen, o fascistas de la derecha, u
oligarcas y copetones.
Ha sido funesta la
manipulación de la gente, mediante el inmediatismo al que son sometidas las
mayorías por necesidad de sobrevivencia, mientras el control hegemónico de las
comunicaciones masivas difunde propaganda engañosa acerca de supuestos logros
“revolucionarios” y la exaltación de sus “héroes”, que para nada constituyen
modelos de vida personal o de ética política.
Las secuelas de la
eliminación en el pensum de estudios en la escuela primaria y
secundaria de las materias de educación cívica y urbanidad son evidentes.
La destrucción de la
educación en valores ha hecho del sistema nacional un fraude. Son corrientes la
actitud transgresora y la típica “viveza” criolla que ha permeado el proceso de
modernización en la segunda mitad del siglo XX venezolano, bajo una de las
vertientes del populismo paternalista, efectista y clientelar, tutelada la
dinámica social por un Estado dirigista, asistencialista y benefactor. Mucho
empresario crece a la sombra del Estado forajido. Oclocracia y cleptocracia se
dan la mano. El caudillismo mesiánico y el control demagógico del poder siguen
vigentes.
Sin Estado de Derecho, sin
respeto estricto a las normas de convivencia ciudadana, sin sanciones a las
transgresiones de ley, que no se apliquen en clima “blando” o “discrecional”,
desde las ordenanzas municipales hasta las leyes orgánicas, no es posible la
República. Triunfan, no la civilidad, sino la arbitrariedad, la anomia y
la anarquía generalizada, es decir, la violencia.
El tercer momento, tan indispensable
como simultáneo respecto de los ya mencionados, es un vuelco en el sistema
económico, no solo para cambiar el modelo actual venezolano, sino para superar
la economía especulativa e ilegal, reconstruir el aparato productivo y
diversificar de nuevo la industria nacional, mediante inversiones, innovación y
nuevas tecnologías, mediante el estímulo de la ética en los negocios, la
transparencia, el apego estricto a las normas y regulaciones laborales.
Una economía productiva
orientada al logro, a la excelencia con probidad, a la honradez, a alentar el
desarrollo por méritos y la capacidad de riesgo en vez de promover el amiguismo
y el facilismo oportunistas, son claves para alcanzar la Venezuela deseable e
incluyente.
23-12-19
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