Por Hugo Prieto
Ayer: control de cambio y
control de precios. Hoy: liberalización de todos los controles. Ayer: la
Apertura Petrolera era el mascarón de proa de la privatización. Hoy: el negocio
petrolero es un asunto de la geopolítica, Rusia —a través de la empresa
Rosneft— coloca el crudo venezolano en los mercados internacionales y actúa
como un trading para evadir las sanciones del Imperio. Ayer: la
pobreza de ingresos era del 46%. Hoy es del 94%. Ayer: el neoliberalismo redujo
la acción del Estado a su mínima expresión. Hoy: —después de las expropiaciones
y estatizaciones de las más variadas empresas— la caída del producto interno
bruto acumulado desde 2013 es del 62%. Ayer: la banca ganaba muchísimo dinero.
Hoy: el crédito desapareció hasta nuevo aviso. Pareciera que quienes manejan la
economía venezolana tienen en mente la consigna de Eudomar Santos —aquel
personaje de Por estas calles—: «como vaya viniendo, vamos viendo». Y así le
dan la vuelta a la tortilla a diestra y siniestra.
Le propongo a Leonardo Vera,
profesor titular de la Facultad de Economía de la Universidad Central de
Venezuela, Individuo de Número de la Academia de Ciencias Económicas de
Venezuela y profesor invitado de FLACSO, que tenga en cuenta la hermenéutica de
Eudomar Santos en cada una de sus respuestas. Vera no se muestra entusiasmado.
Su silencio, o más bien su mirada, es una contrapropuesta. Por ahí no vamos a
ninguna parte. Para quienes piensan que las alarmas que disparó la crisis
económica no tuvieron consecuencias, Vera advierte que las protestas de 2014,
2017 y el episodio de la base aérea de La Carlota son las réplicas de la crisis
en la política, mientras que el éxodo imparable de venezolanos que recorren
hambrientos América Latina es el estallido social de la crisis. Todo esto ha
pasado en nuestras propias narices, pero no hemos querido hacer la conexión
porque el fantasma del Caracazo sigue muy activo en el inconsciente social.
La economía venezolana ya es
más pequeña que la de República Dominicana. Algo que no deja de ser
sorprendente. ¿A qué atribuye este resultado? ¿Al crecimiento que han
experimentado algunos países centroamericanos o a la debacle que se ha
producido en Venezuela?
Al retroceso que hemos
vivido nosotros, cuyo inicio podemos ubicar en el año 2013, año en que Nicolás
Maduro llega al poder. Para ese año, Venezuela se encontraba sobre endeudada
—entre 2011 y 2017, el país destinó un porcentaje muy alto de sus exportaciones
para honrar el servicio de la deuda externa, compuesta por los tenedores de
bonos (los mercados internacionales), China, empresas que le prestaron a PDVSA
y los Gobiernos de varios países, entre otros, Brasil y Rusia—, esa es la
herencia que recibe Maduro. ¿Cuál sería el impacto más severo del
endeudamiento? El recorte dramático de las importaciones, que se tradujo en un
cuadro generalizado de escasez. Las empresas no pueden importar insumos y
bienes de capital y el aparato productivo comienza a derrumbarse. La caída
acumulada del PIB, desde 2013, se debe a que las empresas producen cada vez
menos y a que cada vez hay menos unidades productivas. Maduro se encontró en un
dilema: dejo de pagar deuda o recorto importaciones. Decidió lo segundo y, para
2017, recuerdo, Maduro decía que había pagado más de 70.000 millones de dólares, pero
ustedes (los mercados) castigan a Venezuela aunque hemos cumplido todos los
compromisos. ¿Quiénes pagaron esa deuda? La población venezolana, las
empresas, la producción. El recorte de las importaciones nos fue llevando a
esta catástrofe productiva.
Allí hay una primera fuente
de la crisis, el proceso de endeudamiento y la forma en que se manejó la
deuda.
Añado el declive del ingreso
petrolero, el precio del barril que hoy ronda los 60 dólares. Nunca fue un
precio malo para Venezuela, ¿verdad? De hecho, tuvimos varias mini bonanzas a
ese precio. El otro argumento que se esgrime son las sanciones. Las primeras
fueron contra personas, que no afectan el ritmo de la economía. Después
vinieron las sanciones financieras que impedían la emisión de deuda, pero hay
que decir que los mercados ya no le estaban prestando a Venezuela. Las
sanciones comerciales afectan, porque impiden o limitan las exportaciones de
petróleo, pero van a cumplir un año, mientras la crisis de Venezuela ya dura
seis años.
Aquí es donde comienzan las
grandes paradojas de las variables macroeconómicas. ¿Cómo es que vivimos, por
ejemplo, una hiperinflación si no hay demanda, si los venezolanos devengan un
salario mensual de seis dólares y la producción ha caído dramáticamente?
Hasta 2017, en Venezuela
había demanda, pero no había oferta, entre otras cosas, porque las empresas no
producían y no había divisas para las importaciones. Tanto la inflación como el
tipo de cambio se dispararon en ese ambiente. Ya tenías el caldo de cultivo
para la hiperinflación, que destruyó el consumo. Pero la situación se ha
invertido. ¿Qué pasa actualmente? Hay importaciones porque se desmontó el
control de cambio, gente que está importando con sus propios recursos, porque
ni siquiera hay un mercado oficial. La oferta doméstica sigue siendo muy
restringida y la demanda responde a un pequeño nicho de la población que ha
podido protegerse, pero, en general, el consumo ha caído dramáticamente.
Podemos dividir la crisis en dos etapas. La primera, donde no había oferta, ni
importada ni nacional, por el control de cambio y la escasez de divisas; y la
segunda donde hay cierta oferta porque no hay control de cambio, pero no hay
consumo, porque la hiperinflación destruyó el poder de compra de los
venezolanos.
Usted dice que la situación
se invirtió. Vamos a utilizar una imagen más coloquial. Se le dio vuelta a la
tortilla. Eso no ocurre por arte de gracia. Eso lo hizo alguien, ¿no? Es decir,
alguien tomó la sartén por el mango y le dio la vuelta. ¿No hubo allí una
decisión de política económica?
Sí, tal vez tenga que ver
con la introducción que hiciste. El Gobierno es reactivo, no tiene una
propuesta contra la crisis. Simplemente reacciona. La crisis se agudiza con las
sanciones y ¿cuál ha sido la respuesta del señor Maduro? Liberar el control de
precios y decirles a los privados -y a la población en general-: Busquen
ustedes las divisas, yo no tengo. Son libres de hacerlo. En ese sentido
hay una especie de flexibilidad tanto en el régimen cambiario como en la formación
de los precios y esos son dos cambios muy importantes. Hay más oferta, pero no
es porque la agricultura esté floreciendo o porque el empresario industrial
esté produciendo más que nunca. No. Está trabajando al 20% de su capacidad
instalada (según la encuesta de Conindustria). Es que, sencillamente, el
empresario venezolano se ha reciclado y hoy, más que nunca, se ha convertido en
un importador. No sabemos si esas importaciones de bienes de consumo están
pagando aranceles o IVA, lo cierto es que no hay crisis de papel higiénico o
champú; hay oferta, pero no hay demanda.
Demos por hecho que la
actitud del Gobierno fue: “Busquen los dólares, yo no tengo, la renta petrolera
no alcanza”. Pero de alguna parte tienen que salir esos dólares, ¿no? Y esa es
la pregunta que mucha gente se hace. ¿De los venezolanos que ahorraron en
dólares desde el colapso del bolívar en 1983? ¿De los tenedores de bonos a
quienes les pagaron puntualmente hasta 2017? ¿De las empresas que pagan
bonificaciones en dólares? ¿De esa tabla de salvación que son las remesas? Por
una u otra vía, nadie sabe cuántos dólares entran al país.
Quizás no podamos precisar
el monto de esos flujos, pero sí podemos aproximarnos a una idea de lo que está
pasando. ¿De dónde sacan los dólares los empresarios? Durante años, ellos
hicieron inventarios de dólares. ¿Qué garantías ha dado el Gobierno? Trae tus
dólares, no vas a tener problemas, vas a poder retomar esos dólares para poder
importar. No me voy a meter en tu negocio. Esa es la impresión que tiene
el empresario local alrededor del manejo de la política que hace el Gobierno
con las divisas. Obviamente, es muy distinta a la que tuvimos antes. A un
sector de consumidores también le están llegando las divisas. El técnico que
arregla la nevera, el mecánico, el plomero cobran en dólares. La dolarización
de facto genera una circulación de divisas hacia sectores de la población que,
en otras circunstancias, no tenía acceso a los dólares.
Leonardo Vera retratado por
Lara Blacklock | RMTF
La banca era la encargada de
hacer esa circulación: captaba el ahorro de los particulares y se los prestaba
a los empresarios. Pero la banca no opera con dólares. Aquí lo que está
funcionando es un mecanismo informal. ¿Quién hace las transacciones financieras
en Venezuela?
La banca está perdiendo cada
día más, por eso se está achicando hasta el punto en que el crédito dejó de ser
un negocio. Ni las tarjetas de crédito le sirven al ciudadano común, porque los
límites no alcanzan sino para comprar dos o tres cosas. Y para las empresas,
las líneas de crédito también son insuficientes. En este momento, la economía
está operando sin mercado de crédito y eso es gravísimo. A mí no me preocupa
tanto la banca, que sin duda la está pasando mal, sino por el papel que debe
cumplir el financiamiento en el consumo, en las inversiones, en el capital de
trabajo de las empresas. Es decir, en el movimiento de la economía. Mencionaste
el tema de las remesas. En Venezuela no hay un sistema de remesas, no lo hay.
Aquí no está Wells Fargo o Western Union, no hay oficinas donde tú puedas
retirar 100 dólares que te envió un familiar. ¿Qué hace el familiar que vive en
el exterior? Le vende los dólares a un venezolano que tiene cuenta en el
exterior y esa persona te hace un depósito en bolívares a tu
cuenta.
Lo he visto en Santiago, en
Bogotá, en locales donde sacan fotocopias y alquilan minutos de Internet, donde
cuelgan un aviso que pone: transacciones a Venezuela. El dependiente de ese
local hace la conexión entre la persona que quiere enviar los 100 dólares y la
persona que hace el depósito en Venezuela. No es un Western Union o Wells
Fargo, pero se parece bastante.
Pero quien recibe aquí no
retira dólares sino bolívares y eso marca una gran diferencia. Eso no es
remesa. No es por ahí por donde estarían entrando los dólares, sino por dos
vías. Una, el contrabando. Dos, el flujo, cada vez más grande, que opera desde
Cúcuta, porque ahí sí puedes ir a una oficina de Wells Fargo o Western Union y
con tu pasaporte en la mano decir: Hace cinco minutos un familiar que vive
en Santiago o en Quito me depositó 100 dólares y vengo a retirarlos. Ahí
te entregan el billete de 100 dólares en la mano. Ese es un flujo que opera
todos los días. ¿Cuántas personas cruzan a diario la frontera? ¿20.000?
¿25.000? No lo sé, pero ese mecanismo funciona y por ahí están entrando los
billetes verdes.
Pudiera ser que el
dependiente del local que opera en Bogotá o Santiago tome los dólares de la
persona que quiere enviarle dinero a su familia, lo deposite en una cuenta en
dólares del extranjero, una cuenta cuyo titular puede ser un comerciante o un
empresario, a quien le sobran los bolívares, pero que necesita los dólares para
hacer sus importaciones. A su vez, ese empresario, ese comerciante, deposita
los bolívares correspondientes en la cuenta de un banco local señalada por la
persona que le quiere enviar dinero a su familia. Y como el Gobierno decidió
mirar a otro lado, no pasa nada. ¿Esa vuelta puede funcionar?
Admito que esa vuelta
secundaria puede funcionar. Pero estrictamente hablando, no tenemos en
Venezuela un mecanismo de remesas. Hubiera sido un mecanismo excelente, un
mecanismo de alivio, para poblaciones empobrecidas por una catástrofe económica
como la venezolana. Ese mecanismo lo hemos visto trabajando en Centroamérica y
en África. Es decir, que se permita las remesas para que las familias puedan
obtener divisas.
El mecanismo de las remesas
funcionó en Cuba, al menos, hasta el Gobierno de Obama. ¿Por qué no se aplicó
en Venezuela? A fin de cuentas, como lo dijo Raúl Castro, “cada vez más somos
la misma cosa”.
Recuerda que esto de liberar
la economía es una cosa a la que ellos llegan forzados por las sanciones. ¿Sabes
lo que debió costarle a Maduro decir que él no veía mal que el dólar esté
circulando en Venezuela? Eso, en primer lugar. Lo otro es que aquí no va a
venir ninguna compañía internacional tipo Wells Fargo o Western Union a poner
un sistema de remesas si tenemos sanciones. No se arriesgan a hacer eso.
Entonces, tenemos un ambiente muy malo para hacer negocios de flujos
financieros. Habría que esperar a que se levanten las sanciones, sobre todo las
de índole financiera, que son las que nos están perjudicando en ese sentido.
El mecanismo informal de
funcionamiento —compro dólares y pongo los bolívares correspondientes al tipo
de cambio del día en Venezuela— podría funcionar hasta nuevo aviso. ¿Pero hasta
qué punto puede funcionar la economía así?
La verdad es que la crisis
venezolana estalló hace tiempo. Si una crisis económica no se atiende a tiempo
deriva en una crisis social y política. Sobre todo si tiene las secuelas
sociales como las ha tenido en Venezuela.
Como no ha habido estallido
social ¿podría haber estallido político?
Ya hubo un estallido
político. En 2014, y el Gobierno respondió. En 2017 y 2019, y el Gobierno
respondió. Por eso hay más de 400 presos políticos, más de 1.000 muertos y toda
esa gente perseguida. A la población venezolana, a la más afectada, no le quedó
más remedio que salir del país. Esos 4,5 millones de migrantes que podrían
llegar a 6 millones si lo que dice ACNUR es verdad, para finales de 2020, es
gente que está saliendo desesperada frente a una situación donde la respuesta
política no funcionó. El estallido político no generó el cambio y el estallido
social tampoco.
Sí la migración venezolana
supera a la de Siria, que ya es mucho decir, el estallido social ya ocurrió.
Así que mi pregunta era más que obvia. Pero esto no quiere decir que aquí se
hizo borrón y cuenta nueva.
O que esto está tallado en
piedra.
Lejos de superarse, la
crisis sigue. ¿Aquí no va a haber un punto de inflexión?
Sí, es cierto. La crisis se
sigue incubando. Esto de los bodegones y de la dolarización es un espejismo. La
mayor parte de la población venezolana la está pasando mal, muy mal. Hay
malestar y mientras haya malestar siempre habrá inestabilidad, porque hay una
fuerza, digamos, la desesperanza que intenta minar el ánimo colectivo que
anhela un cambio. La crisis venezolana demuestra que ese ánimo cambia de la
noche a la mañana y quien se ve muy desesperanzado hoy mañana es capaz de hacer
cualquier cosa, ¿no? Al extraterrestre Guaidó, por ejemplo, yo no me lo
esperaba. Lo que ocurre es que analizamos el presente, nos concentramos en la
coyuntura, pero nos cuesta mirar más allá.
Todo espejismo se desvanece
y la gente regresa a la realidad, a una crisis sigue fuera de control. ¿Qué
podríamos ver más adelante?
Venezuela es una sociedad
que se está fragmentando y de eso no hemos hablado. Tenemos dos tipos de clase
media. Un médico, por ejemplo, cobra su consulta en dólares, y con 2000
dólares, puede vivir en una ciudad como Caracas. Pero otro sector de la clase media
se está empobreciendo. Y esa misma fragmentación también se está produciendo
entre los pobres. Un albañil cobra en dólares, pero un empleado del sector
servicio se está empobreciendo. Es una situación compleja desde el punto de
vista sociológico. En medio de esa fragmentación es muy difícil hablar de
promedios. Aquí hay una economía en dólares y nadie sabe si esa economía está
creciendo. Pudiera ser, ¿pero quién mide ese crecimiento? ¿Cuál es su cuantía?
Nadie lo sabe. También hay una economía en bolívares, mucho más grande, que se
va a seguir deteriorando, que va a seguir cayendo.
29-12-19
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