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martes, 25 de febrero de 2020

Cómo se convirtió la revolución de Chávez en un pésimo ejemplo para la izquierda de América Latina, por @periodistajcz




Juan Carlos Zapata 24 de febrero de 2020
@periodistajcz

La sentencia es firme: “Venezuela acabó por ser un peso político para las izquierdas, cada vez más y mejor aprovechado por las derechas para construir fantasmas de ‘venezuelización’. Frente a un escenario en el que el proceso venezolano resulta cada vez más alejado de visiones emancipatorias, gran parte de las izquierdas carecieron de herramientas teórico-políticas para dar cuenta de lo que estaba ocurriendo”. ¿Quién afirma esto?

No es un asunto nuevo. Ocurrió en Argentina. Ocurrió en Perú. Ocurrió en Centroamérica. Ocurrió en Colombia. Ocurrió en Brasil. Y hasta en México. Para evitar que llegue un Hugo Chávez había que votar contra la izquierda. Muerto Chávez, Nicolás Maduro y las políticas de este, pasaron a ser todavía un fantasma más terrible que metía miedo, metía pavor.

Chávez llegó al poder en 1999. Pero no fue sino hasta un lustro después que declaró el perfil socialista de la revolución bolivariana. La verdad es que Chávez es una mezcla de muchas cosas. De militarismo y fascismo. De autoritarismo y totalitarismo. De peronismo y populismo. Para Chávez lo primer era el poder, y estaba dispuesto a declararse marxista, leninista, maoísta, putinista, estalinista, kadafista, peronista, cristiano, ayatollista, mugabista y bolivariano si ello lo ayudaba para enquistarse en el poder. Al final, quedó en esto. Chávez era chavista y rentista, gastó el extremo, hizo del rentismo y la corrupción una política de Estado.

Pablo Estefanoni recuerda esta semana en la revista Nueva Sociedad en el artículo ‘La izquierda latinoamericana frente a Venezuela’ que el “30 de enero de 2005, en el estadio Gigantinho de Porto Alegre, el presidente Hugo Chávez declaraba la necesidad del socialismo”. Que Chávez enfatizó “que la nueva transición al socialismo debía ocurrir «¡En democracia!». Pero acto seguido aclaró: «Ojo pelao y oído al tambor: ¿en qué tipo de democracia? No es la democracia que míster Superman [por G. W. Bush] quiere imponernos desde Washington, no, esa no es la democracia». Estefanoni es jefe de Redacción de la revista Nueva Sociedad.

¿Cuál democracia? Es lo que analiza el autor. Porque Chávez usó la democracia para llegar al poder, y usó la democracia para torcer la democracia. Escribe Estefanoni: “Y ahí subyace uno de los problemas neurálgicos del chavismo en sus dos décadas de hegemonía sobre la política venezolana. Si esa «no es» la democracia, ¿con qué tipo de democracia «superar» la democracia liberal? Y, en segundo lugar: además de la democracia, ¿qué diferenciaría a este «socialismo del siglo XXI» de las experiencias del socialismo real y las «democracias populares» del siglo XX en la Unión Soviética, el este de Europa, Asia y Cuba?”.

Chávez se apropió de una frase del sociólogo Heinz Dieterich. El socialismo del siglo XXI. Pero no supo darle contenido a la misma. Chávez no era un ideólogo. Era un agitador con mucho dinero. Y con el dinero financió movimientos en América Latina. De pronto, el chavismo fue una corriente. ¿Y qué queda de aquello? Estefanoni nos recuerda, se nos olvida a veces, que Chávez es el único líder que después de la caída del Muro de Berlín, ha declarado el carácter socialista de un Estado, de una República. Pero socialista, antimperialista y chavista. En Rusia, el presidente Vladímir Putin ha puesto por delante la ideología del patriotismo. También Chávez se empeñó en cacarear la patria como slogan y política, más para nuclear en torno a los militares.

En aquella época de victorias de movimientos de izquierda en América Latina, señala Estefanoni, “Venezuela parecía ocupar entonces el lugar de una suerte de «núcleo radical» alrededor del cual se iban ubicando regímenes nacional-populares o de izquierda democrática, más moderados y/o más novatos, que daban forma al inédito giro a la izquierda continental”.

Pasó sin embargo que “el «socialismo del siglo XXI», que en sus comienzos contenía la promesa de una renovación de la izquierda que permitiera dejar atrás la historia del socialismo real, terminó por mostrar sus límites infranqueables. Lo que aparecía como una locomotora (la Revolución Bolivariana) para jalar a las fuerzas transformadoras latinoamericanas se fue transformando en un sistema crecientemente ineficiente y poco pluralista, y las semillas militaristas que contenía desde el comienzo terminaron por capturar el proceso político iniciado con el triunfo electoral de fines de 1998”.

Es aquí, luego de esta argumentación, que Estefanoni sentencia: “En ese marco, Venezuela acabó por ser un peso político para las izquierdas continentales, cada vez más y mejor aprovechado por la derecha para construir fantasmas de «venezuelización» en cada país donde las fuerzas progresistas tienen posibilidades de triunfo”.

Hoy este aspecto luce más claro que nunca. Pablo Estefanoni cita al economista Manuel Sutherland, quien apunta: «En este infausto panorama, Venezuela constituye el mejor ‘argumento’ para las derechas más retrógradas. En cualquier ámbito mediático, aprovechan la situación para asustar a sus compatriotas con preguntas como: ‘¿Quieren socialismo? ¡Vayan a Venezuela y miren la miseria!’. ‘¿Anhelan un cambio? ¡Miren cómo otra revolución destruye un país próspero!’. Sesudos analistas aseveran que las políticas socialistas arruinaron el país y que la solución es una reversión ultraliberal de la revolución».

Por su parte, Estefanoni agrega que “frente a esta situación, las izquierdas carecieron de herramientas teórico-políticas para dar cuenta de lo que estaba ocurriendo, especialmente la izquierda congregada en el Foro de San Pablo”.

La verdad es que no puede haber herramientas, porque no hay un ejemplo positivo a seguir. Por el contrario, los 6,5 millones de venezolanos que han escapado del país, son el testimonio directo de la tragedia. Y esos venezolanos han llegado a Colombia, Perú, Ecuador, Argentina. Se han esparcido por todo el continente y todo el planeta. Esos venezolanos llegan con su drama a cuestas.

Como Chávez no era un ideólogo, como no había ideólogos en el movimiento, como el proceso chavista desde el principio se alimentó de un movimiento aluvional, las contradicciones saltaban a la vista. Chávez apelaba al modelo cubano, y Fidel Castro era su principal influencia; pero también miraba hacia China y Rusia, hacia el autoritarismo de Putin y hacia el discurso de dos modelos, un país.

Estefanoni escribe que “mucho de lo que había hecho de Venezuela un modelo atractivo era profundamente contradictorio desde sus orígenes. El proceso venezolano combinó formas diversas de empoderamiento popular con el liderazgo ultracarismático de Chávez; redistribución de la renta petrolera con mecanismos de saqueo de los recursos estatales por parte de camarillas burocrático-militares que feudalizaron el Estado; democracia comunal «por abajo» con formas pretorianas y autoritarias «por arriba»; imaginación para impulsar proyectos posrentistas con absoluta incapacidad para llevarlos adelante; reforzamiento del rol del Estado con incapacidad de gestión pública. Y, desde la muerte de Chávez en 2013, un declive económico que condujo a una caída del PIB de más de 50% durante la gestión de Nicolás Maduro y una inflación de 130.000% en 2018 –según datos oficiales finalmente emitidos tras un largo silencio informativo oficial”.

Pero todavía una izquierda ciega, Cuba, el Foro de Sao Paulo, mira hacia Venezuela. ¿Por qué? Lo señala el autor: “Las izquierdas latinoamericanas leyeron –y aún leen– Venezuela a partir de los imaginarios del «cerco» construidos en relación con Cuba desde los años 60. De esta forma, el «socialismo petrolero» venezolano –tal como lo denominó el propio Chávez en 2007– es exculpado de manera regular por el retroceso al que está llevando a la sociedad venezolana. Predomina en estas visiones el antiliberalismo fuertemente afincado en las izquierdas regionales y que tiende a minimizar los problemas democráticos”.

Esa izquierda pretende construir una épica de resistencia frente a los Estados Unidos antes que observar el fracaso rotundo del modelo. El fracaso social. El fracaso en la gestión pública que, inclusive, llevó a la destrucción de Petróleos de Venezuela. Venezuela fue saqueada por los jerarcas chavistas conocidos en el mundo como la boliburguesía.

Pero esto no se observa desde los movimientos de izquierda que aún excusan al chavismo de Chávez y Maduro. Escribe Estefanoni que “el antiimperialismo se desacopla de su dimensión emancipatoria para asumir una dimensión justificatoria –e incluso celebratoria– de diversos regímenes supuestamente enemigos del Imperio (la popularidad de Muamar Kadafi en algunos sectores de las izquierdas continentales es un buen ejemplo de ello). La narrativa sobre el «poder popular» –a menudo abstracta– se vuelve una forma de encubrir los déficits democráticos y, más aún, las (abundantes) violaciones de los derechos humanos por parte de las fuerzas represivas del Estado. De este modo, el «silencio Cuba», al decir de Claudia Hilb, de muchas izquierdas latinoamericanas –y de más allá también– devino en un «silencio Venezuela», que no significó, como tampoco ocurrió en el caso de la isla, no hablar de Venezuela, sino evitar enfrentar los problemas, desechando los datos empíricos y apelando de manera mecánica a las «agresiones imperiales» como única variable explicativa, tras años de hacerlo del mismo modo con la hoy pasada de moda «guerra económica».

Apunta que “sin una izquierda más activa y creativa respecto de Venezuela, la iniciativa regional fue quedando, sin contrapesos, en manos de las derechas del continente. En la última reunión del Foro de San Pablo en La Habana, la secretaria ejecutiva, Mónica Valente, dijo que el vigésimocuarto encuentro de este espacio que reúne a gran parte de las izquierdas de la región «puede tener la misma importancia histórica de los años 90 cuando cayó el Muro de Berlín». No se refería específicamente a Venezuela, sino al «giro a la derecha» latinoamericano. Pero si se puede hablar de un Muro de Berlín regional, este se vincula de manera directa a la implosión de la Revolución Bolivariana –precisamente en el primer país que se declaró socialista después de 1989–. Por este solo hecho, el balance de esta experiencia es indispensable para cualquier renovación política y teórica de las izquierdas latinoamericanas”.


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