Trino Márquez 19 de febrero de 2020
@trinomarquezc
Las
sanciones que los factores de poder internacional –Estados Unidos, la Unión
Europea, el Grupo de Lima- están aplicándole al gobierno de Nicolás Maduro, no
constituyen ninguna victoria de la oposición. En realidad, representan el signo
de la decadencia de un régimen que optó por atornillarse al poder, aunque esa
obsesión siga causando el aislamiento y la destrucción del país. No celebro que
los norteamericanos hayan sancionado a Pdvsa y, ahora, a Rosneft Trading,
mampara utilizada por Maduro para colocar en el mercado internacional el crudo producido
en el país, para de ese modo evadir las sanciones aplicadas por la
administración de Donald Trump. Todo esto me parece una tragedia que daña a la
nación.
Venezuela
pasó, gracias a la ambición desmedida del madurismo –y antes, del chavismo- a
ser el tablero en el que se juegan los intereses geopolíticos de los Estados
Unidos y Rusia, las dos principales potencias militares del planeta. Reducida
la capacidad de compra de los petrodólares y venida a menos la influencia de la
dictadura cubana, Maduro optó por aferrarse al cinturón de Putin para
sobrevivir en medio del cerco que lo asfixia. El autócrata ruso decidió
competir con Trump en el terreno que los norteamericanos han considerado su
área de influencia desde el siglo XIX.
La osadía de Putin colocó el conflicto en una zona peligrosa: los
gringos no permitirán impunemente que Putin expanda su influencia en América
Latina, utilizando como punta de lanza a Venezuela, ubicada en una zona clave.
Los
Estados Unidos no desean intervenir militarmente a Venezuela. No lo consideran
conveniente porque no conseguirán el apoyo de sus principales aliados
internacionales: la Unión Europea, Colombia y Brasil. Tampoco están ganados
para abrir una línea de confrontación con la mayoría de los gobiernos de la
región, que sin duda se opondrían a una intromisión violenta. Sin embargo, no
aceptarán que los rusos, los cubanos, los guerrilleros colombianos y grupos
extremistas del Medio Oriente, sigan desplazándose por el territorio
venezolano, como si estuviesen en sus propios hogares. Quienes promovieron la
invasión extranjera fueron los chavistas
y los maduristas. La incursión cubana, bielorrusa e iraní comenzó hace veintiún
años, cuando Hugo Chávez ascendió al poder. Luego, con Nicolás Maduro, esa
presencia se ha hecho más avasallante con el arribo de los chinos, los turcos y
los rusos.
Estos
últimos, con la excusa de asistir y adiestrar a los militares venezolanos en el
uso de las armas que el gobierno les compra, se han instalado en Venezuela.
Desde hace dos décadas el régimen renunció a la soberanía nacional y se entregó
en los brazos de países extranjeros. A partir de 2015, cuando Maduro perdió la Asamblea
Nacional por mayoría abrumadora y vio cerca su final y el de la era chavista,
optó por profundizar sus alianzas estratégicas con esos países, privilegiando
la cercanía con Rusia. Su interés de atornillarse a Miraflores coincidió con el
proyecto expansionista de Vladimir Putin. Por esta convergencia de intereses
objetivos, el nuevo zar de Rusia ha respaldado todas las arbitrariedades
cometidas por Maduro. Avaló la ‘institucionalidad’ madurista: el TSJ presidido
por Maikel Moreno, creado en diciembre de 2015; la asamblea nacional
constituyente, presidida por Diosdado Cabello; las elecciones de mayo de 2018,
cuando Maduro fue reelecto, y causa fundamental de la insondable crisis
política y económica que vivimos. La anexión a las aspiraciones expansionistas
del caudillo ruso y la tutela militar del nuevo imperialismo a Maduro, han sido
recompensadas con la solidaridad automática de Putin a todos los atropellos al
estado de derecho perpetrados por el régimen venezolano.
La
aspiración de Maduro de permanecer en el poder se complementa con el deseo de
Putin de convertir a Venezuela en la plataforma de lanzamiento de su proyecto
imperial en Latinoamérica. Putin necesita tiempo para que el plan se consolide.
El régimen autoritario liderado por Maduro, también. Es ideal: desprecia la
alternancia en el poder y las elecciones libres, al igual que su tutor.
Este
panorama geopolítico lo ven despejado los países aliados de la democracia
venezolana. Por ahora, han desechado la incursión militar. Lo que no han descartado,
ni descartarán, son las sanciones contra el gobierno de Maduro. El objetivo
luce claro: aislarlo, cercarlo, debilitarlo, hasta obligarlo a ceder en lo
único que le exigen: que convoque unas elecciones presidenciales justas y
competitivas, con la presencia de supervisores internacionales.
Maduro
se refugió en la cápsula que le fabricaron los rusos. Basta que Putin, con su
frío pragmatismo, se convenza de que el costo de ese apoyo resulta mucho alto
que la ganancia, para que el jefe del Psuv quede guindado de la brocha. En ese
momento solo dependerá de la fortaleza
que le brinden los militares, quienes en la Venezuela actual piensan más con
las manos en los bolsillos, que con las manos en el corazón.
En
términos muy comprimidos, este el cuadro actual. Las sanciones resultan
lamentables, pero serán inevitables mientras Maduro se niegue a convocar
elecciones presidenciales libres.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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