Por Ramón Guillermo Aveledo
Unidad del liderazgo
político. Unidad del liderazgo social, económico, intelectual, espiritual,
comunicacional. Unidad estratégica, táctica, organizativa y de acción. Está en
juego la república. Ni más, ni menos
El pueblo venezolano tiene el
desafío de recuperar su democracia en la doble acepción de Sartori: como
demoprotección para defenderse de la tiranía y como demopoder, para ejercer su
decisión para avanzar en términos de desarrollo, prosperidad y justicia. El
deber indelegable del liderazgo democrático venezolano es conducir exitosamente
ese gran cambio.
Esta es una contienda
desigual. El pequeño grupo que ha privatizado el poder en su exclusivo
beneficio es francamente minúsculo. Un reducidísimo círculo ni siquiera
representativo del minoritario pero significativo porcentaje de compatriotas merecedores
de respeto que por lealtad a la memoria del difunto presidente o por el motivo
que sea, mantiene esperanzas en sus promesas y todavía lo respalda. Pero esa
soledad popular no nos aconseja subestimar al grupito que es superavitario en
recursos –mientras el país muere de mengua- y deficitario en escrúpulos. Aunque
compartido de mala gana por una coalición de socios por conveniencia, ostenta
todo el poder y abusa de él con maña y saña.
Abusa de la fuerza, olvida
los límites constitucionales, menosprecia al ciudadano, muestra indiferencia
ante el sufrimiento del pueblo para sobrevivir en la situación que desde el
poder han causado y también ante los compromisos internacionales de la
República. Si sigo por ahí la lista podría ser interminable. Ese es el
adversario que enfrentamos. Aun herido, solitario y acorralado a consecuencia
de sus graves errores, no deja de ser peligroso.
Se trata de una realidad
difícilmente discutible. La mayoría del liderazgo opositor es consciente de
ella. Hay opositores que prefieren ignorarla con motivaciones variadas. Otros
que no la ignoran, sin embargo, optan por actuar como si no existiera y, por lo
tanto, por solos como los héroes o heroínas a quienes deberemos agradecer
eterna (y anticipadamente) nuestra liberación, o por pretender imponer de facto
su línea al resto de los seres vivos.
Ante esa realidad, hay otra
que tampoco tiene discusión: la unidad de los demócratas es imperativa. Es su
primer deber. De lejos. La primerísima de sus obligaciones con millones de
venezolanos, con el país. Y no hablo solamente de la mayoría parlamentaria, a
la que tampoco haría daño un ejercicio mayor de amplitud. Si a ésta pedimos
humildad, ¿cómo no hacerlo con quienes, por muy respetables, tienen menos peso
institucional o en la opinión pública?
La fuerza repotenciada del
liderazgo de Juan Guaidó apuntala las posibilidades de la unidad. Es una
ventaja que no puede ser desaprovechada, máxime en un cuadro tan desventajoso.
Para él, el papel central, sin mezquindades. De él, una enorme responsabilidad.
La mayor de cualquier venezolano hoy. No dejarlo solo y que no actúe en
solitario. Por el bien del país entero. Entero.
25-02-20
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