Laureano Márquez 24 de febrero de 2020
@laureanomar
Una de las frases memorables del filósofo español José
Ortega y Gasset -que se inscribe en el antiguo debate entre determinismo y
libertad- es aquella de: «yo soy yo y mi circunstancia».
Siendo uno, pues lo que uno es y la circunstancia lo
que te rodea y te limita: las características del tiempo histórico en el que
naciste y has vivido, el medio ambiente, el sistema político del que formas
parte, las enfermedades que padeces, etc.
La circunstancia es, pues, todo aquello que te
circunda, que está alrededor tuyo. A los venezolanos nacidos en la segunda
mitad del siglo pasado nos ha cambiado mucho la circunstancia.
A diferencia de los nacidos en este siglo, que no han
conocido sino demolición y destrucción de todo lo que rodea su vida, nosotros
conocimos un tiempo de progreso y libertad, con todas las limitaciones que esas
ideas pueden tener en el contexto de América Latina.
Nos tocó vivir, sin duda, el momento de mayor avance
de Venezuela en toda su historia, con educación de calidad, salud, cultura,
empleo, una economía medianamente estable, sujeta -¿cuándo no?- a los vaivenes
del petróleo.
Eso propició en nosotros un conjunto de situaciones
que nos permitieron avanzar algo más que las generaciones que nos precedieron.
Fue el mejor momento de nuestra historia porque fue el
tiempo de la república civil, tan largamente anhelada y pospuesta por el
caudillismo militarista -que imaginábamos definitivamente derrotado-.
Para los de mi generación, abandonar el país era algo
impensable, salvo que fuera por cortos periodos y para el estudio.
Un compañero de bachillerato, amigo de tantos años que
nos han vuelto familia, abandona el país, ya no puede con él. Los que somos sus
amigos sabemos que no le queda de otra.
Los últimos tiempos le han hecho mella en su alma y si
no se va, su salud va a correr riesgo, lo sabemos. La gente de principios, que
es la gran mayoría aguanta, resiste, pero cada uno tiene su límite, ya él llegó
al suyo.
Su decisión de irse es sin duda libre, lleva años
debatiéndose, pero no se iría si no fuese por la circunstancia que le envuelve,
la misma de todos, más el yo de cada quien.
Otro compañero del grupo de bachillerato -un médico
brillante-, deseándole suerte, escribió un mensaje conmovedor que fue el que en
realidad me ha impulsado a escribir esta columna:
Aquí seguimos en Venezuela.
Más por costumbre que por convicción.
Yo en mi burbuja no me puedo quejar.
No gano mal, y menos para los estándares actuales.
Pero mi país ya no es mi país. Todo cambió
El costo de irme es muy alto y no me siento en
capacidad de asumir ese costo.
Por eso aquí sigo.
Por eso aquí sigo.
Y veremos que pasa.
Un poco de cobardía, otro de comodidad y un poco
de sentido común. Quién sabe. Y sigo aquí.
Pero no soy inmune a mi entorno.
Mis amigos, mis grandes amigos… ya casi no me
quedan. Y cómo los extraño.
Gracias a Dios mis hermanos siguen aquí y cada vez nos
unimos más.
Pero cuando alguien se va, entro en luto.
En luto porque ese alguien se va y en luto porque no
sé si estoy en lo correcto quedándome en vez de huir al precio que sea.
Esta semana se va del país un gran amigo, mi compadre,
mi profesor de dominó, un hermano más.
Ya eso rompe mi entorno familiar. Y estoy de luto.
Nos conocimos en 1975.
45 años apenas de amistad.
45 años apenas de amistad.
Entiendo sus razones para irse y lo apoyo.
Necesita respirar otro oxígeno.
Y espero de todo corazón que logre obtener todo lo que
ansía”.
La frase de Ortega trae coda: «Yo soy yo y mi
circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Pero en Venezuela,
donde hasta la filosofía va de cabeza, hay que salvar el yo de la cada vez más
aniquiladora circunstancia.
Suerte, Santander.
Laureano
Márquez
@laureanomar
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