Por Hugo Prieto
Periodista y narrador de
estilos diversos, Sebastián de la Nuez tomó la decisión de regresar a la tierra
de la cual habían emigrado sus padres, en este giro contrario a las agujas del
reloj, que desdice de la fuerza magnética que en buena parte del siglo XX
ejerció Venezuela a todo aquel que deseaba progresar.
Todo exilio es un
cuestionamiento, una añoranza que despierta las emociones más íntimas, tal vez
por eso es una experiencia meramente individual. Se vive el aquí y el ahora,
con un pie en el lugar que se ha dejado atrás y con el otro pie en el lugar que
sirve de refugio. Ésa es la atmósfera y los trazos que condensan los relatos
que componen el libro que ha escrito Sebastián de la Nuez para poner plan de
vuelo y bitácora en su vida. Hay nostalgia y una calidez entrañable. Y también
el hallazgo de la belleza en medio del horror y la barbarie.
El libro Mudanzas de la
luna mereció el premio de la Fundación CajaCanarias de Santa Cruz de
Tenerife (2018) y la editorial Pre-Textos publicó el libro a finales de 2019.
Uno de sus relatos, «Corriente
de entusiasmo tan divina», se publica en Prodavinci con la
autorización del autor. Un adolescente ensimismado entabla comunicación con el
cosmonauta Yuri Gagarin, un transeúnte se topa con Billie Holiday en una calle
de Nueva York y ella le canta una mítica canción al oído, un visitante de la
casa natal de Ernest Hemingway se deslumbra con el chorro de luz que atraviesa
la habitación del niño que luego escribiría Adiós a las armas, son parte
de la composición literaria que le ha servido a de la Nuez para reafirmarse en
tierras movedizas.
De su autoría, tenemos Rosalía (Alfaguara,
2010), Calles de lluvia, cuartos de pensión (ganador del VI Premio
Transgenérico Anual de la Fundación para la Cultura Urbana) y, más
recientemente, también en España, se alzó con la segunda edición del Premio de
Narrativa Breve convocado por el Cabildo de Gran Canarias con la obra de
relatos Las Palmas-Caracas-Madrid. Otra voz, dentro de un movimiento coral
literario, que abona a la construcción de una novedad: La literatura
venezolana del exilio. ¿Otra línea de la tragedia? ¿Otra forma de realización?
Sin duda, ambas cosas.
¿En qué lugar de su trabajo
literario colocaría este libro de relatos?
Lo colocaría como lo más
auténtico que he hecho, todo lo que está ahí nace de una situación especial,
digamos. No es el Sebastián del lugar acomodado, sino el Sebastián que está en
el aire, que se cuestiona, que está más inseguro que nunca y necesita más que
reflexionar, asirse a su propio carácter, a lo que él es. De un tiempo a esta
parte, se ha sentido planeando en el aire, llevado por el viento, sintiendo el
peligro, porque en cualquier momento se estrella. Yo necesitaba escribir para
no caer en una depresión de tres pares de cojones, como dicen acá en España.
Escribir para sacar una idea y trabajarla, echar mano de la memoria, leer sobre
los temas que me gustan o me preocupan, buscar referencias literarias o en los
medios de comunicación, pues todo eso es un trabajo y lo hice, repito, porque
tenía necesidad de recuperarme a mí mismo.
¿Fue la necesidad, la
urgencia, que sintió luego de salir de Venezuela?
Invariablemente, lo que
escuchaba era: hay que reinventarse. La reinvención era para desempeñar un
oficio menor o para emprender un negocio si tenías el capital necesario. En
ninguna de esas opciones me veía. Yo, simplemente, quería ser lo que soy.
Entonces, no es cuestión de reinventarse, sino de ser uno mismo. Y este libro
de relatos me ayudó. Es el reencuentro con mi infancia, con la memoria, con las
cosas que me gustan, con esas referencias que una y otra vez he buscado. ¿Me
ayudaron a qué? A recuperarme a mí mismo.
Escribe: “para emprender un
viaje del cual no retornaría, al menos siendo aquel que fui”. Podría decirse:
ir a un lugar que no es el de uno y salir de un lugar que ya no es el de uno.
¿Por qué no sentirse como la brizna que arrastra el viento? ¿Qué significado
tuvo esta frase para usted?
Cada exilio es diferente,
cada exilio es personal. Para mí significa la recuperación de mi infancia, lo
que viene a cerrar un ciclo, porque había asuntos pendientes y cosas que debía
vivir. Este exilio particular, aunque no haya sido duro, aunque yo lo haya
vivido así, me llevó a sentirme como un exiliado, en el sentido lato de la
palabra. Cuando me piden que me identifique acá, en España, digo: Yo soy
Sebastián de la Nuez, periodista venezolano, nacido en Canarias. Uno es su
oficio, ¿no? Y yo me hice periodista en Venezuela. Si ese niño canario hubiese
vivido toda su vida en Canarias, quizás sería funcionario de la seguridad
social o un académico de la Universidad de la Laguna, pero ya no es el mismo y
yo soy venezolano.
¿Qué referencias perduran en
su memoria o en lo que ha visto o en lo que aparece en su cotidianidad? ¿Esas
referencias de su niñez han perdurado o han desaparecido? ¿Cómo encuentra a
España en general?
Gran Canarias, física y
geográficamente, sigue siendo aquello que yo viví y soñé, como parte de una
infancia idílica. Yo tenía dos años cuando mi padre se fue a Venezuela. Pero
eso no significó un trauma o al menos no lo viví así. Mi infancia transcurrió
en una ciudad pequeña, llena de referencias familiares, cercanas, cálidas y
esos recuerdos están atados a un bar y a una casa familiar. Al regresar uno es
crítico con el país y con la gente y se mezclan sentimientos, se mezclan cosas
y quizás prejuicios que uno se ha ido formando. Uno está atento a las cosas
buenas y a las cosas que ve con desagrado, a las cosas que se oyen o se dicen
de Venezuela, ya sea en la calle o en los medios de comunicación. El balance es
negativo en general, salvo algunas excepciones. Yo veo a España en una
crispación política permanente, esa crispación me remite continuamente a lo que
ocurrió aquí entre 1936 y 1939. A lo que se añade, además, un hecho que me ha
interesado, pero que es muy personal: mi padre estuvo en la Guerra Civil, dejó
un diario de guerra, de las cosas que vivió, de lo que vio y eso lo vine a
encontrar engavetado. Lo que he visto, en las tertulias de la televisión, en
las páginas de opinión de los diarios, es una ferocidad entre izquierda y
derecha. De eso se trató la guerra civil, de una contraposición. Hay,
efectivamente, dos Españas.
Este niño vive en los años
60, en una ciudad pequeña que pertenece a un país sumido en la pobreza y
oprimido por una dictadura, pero mira con curiosidad las fotos de un libro
sobre Caracas, una ciudad que vive una transformación urbana de gran
calado.
Mi padre llevó un libro de
regalo a Canarias cuando regresó para llevarnos a mí y a mi madre a Venezuela.
Era un libro sobre Caracas y me acuerdo exactamente de una foto que debió ser de
la avenida Los Ilustres, una maraca de avenida que me dejó impresionado, los
dos canales de circulación en ambos sentidos y la vegetación tropical
circundante. Además del libro, llevó un disco, un long play, algo que yo no
conocía de Chelique Sarabia, quien aparecía junto con otros músicos, en una
foto que se hizo en los jardines de la Ciudad Universitaria, aquella mole de
edificio, casi todo rojo, sin ventanas, seguramente el de la Biblioteca Central
de la UCV, también me dejó impresionado. A los siete años, las cosas no se te
quedan grabadas así porque sí. Era otra cosa, otro mundo, las calles de Las
Palmas, las de Vegueta, siguen siendo las mismas, estrechas y algunas cerradas
al tránsito de vehículos. Yo vine a conocer la televisión en Venezuela y lo primero
que recuerdo es al señor (Amado Pernia) del noticiero de El Observador Creole.
Caracas sigue siendo el reflejo de una ciudad latinoamericana moderna, que esté
gobernada por unos bárbaros es otra cosa, ¿no?
Fotografía de Claudia Leal |
RMTF
En otro de los relatos del
libro —publicados en esta entrega— escribes: “Noté asimismo un hondo aliento de
desasosiego donde antes hubo entusiasmo”. Estamos frente a una contraposición
de emociones, producto de los enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas
represivas de un Gobierno autoritario, una de las muchachas que participa en
las protestas, hija de inmigrantes, regresa al país de sus padres. Una
pincelada de lo que luego sería un trazo que nos ha dejado una cicatriz
permanente. Esta diáspora que se ha convertido en un tsunami indetenible.
El año 2014 fue un horror y
de las cosas que tengo más presentes está la protesta que hubo en el tramo de
la autopista que pasa por la Universidad Católica Andrés Bello. Los muchachos
salieron a protestar y se disponían a trancar dos de los tres canales de
circulación. Aparecieron los colectivos de Antímano y uno de sus integrantes
disparó, pero por fortuna falló. No fue sólo un año intimidante, sino el
momento en que el Gobierno mostró la cara más terrorífica de la represión, al
estilo de una típica dictadura latinoamericana. El hecho de que esa muchacha
haya emigrado al país de sus padres, y que esa familia haya quedado rota es lo
que hemos visto cada vez más. En ese relato se insinúa una querencia, un enamoramiento
y todo se viene abajo, dinamitado por un Estado que conspira y actúa en contra
de sus ciudadanos. ¿Ese relato es literatura, dices tú? A mí me parece más bien
una crónica. No uso un lenguaje metafórico ni me detengo en descripciones.
García Márquez dice que «la
crónica es la novela de la vida».
¿Así dice? Si lo dice García
Márquez…
¿También es válido, no?
Absolutamente.
Otros relatos tienen que ver
no ya con esa búsqueda de sus orígenes, digamos, sino con lo que serían sus
aficiones, a la música, a ciertos autores, a la cultura pop. ¿Por qué Billie
Holiday, por ejemplo?
A esta mujer la descubrí en
1989, siempre me pareció un fenómeno extraordinario y quise hacerle un
homenaje. No es tanto un cuento sino una narración expositiva, una suerte de
discurso, como podría darse en un night club de culto. Un tipo poco cultivado
entabla una relación con una mujer que representa, no sólo por su manera de
cantar, sino por la vida que llevó, el lado oscuro de la naturaleza humana que
todos llevamos dentro, pero también el lado más luminoso, el mejor. Billie
Holiday es la mejor respuesta de una raza que estaba absolutamente jodida,
sojuzgada y despreciada en Estados Unidos. Es la respuesta de una sensibilidad
que la hace superior. También es un pequeño homenaje a una de las canciones que
no me canso de escuchar, no sólo en la versión de Billie sino de otras
intérpretes: These Foolish Things (Estas pequeñas cosas tontas). ¿Por
qué no? Una canción te puede llevar a escribir un cuento. Hay una conexión,
quizás una continuidad, con un recurso literario que ya había ensayado en mi
libro Calles de lluvia, cuartos de pensión.
Al parecer, las casas donde
vivió Hemingway se han convertido en pequeños museos. Uno va a esos lugares
atraído por la deslumbrante obra de ese autor. En realidad, nadie se va a
contagiar ni de su genialidad ni de su escritura, pero las entradas se siguen
vendiendo. Vamos a las casas de los escritores para satisfacer un deseo, sólo
eso.
No hay mucho drama en ese
relato, para mí fue una pequeña diversión. Yo había mencionado esa casa en un
artículo de prensa y de ahí parte ese relato. En todo el recorrido, hay un solo
momento, eso es lo que creo. Es el punto sobre el cual yo quise hacer recaer el
meollo de la historia. Todo sucede, obviamente, en la habitación que ocupó
Hemingway de niño y lo único fiel que queda, lo único que no ha cambiado, es el
chorro de luz que penetra por la ventana. Estamos en el mes de junio, en pleno
verano. En realidad, todo lo demás ha sido impostado, maquillado, porque esa
casa pasó por muchas manos antes de convertirse en museo.
¿Qué significado tiene la
cultura pop?
La calle Carnaby de Londres,
los Beatles, Andy Warhol, los reportajes de la revista Rolling Stone, la
fascinación por la minifalda de Mary Quant, Mick Jagger, Keith Richards… ¿Eso
tiene un correlato con tu forma de narrar? ¿Es una forma de ver el mundo? Pues,
seguramente, sí. Implica una sensibilidad y uno ha aprendido a reflexionar
sobre eso. En Rubber Soul (The Beatles, 1965) hay una manera de amar o de enamorarse,
una manera de contar un viaje alucinógeno, una manera de burlarse, tengo
chofer, pero no tengo carro, una manera de ser poético en el bosque noruego y
algo de dolor por un amor no correspondido. Supongo que todo eso tiene que ver
con la cultura pop, ¿no?
23-02-20
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