25 de diciembre de 2019
NAVIDAD 2018
Balcón central de la Basílica Vaticana
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz
grande» (Is 9,1)
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!
En el seno de la madre Iglesia, esta noche ha nacido
nuevamente el Hijo de Dios hecho hombre. Su nombre es Jesús, que significa Dios
salva. El Padre, Amor eterno e infinito, lo envió al mundo no para condenarlo,
sino para salvarlo (cf. Jn 3,17). El Padre lo dio, con inmensa
misericordia. Lo entregó para todos. Lo dio para siempre. Y Él nació, como
pequeña llama encendida en la oscuridad y en el frío de la noche.
Aquel Niño, nacido de la Virgen María, es la Palabra
de Dios hecha carne. La Palabra que orientó el corazón y los pasos de Abrahán
hacia la tierra prometida, y sigue atrayendo a quienes confían en las promesas
de Dios. La Palabra que guio a los hebreos en el camino de la esclavitud a la
libertad, y continúa llamando a los esclavos de todos los tiempos, también hoy,
a salir de sus prisiones. Es Palabra, más luminosa que el sol, encarnada en un
pequeño hijo del hombre, Jesús, luz del mundo.
Por esto el profeta exclama: «El pueblo que caminaba
en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Sí, hay tinieblas en los
corazones humanos, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en las
relaciones personales, familiares, sociales, pero más grande es la luz de
Cristo. Hay tinieblas en los conflictos económicos, geopolíticos y ecológicos,
pero más grande es la luz de Cristo.
Que Cristo sea luz para tantos niños que sufren la
guerra y los conflictos en Oriente Medio y en diversos países del mundo. Que
sea consuelo para el amado pueblo sirio, que todavía no ve el final de las
hostilidades que han desgarrado el país en este decenio. Que remueva las
conciencias de los hombres de buena voluntad. Que inspire hoy a los gobernantes
y a la comunidad internacional para encontrar soluciones que garanticen la
seguridad y la convivencia pacífica de los pueblos de la región y ponga fin a
sus sufrimientos. Que sea apoyo para el pueblo libanés, de este modo pueda
salir de la crisis actual y descubra nuevamente su vocación de ser un mensaje
de libertad y de armoniosa coexistencia para todos.
Que el Señor Jesús sea luz para la Tierra Santa donde
Él nació, Salvador del mundo, y donde continúa la espera de tantos que, incluso
en la fatiga, pero sin desesperarse, aguardan días de paz, de seguridad y de
prosperidad. Que sea consolación para Irak, atravesado por tensiones sociales,
y para Yemen, probado por una grave crisis humanitaria.
Que el pequeño Niño de Belén sea esperanza para todo
el continente americano, donde diversas naciones están pasando un período de
agitaciones sociales y políticas. Que reanime al querido pueblo venezolano,
probado largamente por tensiones políticas y sociales, y no le haga faltar el
auxilio que necesita. Que bendiga los esfuerzos de cuantos se están prodigando
para favorecer la justicia y la reconciliación, y se desvelan para superar las
diversas crisis y las numerosas formas de pobreza que ofenden la dignidad de
cada persona.
Que el Redentor del mundo sea luz para la querida
Ucrania, que aspira a soluciones concretas para alcanzar una paz duradera.
Que el Señor recién nacido sea luz para los pueblos de
África, donde perduran situaciones sociales y políticas que a menudo obligan a
las personas a emigrar, privándolas de una casa y de una familia. Que haya paz
para la población que vive en las regiones orientales de la República
Democrática del Congo, martirizada por conflictos persistentes. Que sea
consuelo para cuantos son perseguidos a causa de su fe, especialmente los
misioneros y los fieles secuestrados, y para cuantos caen víctimas de ataques
por parte de grupos extremistas, sobre todo en Burkina Faso, Malí, Níger y
Nigeria.
Que el Hijo de Dios, que bajó del cielo a la tierra,
sea defensa y apoyo para cuantos, a causa de estas y otras injusticias, deben
emigrar con la esperanza de una vida segura. La injusticia los obliga a
atravesar desiertos y mares, transformados en cementerios. La injusticia los
fuerza a sufrir abusos indecibles, esclavitudes de todo tipo y torturas en
campos de detención inhumanos. La injusticia les niega lugares donde podrían
tener la esperanza de una vida digna y les hace encontrar muros de
indiferencia.
Que el Emmanuel sea luz para toda la humanidad herida.
Que ablande nuestro corazón, a menudo endurecido y egoísta, y nos haga
instrumentos de su amor. Que, a través de nuestros pobres rostros, regale su
sonrisa a los niños de todo el mundo, especialmente a los abandonados y a los
que han sufrido a causa de la violencia. Que, a través de nuestros brazos
débiles, vista a los pobres que no tienen con qué cubrirse, dé el pan a los
hambrientos, cure a los enfermos. Que, por nuestra frágil compañía, esté cerca
de las personas ancianas y solas, de los migrantes y de los marginados. Que, en
este día de fiesta, conceda su ternura a todos, e ilumine las tinieblas de este
mundo.
Queridos hermanos y hermanas:
Renuevo mi felicitación de Navidad a todos vosotros,
presentes en esta plaza, provenientes de varias partes del mundo; también a
todos los que, desde diferentes países, nos siguen a través de la radio, la
televisión y otros medios de comunicación. Os agradezco vuestra presencia en
este día de alegría.
Todos estamos llamados a dar esperanza al mundo,
anunciando con palabras y sobre todo con el testimonio de nuestra vida que
nació Jesús, nuestra paz.
Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Os deseo
un buen almuerzo de Navidad! Hasta pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico