Gustavo Coronel 26 de febrero de 2020
A
media mañana del 6 de agosto de 1975 el recinto del Senado venezolano se encontraba
lleno de gente deseosa de escuchar la intervención del ex-presidente y senador
vitalicio Rómulo Betancourt en el debate sobre la nacionalización petrolera que
proyectaba el gobierno de Carlos Andrés Pérez.
La
voz de Betancourt era escuchada y respetada por haber sido presidente de la
república, por su condición de gran demócrata y por su calidad de estadista. Su
discurso de dos horas fue importante puesto que apoyó el proyecto de Pérez,
defendió el Artículo Quinto que tanta resistencia generó en las filas del
izquierdismo y de la derecha copeyana y justificó el paso nacionalizador por
tres razones fundamentales: Una razón patriótica; una razón económica y una
razón geopolítica, es decir, que el tiempo había llegado para hacerlo. La
primera razón la explicó al decir que “un país termina por adquirir una sumisa
mentalidad cuando deja que otros exploten sus materias primas…”. La segunda
razón, porque la explotación directa
daría mayores ingresos fiscales y de otro orden. Sobre la tercera razón explicó
que vivíamos en un mundo interrelacionado, quizás refiriéndose a los eventos
que ocurrían en el medio Oriente, los cuales le habían dado a los países
productores mucho mayor poder frente a las empresas petroleras transnacionales.
Como
gerente medio de la industria petrolera en aquellos años no estuve de acuerdo
con su nacionalización. A diferencia de lo que pensaba el respetado y admirado
ex-presidente, siempre pensé – y continúo pensando hoy – que un suficiente
control de la industria petrolera por parte de la Nación podía y puede
perfectamente obtenerse sin necesidad de transformar la operación de la
industria en un monopolio estatal, estableciendo claras regulaciones
administrativas y técnicas sobre la actividad.
Para
ser exactos, en esos años Venezuela había llegado a tener un control
prácticamente total sobre las decisiones de la industria a través de
regulaciones existentes, tales como el decreto 832, el cual obligaba a las
empresas a someter sus presupuestos anuales a la aprobación del Estado.
Este
decreto y otras leyes y regulaciones existentes se combinaban para darle a la
Nación un poder decisorio casi total sobre la actividad petrolera. Además, le
proporcionaba a la Nación un porcentaje muy alto de los ingresos totales obtenidos
sin necesidad de que la Nación tuviera que comprometer sus propios recursos
para financiar la actividad. Es por ello que se dijo que lo que se iba a
nacionalizar realmente era el riesgo de la actividad. Era contra intuitivo
pensar que los ingresos serían mayores ya que la nacionalización involucraba la
necesidad de financiar la actividad con los dineros de la Nación. El
sentimiento nacionalista fue exacerbado por los sucesos que habían ocurrido en
Libia y en otros países productores y llamaban a la emoción y al entusiasmo,
constituyéndose en un factor adicional que apoyó la decisión de nacionalizar.
Quienes
adversábamos la decisión, una vez tomada, decidimos quedarnos a colaborar bajo
el nuevo esquema, a fin de tratar de que se hiciera de la manera más racional y
eficiente posible. Inicialmente ello se logró en gran parte, con la adopción de
un modelo sin precedentes en el mundo petrolero, consistente de cuatro empresas
operadoras integradas y una empresa matriz, coordinadora financiera y de planificación.
Al
frente de un grupo de venezolanos honestos se colocó a un gerente excepcional,
Rafael Alfonzo Ravard, quien logró por algunos años mantener el respeto del
mundo político por el manejo profesional de la industria nacionalizada. Durante
estos primeros años parecía que Pdvsa lograría ser uno de esos casos, raros en
el mundo petrolero, de una empresa del Estado profesional razonablemente
eficiente y manejada al margen de la política.
Ello
comenzó a cambiar cuando se modificaron algunos reglamentos de Pdvsa para
acortar el período de los directores y a aparecer indicios de que los
nombramientos se alejaban de consideraciones meritocráticas para dar mayor
importancia a las relaciones políticas o personales, lo cual promovió el
cabildeo dentro de la organización, deformación similar a la que ocurría en la
Fuerza Armada, en la cual los militares buscaban promoción a través de su
acercamiento al sector político.
Quitarle
a Pdvsa el fondo de inversiones petroleras durante la presidencia de Herrera
Campíns representó el final de su autonomía financiera, uno de los pilares que
el General Alfonzo predicaba como esencial para el buen funcionamiento de
Pdvsa. El mundo político comenzó a entrar a la industria petrolera, a hacerla
parte del forcejeo que se llevaba a cabo en otros sectores. Declaraciones como
las de Gonzalo Barrios y líderes del Copei sobre los excesivos salarios de los
gerentes petroleros, las acusaciones sobre colitas en los aviones de Pdvsa a
familiares y amigos de los gerentes, la constante crítica ideológica de la
extrema izquierda derrotada en el debate pre-nacionalización, todo ello fue
configurando una verdadera invasión del mundo burocrático y político del estado
venezolano a Pdvsa.
El
sueño de ver a la administración pública imitando la actividad gerencial
profesional y eficiente de Pdvsa se fue convirtiendo en la captura progresiva
de Pdvsa por la mediocridad del mundo político venezolano. A pesar de que por
muchos años Pdvsa anduvo razonablemente bien gracias a un grupo de gerentes valiosos y competentes,
la tensión entre este grupo y el mundo político se fue intensificando. El
general Alfonzo salió de la empresa y fue remplazado por una figura política.
Más tarde habría conflictos serios entre presidentes de Pdvsa como Brígido
Natera o Andrés Sosa Pietri con los ministros del sector.
La
luna de miel se terminó y aparecieron las rencillas conyugales. El mundo
político nunca pudo aceptar, por ejemplo, que un gerente petrolero pudiese
ganar más dinero que un ministro. Para ellos se trataba de que el gerente
petrolero estaba sobre remunerado cuando la realidad siempre ha sido que los
bajos sueldos de la administración pública han promovido la híper-corrupción
endémica en el mundo político venezolano. Llegar a la presidencia de los
Seguros Sociales, Aduanas o el
hipódromo, por ejemplo, era la ocasión
para robar, ya que el tiempo de permanencia en estos cargos era corto en promedio y “había que
aprovechar”. El mundo petrolero y el mundo político eran como el aceite y el
vinagre, inmiscibles.
Demasiado
bien lo hizo Pdvsa por largos años. Demasiada presión contaminante aguantó el
núcleo original que la mantuvo a niveles profesionales. Pero ya para la década
de 1990 Pdvsa mostraba clara adiposidad burocrática y se había agotado el
modelo de empresas filiales múltiples, por lo cual fue necesario ir a una
integración de las filiales y a su conversión en Unidades de Negocios por
función, es decir, a la figura de una empresa estatal única.
Este
proceso de deterioro se pudo demorar por etapas, gracias a los esfuerzos de la
gerencia petrolera. Pero la tendencia era imposible de revertir. Pdvsa iba en
camino de ser una empresa más del Estado, a lo Pemex, YPF Argentinos, Pertamina
o Petroperú. Y esto era inevitable por aquello que decía el líder sindical
Manuel Peñalver: “No somos Suizos”. Ciertamente Pdvsa hizo lo imposible para
vencer ese fatalismo pero, al final, fue tragada por la marabunta.
La
marabunta que había sido modesta hasta 1999 entró como rio crecido de la mano
de Hugo Chávez. Desfilaron por la presidencia de Pdvsa en la etapa chavista
miembros de una antología de la ignorancia y/o de la corrupción: Ciavaldini,
Parra, Rodríguez Araque, Ramírez Carreño, Del Pino, Quevedo, quienes mostraron
una progresiva eficiencia en capacidad de destrucción. Ramírez y Quevedo han
sido los peores, uno por la cantidad de años que tuvo poder para destruir la
empresa en beneficio personal y el de su pandilla, el otro por su colosal
ignorancia y negligencia criminal. Hoy está
al frente de Pdvsa un narcotraficante y lavador de dinero buscado por la
justicia internacional, asistido por un elenco de hampones. Ninguna pesadilla
puede ser peor que esta horrorosa realidad.
Se
dirá que esta debacle que ya dura 20
años fue un producto de la fatalidad pero es necesario admitir que las
fatalidades tienen que figurar en nuestros escenarios venezolanos con cierta
probabilidad de concretarse, porque han sido demasiado frecuentes para
considerarlas cisnes negros: Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez
Jiménez, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, han tenido el poder en Venezuela durante
el 65% de nuestra historia desde 1900 hasta hoy.
Lo
peor, si es que hay algo peor de lo que ya ha sucedido, es que no se advierten
en el joven liderazgo político venezolano, el cual tendrá a su cargo llevar las
riendas de la Nación del futuro, indicios claros de que la lección ha sido
aprendida. Se sigue hablando el mismo lenguaje estatizante y de adoración por
los monopolios y empresas del estado, a pesar de que ninguna ha sido beneficiosa
para el país (véase el desastre de la CVG como muestra)
Se
sigue hablando de que hay que recuperar a Pdvsa. De que hay que ponerla en
condiciones de explotar la Faja del Orinoco y llevarla a producir 5 millones de
barriles por día. De que todo podrá regresar a ser lo que fue en los primeros
años de la “nacionalización”. De que Venezuela podrá ser de nuevo una potencia
energética, ya que tenemos las “reservas probadas más grandes del mundo”, mito
que se han tragado de manera acrítica los analistas de la situación venezolana.
El
deber de quienes hemos vivido íntimamente la experiencia de Pdvsa es utilizarla
para advertir sobre el futuro, sobre los peligros de tratar de recorrer los
mismos caminos y tomar los mismos atajos que llevan al abismo.
Hay
nacionalismos sanos y nacionalismos enfermo. Hay deseos de ser independientes
que son respetables pero que deben armonizarse con las exigencias de la
interdependencia. Hay ideales de superación admirables pero que deben ser
producto del esfuerzo propio y no de resentimientos xenofóbicos. Hay
aspiraciones genuinas de control que no deben ser confundidas con la necesidad
de hacerlo todo, especialmente aquello que otros pueden hacer mejor y sin
comprometer nuestros recursos.
Con
la nacionalización petrolera quisimos ponernos los pantalones largos pero no
fue así. Andamos de taparrabos guiados por una pandilla de narcotraficantes.
Gustavo
Coronel
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico