Juan Carlos Zapata 24 de febrero de 2020
@periodistajcz
La
sentencia es firme: “Venezuela acabó por ser un peso político para las izquierdas,
cada vez más y mejor aprovechado por las derechas para construir fantasmas de
‘venezuelización’. Frente a un escenario en el que el proceso venezolano
resulta cada vez más alejado de visiones emancipatorias, gran parte de las
izquierdas carecieron de herramientas teórico-políticas para dar cuenta de lo
que estaba ocurriendo”. ¿Quién afirma esto?
No es un asunto nuevo. Ocurrió en Argentina. Ocurrió
en Perú. Ocurrió en Centroamérica. Ocurrió en Colombia.
Ocurrió en Brasil. Y hasta en México. Para evitar que llegue un Hugo
Chávez había que votar contra la izquierda. Muerto Chávez, Nicolás
Maduro y las políticas de este, pasaron a ser todavía un fantasma más
terrible que metía miedo, metía pavor.
Chávez llegó al poder en 1999. Pero no fue sino hasta
un lustro después que declaró el perfil socialista de la revolución
bolivariana. La verdad es que Chávez es una mezcla de muchas cosas. De
militarismo y fascismo. De autoritarismo y totalitarismo. De peronismo y
populismo. Para Chávez lo primer era el poder, y estaba dispuesto a declararse
marxista, leninista, maoísta, putinista, estalinista, kadafista, peronista,
cristiano, ayatollista, mugabista y bolivariano si ello lo ayudaba para
enquistarse en el poder. Al final, quedó en esto. Chávez era chavista y
rentista, gastó el extremo, hizo del rentismo y la corrupción una política de
Estado.
Pablo Estefanoni
recuerda esta semana en la revista Nueva Sociedad en el artículo ‘La
izquierda latinoamericana frente a Venezuela’ que el “30 de enero de 2005,
en el estadio Gigantinho de Porto Alegre, el presidente Hugo Chávez declaraba
la necesidad del socialismo”. Que Chávez enfatizó “que la nueva transición al
socialismo debía ocurrir «¡En democracia!». Pero acto seguido aclaró: «Ojo
pelao y oído al tambor: ¿en qué tipo de democracia? No es la democracia que
míster Superman [por G. W. Bush] quiere imponernos desde Washington, no,
esa no es la democracia». Estefanoni es jefe de Redacción de la revista Nueva
Sociedad.
¿Cuál
democracia? Es lo que analiza el autor. Porque Chávez usó la democracia para
llegar al poder, y usó la democracia para torcer la democracia. Escribe
Estefanoni: “Y ahí subyace uno de los problemas neurálgicos del chavismo en sus
dos décadas de hegemonía sobre la política venezolana. Si esa «no es» la
democracia, ¿con qué tipo de democracia «superar» la democracia liberal? Y, en
segundo lugar: además de la democracia, ¿qué diferenciaría a este «socialismo
del siglo XXI» de las experiencias del socialismo real y las «democracias
populares» del siglo XX en la Unión Soviética, el este de Europa, Asia
y Cuba?”.
Chávez se apropió de una frase del sociólogo Heinz
Dieterich. El socialismo del siglo XXI. Pero no supo darle contenido a la
misma. Chávez no era un ideólogo. Era un agitador con mucho dinero. Y con el
dinero financió movimientos en América Latina. De pronto, el chavismo
fue una corriente. ¿Y qué queda de aquello? Estefanoni nos recuerda, se nos
olvida a veces, que Chávez es el único líder que después de la caída del Muro
de Berlín, ha declarado el carácter socialista de un Estado, de una República.
Pero socialista, antimperialista y chavista. En Rusia, el presidente Vladímir
Putin ha puesto por delante la ideología del patriotismo. También Chávez se
empeñó en cacarear la patria como slogan y política, más para nuclear en torno
a los militares.
En aquella época de victorias de movimientos de
izquierda en América Latina, señala Estefanoni, “Venezuela parecía ocupar
entonces el lugar de una suerte de «núcleo radical» alrededor del cual se iban
ubicando regímenes nacional-populares o de izquierda democrática, más moderados
y/o más novatos, que daban forma al inédito giro a la izquierda continental”.
Pasó sin embargo que “el «socialismo del siglo XXI»,
que en sus comienzos contenía la promesa de una renovación de la izquierda que
permitiera dejar atrás la historia del socialismo real, terminó por mostrar sus
límites infranqueables. Lo que aparecía como una locomotora (la Revolución
Bolivariana) para jalar a las fuerzas transformadoras latinoamericanas se fue
transformando en un sistema crecientemente ineficiente y poco pluralista, y las
semillas militaristas que contenía desde el comienzo terminaron por capturar el
proceso político iniciado con el triunfo electoral de fines de 1998”.
Es aquí, luego de esta argumentación, que Estefanoni
sentencia: “En ese marco, Venezuela acabó por ser un peso político para las
izquierdas continentales, cada vez más y mejor aprovechado por la derecha para
construir fantasmas de «venezuelización» en cada país donde las fuerzas
progresistas tienen posibilidades de triunfo”.
Hoy este aspecto luce más claro que nunca. Pablo
Estefanoni cita al economista Manuel Sutherland, quien apunta: «En este
infausto panorama, Venezuela constituye el mejor ‘argumento’ para las derechas
más retrógradas. En cualquier ámbito mediático, aprovechan la situación para
asustar a sus compatriotas con preguntas como: ‘¿Quieren socialismo? ¡Vayan a
Venezuela y miren la miseria!’. ‘¿Anhelan un cambio? ¡Miren cómo otra
revolución destruye un país próspero!’. Sesudos analistas aseveran que las políticas
socialistas arruinaron el país y que la solución es una reversión ultraliberal
de la revolución».
Por su parte, Estefanoni agrega que “frente a esta
situación, las izquierdas carecieron de herramientas teórico-políticas para dar
cuenta de lo que estaba ocurriendo, especialmente la izquierda congregada en el
Foro de San Pablo”.
La verdad es que no puede haber herramientas, porque
no hay un ejemplo positivo a seguir. Por el contrario, los 6,5 millones de
venezolanos que han escapado del país, son el testimonio directo de la
tragedia. Y esos venezolanos han llegado a Colombia, Perú, Ecuador, Argentina.
Se han esparcido por todo el continente y todo el planeta. Esos venezolanos
llegan con su drama a cuestas.
Como
Chávez no era un ideólogo, como no había ideólogos en el movimiento, como el
proceso chavista desde el principio se alimentó de un movimiento aluvional, las
contradicciones saltaban a la vista. Chávez apelaba al modelo cubano, y Fidel
Castro era su principal influencia; pero también miraba hacia China y Rusia,
hacia el autoritarismo de Putin y hacia el discurso de dos modelos, un país.
Estefanoni
escribe que “mucho de lo que había hecho de Venezuela un modelo atractivo era
profundamente contradictorio desde sus orígenes. El proceso venezolano combinó
formas diversas de empoderamiento popular con el liderazgo ultracarismático de
Chávez; redistribución de la renta petrolera con mecanismos de saqueo de los
recursos estatales por parte de camarillas burocrático-militares que
feudalizaron el Estado; democracia comunal «por abajo» con formas pretorianas y
autoritarias «por arriba»; imaginación para impulsar proyectos posrentistas con
absoluta incapacidad para llevarlos adelante; reforzamiento del rol del Estado
con incapacidad de gestión pública. Y, desde la muerte de Chávez en 2013, un
declive económico que condujo a una caída del PIB de más de 50% durante la
gestión de Nicolás Maduro y una inflación de 130.000% en 2018 –según datos
oficiales finalmente emitidos tras un largo silencio informativo oficial”.
Pero todavía una izquierda ciega, Cuba, el Foro
de Sao Paulo, mira hacia Venezuela. ¿Por qué? Lo señala el autor: “Las
izquierdas latinoamericanas leyeron –y aún leen– Venezuela a partir de los
imaginarios del «cerco» construidos en relación con Cuba desde los años 60. De
esta forma, el «socialismo petrolero» venezolano –tal como lo denominó el
propio Chávez en 2007– es exculpado de manera regular por el retroceso al que
está llevando a la sociedad venezolana. Predomina en estas visiones el
antiliberalismo fuertemente afincado en las izquierdas regionales y que tiende
a minimizar los problemas democráticos”.
Esa izquierda pretende construir una épica de
resistencia frente a los Estados Unidos antes que observar el fracaso
rotundo del modelo. El fracaso social. El fracaso en la gestión pública que,
inclusive, llevó a la destrucción de Petróleos de Venezuela. Venezuela
fue saqueada por los jerarcas chavistas conocidos en el mundo como la boliburguesía.
Pero esto no se observa desde los movimientos de
izquierda que aún excusan al chavismo de Chávez y Maduro. Escribe Estefanoni
que “el antiimperialismo se desacopla de su dimensión emancipatoria para asumir
una dimensión justificatoria –e incluso celebratoria– de diversos regímenes
supuestamente enemigos del Imperio (la popularidad de Muamar Kadafi en
algunos sectores de las izquierdas continentales es un buen ejemplo de ello).
La narrativa sobre el «poder popular» –a menudo abstracta– se vuelve una forma
de encubrir los déficits democráticos y, más aún, las (abundantes) violaciones
de los derechos humanos por parte de las fuerzas represivas del Estado. De este
modo, el «silencio Cuba», al decir de Claudia Hilb, de muchas izquierdas
latinoamericanas –y de más allá también– devino en un «silencio Venezuela», que
no significó, como tampoco ocurrió en el caso de la isla, no hablar de
Venezuela, sino evitar enfrentar los problemas, desechando los datos empíricos
y apelando de manera mecánica a las «agresiones imperiales» como única variable
explicativa, tras años de hacerlo del mismo modo con la hoy pasada de moda
«guerra económica».
Apunta
que “sin una izquierda más activa y creativa respecto de Venezuela, la
iniciativa regional fue quedando, sin contrapesos, en manos de las derechas del
continente. En la última reunión del Foro de San Pablo en La Habana, la secretaria
ejecutiva, Mónica Valente, dijo que el vigésimocuarto encuentro de este
espacio que reúne a gran parte de las izquierdas de la región «puede tener la
misma importancia histórica de los años 90 cuando cayó el Muro de Berlín». No
se refería específicamente a Venezuela, sino al «giro a la derecha»
latinoamericano. Pero si se puede hablar de un Muro de Berlín regional, este se
vincula de manera directa a la implosión de la Revolución Bolivariana
–precisamente en el primer país que se declaró socialista después de 1989–. Por
este solo hecho, el balance de esta experiencia es indispensable para cualquier
renovación política y teórica de las izquierdas latinoamericanas”.
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