Francisco Fernández-Carvajal 30 de diciembre de
2019
@hablarcondios
— Un día de balance.
Nuestro tiempo es breve. Es parte muy importante de la herencia recibida de
Dios.
— Actos de contrición
por nuestros errores y pecados cometidos en este año que termina. Acciones de
gracias por los muchos beneficios recibidos.
— Propósitos para el
año que comienza.
I. Hoy, es un buen
momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que
comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el
amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del
Señor.
La Iglesia nos recuerda que somos peregrinos. Ella
misma está «presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina»1. Se dirige hacia su Señor «peregrinando entre las
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios»2.
Nuestra vida es también un camino lleno de
tribulaciones y de «consuelos de Dios». Tenemos una vida en el tiempo, en la
cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia
la cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte
importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos separa de
ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas
o vacías. Solo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra. En realidad,
cada día nuestro es «un tiempo» que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él,
de caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las
virtudes..., de obras agradables a los ojos de Dios. Ahora es el momento de
hacer el «tesoro que no envejece». Este es, para cada uno, el tiempo
propicio, este es el día de la salud3. Pasado este tiempo, ya no habrá otro.
El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es
corto, pero suficiente para decirle a Dios que le amamos y para dejar terminada
la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno. Por eso nos advierte San
Pablo: andad con prudencia, no como necios, sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo4, pues pronto viene la noche, cuando ya nadie puede
trabajar5. «Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar,
para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos
ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa
del mundo que Dios confía a cada uno»6.
San Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso
por la tierra y la insignificancia que tienen las cosas en sí mismas,
dice: pasa la sombra de este mundo7. Esta vida, en comparación de la que nos espera, es como su
sombra.
La brevedad del tiempo es una llamada continua a
sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios. Hoy, en nuestra oración,
podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos vivido
el año que ha pasado. Si ha sido bien aprovechado o, por el contrario, ha sido
un año de ocasiones perdidas en el trabajo, en el apostolado, en la vida de
familia; si hemos abandonado con frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado
con facilidad al encontrarnos con la contradicción y con lo inesperado.
Cada año que pasa es una llamada para santificar
nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos un poco más cerca del momento
definitivo con Dios.
No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo
cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo
hagamos el bien a todos8.
II. Al hacer examen
es fácil que encontremos, en este año que termina, omisiones en la caridad,
escasa laboriosidad en el trabajo profesional, mediocridad espiritual aceptada,
poca limosna, egoísmo, vanidad, faltas de mortificación en las comidas, gracias
del Espíritu Santo no correspondidas, intemperancia, malhumor, mal carácter,
distracciones más o menos voluntarias en nuestras prácticas de piedad... Son
innumerables los motivos para terminar el año pidiendo perdón al Señor,
haciendo actos de contrición y de desagravio. Miramos cada uno de los días del
año y «cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido»9. Ni un solo día se escapa a esta realidad: han sido muchas
nuestras faltas y nuestros errores. Sin embargo, son incomparablemente mayores
los motivos de agradecimiento, en lo humano y en lo sobrenatural. Son
incontables las mociones del Espíritu Santo, las gracias recibidas en el
sacramento de la Penitencia y en la Comunión eucarística, los cuidados de
nuestro Ángel Custodio, los méritos alcanzados al ofrecer nuestro trabajo o
nuestro dolor por los demás, las numerosas ayudas que de otros hemos recibido.
No importa que de esta realidad solo percibamos ahora una parte muy pequeña.
Demos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante el año.
«Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y
procurar no ser ingratos, porque con esa condición las da el Señor; que si no
usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos pone, nos lo tornará a
tomar y nos quedaremos muy más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien
luzca y aproveche con ellas a sí y a los otros. Pues, ¿cómo aprovechará y
gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible, conforme a
nuestra naturaleza, a mi parecer, tener ánimo para cosas grandes quien no
entiende está favorecido de Dios, porque somos tan miserables y tan inclinados
a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran
desasimiento, quien no entiende tiene alguna prenda de lo de allá»10.
Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de
correspondencia a la gracia, por tantas veces como Jesús se puso a nuestro lado
y no hicimos nada por verle y le dejamos pasar; a la vez, terminar el año
agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los
innumerables beneficios, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que
nos ha dado el Señor.
Y junto a la contrición y el agradecimiento, el
propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las virtudes y desarraigar
nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.
III. En
estos últimos días del año que termina y en los comienzos del que empieza nos
desearemos unos a otros que tengamos un buen año. Al portero, a la
farmacéutica, a los vecinos..., les diremos ¡Feliz año nuevo! o
algo semejante. Un número parecido de personas nos desearán a nosotros lo
mismo, y les daremos las gracias.
Pero, ¿qué es lo que entienden muchas gentes por «un
año bueno», «un año lleno de felicidad», etcétera? «Es, a no dudarlo, que no
sufráis en este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna contrariedad,
ninguna preocupación, sino al contrario, que todo os sonría y os sea propicio,
que ganéis bastante dinero y que el recaudador no os reclame demasiado, que los
salarios se vean incrementados y el precio de los artículos disminuya, que la
radio os comunique cada mañana buenas noticias. En pocas palabras, que no
experimentéis ningún contratiempo»11.
Es bueno desear estos bienes humanos para nosotros y
para los demás, si no nos separan de nuestro fin último. El año nuevo nos
traerá, en proporciones desconocidas, alegrías y contrariedades. Un año bueno,
para un cristiano, es aquel en el que unas y otras nos han servido para amar un
poco más a Dios. Un año bueno, para un cristiano, no es aquel que viene
cargado, en el supuesto de que fuera posible, de una felicidad natural al
margen de Dios. Un año bueno es aquel en el que hemos servido mejor a Dios y a
los demás, aunque en el plano humano haya sido un completo desastre. Puede ser,
por ejemplo, un buen año aquel en el que apareció la grave enfermedad, tantos
años latente y desconocida, si supimos santificarnos con ella y santificar a
quienes estaban a nuestro alrededor.
Cualquier año puede ser «el mejor año» si aprovechamos
las gracias que Dios nos tiene reservadas y que pueden convertir en bien la
mayor de las desgracias. Para este año que comienza Dios nos ha preparado todas
las ayudas que necesitamos para que sea «un buen año». No desperdiciemos ni un
solo día. Y cuando llegue la caída, el error o el desánimo, recomenzar
enseguida. En muchas ocasiones, a través del sacramento de la Penitencia.
¡Que tengamos todos «un buen año»! Que podamos
presentarnos delante del Señor, una vez concluido, con las manos llenas de
horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos, incontables
muestras de caridad con quienes nos rodean, muchos pequeños vencimientos,
encuentros irrepetibles en la Comunión...
Hagamos el propósito de convertir las derrotas en
victorias, acudiendo al Señor y recomenzando de nuevo.
Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que
comienza luchando como si fuera el último que el Señor nos concede.
1 Conc.
Vat. II, Const. Sacrosanctum concilium, 2. —
2 ídem,
Const. Lumen gentium, 8. —
3 2
Cor 6, 2. —
4 Ef 5,
15-16. —
5 Jn 9,
4. —
6 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 39. —
7 1
Cor 7, 31. —
8 Gal 6,
9-10. —
9 San
Agustín, Sermón 256. —
10 Santa
Teresa, Vida, 10, 3. —
11 G.
Chevrot, El Evangelio al aire libre, p. 102.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico