Francisco Fernández-Carvajal 21 de febrero de
2020
@hablarcondios
— Jesús nos
habla en la oración.
— No desalentarnos si
alguna vez parece que el Señor no nos oye... Él nos atiende siempre y llena el
alma de frutos.
— Propósitos concretos
y bien determinados.
I. Subió Jesús al
Tabor con tres de sus discípulos más íntimos, Pedro, Santiago y Juan, que más
tarde habrían de acompañarle en Getsemaní1.
Allí oyeron la voz inefable del Padre: Este es mi Hijo, el Amado,
escuchadle. Y luego, mirando a su alrededor, ya no vieron a nadie, sino a Jesús
con ellos.
En Cristo tiene lugar la plenitud de la Revelación. En
su palabra y en su vida se contiene todo lo que Dios ha querido decir a la
humanidad y a cada hombre. En Jesús encontramos todo lo que debemos saber
acerca de nuestra propia existencia, en Él entendemos el sentido de nuestro
vivir diario. En Cristo se nos ha dicho todo; a nosotros nos toca escucharle y
seguir el consejo de Santa María: Haced lo que Él os diga2.
Esa es nuestra vida: oír lo que Jesús nos dice en la intimidad
de la oración, en los consejos de la dirección espiritual y a través de los
acontecimientos y sucesos que Él manda o permite, y llevar a cabo lo
que Él quiere de nosotros. «Por esto –enseña San Juan de la Cruz–, el
que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no
solo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos
totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad. Porque le podría
responder Dios de esta manera, diciendo: “Si te tengo ya habladas todas las
cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo
yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos solo en Él,
porque en Él te lo tengo dicho y revelado, y hallarás en Él aún más de lo que
pides y deseas (...); oídle a Él, porque ya no tengo más fe que revelar, ni más
cosas que manifestar”»3.
A la oración hemos de ir a hablar con Dios, pero
también a escuchar sus consejos, inspiraciones y deseos acerca del trabajo, de
la familia, de los amigos, a quienes debemos acercar a Él. Porque en la oración
hablamos a Dios y Él nos habla mediante esos impulsos que nos llevan a mejorar
en el cumplimiento de los deberes diarios, a ser más audaces en el apostolado,
y nos da luces para resolver –según su querer divino– las
cuestiones que se presentan.
Nuestra Madre Santa María –a quien por ser hoy sábado
podemos honrar con particular cariño a lo largo del día– nos enseña a escuchar
a su Hijo, a considerar las cosas en nuestro corazón como Ella, según lo hace
constar por dos veces el Evangelio4.
«Fue la ponderación de las cosas en el corazón lo que hizo que, a compás del
tiempo, fuera creciendo la Virgen María en la comprensión del misterio, en
santidad, en unión de Dios. Nuestra Señora, contrariamente a la impresión
habitual que existe entre nosotros, no se lo encontró todo hecho en su camino
hacia Dios, pues le fueron exigidos esfuerzos y fue sometida a pruebas que
ningún nacido de mujer –excepto su Hijo– hubiera podido atravesar»5.
En la intimidad con Dios, conoció lo que quería de Ella; allí penetró más y más
en el misterio de la Redención, y en la oración encontró sentido a los
acontecimientos de su vida: la alegría inmensa e incomparable de su vocación,
la misión de José, la pobreza de Belén, la llegada de los Magos, la zozobra de
la huida precipitada a Egipto, la búsqueda dolorosa y el feliz encuentro de
Jesús cuando este tenía doce años, la normalidad de los días de Nazaret... La
Virgen oraba y comprendía. Así nos ocurrirá a nosotros si aprendemos a tratar
con intimidad a Jesús.
II. Este es
mi Hijo, el Amado, escuchadle... Muchas veces debemos oírle, y también
preguntarle sobre aquello que no entendemos, que nos sorprende, o sobre las decisiones
que hayamos de tomar. Le preguntaremos: Señor, en este asunto, ¿qué quieres que
haga?, ¿qué te es más grato?, ¿cómo puedo vivir mejor mi trabajo?, ¿qué esperas
de este amigo?, ¿cómo puedo ayudarle?... Y si sabemos estar atentos, oiremos
esas palabras de Jesús que nos invitan a una mayor generosidad y nos alumbran
para movernos según el querer de Dios. Verdaderamente, podemos decir a Jesús en
nuestra oración de hoy: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz
de mi sendero6,
sin la cual andaría dando tropezones, sin rumbo y sin sentido. Guíame, Señor,
en mis caminos y no me dejes en medio de tanta oscuridad.
A la oración sincera, con rectitud de intención, y sencilla,
como habla un hijo con su padre, un amigo con su amigo, «están siempre atentos
los oídos de Dios»7.
Él nos oye siempre, aunque en alguna ocasión tengamos la impresión de que no
nos atiende. Como cuando Bartimeo gritaba a Jesús a la salida de Jericó y este
seguía adelante sin pararse ante los ruegos del ciego8,
o en aquella otra ocasión en la que los discípulos piden al Señor que atienda a
la mujer sirofenicia que les sigue sin dejar de suplicar por su hija enferma9.
Jesús conocía muy bien el deseo de estas personas y la fe que, con aquella
perseverancia en la oración, se hacía más firme y sincera. Él está atento a lo
que decimos, interesado en nuestros asuntos, recibe las alabanzas, las acciones
de gracias que le dirigimos, los actos de amor, las peticiones, y nos habla,
nos abre caminos nuevos, nos sugiere propósitos... En ocasiones será la oración
una conversación sin palabras, como ocurre a veces con amigos que se aprecian y
se conocen de verdad. Pero, aun sin palabras, ¡se pueden decir tantas cosas!...
Con frecuencia nos ayudará considerar en la oración
que somos los amigos más íntimos de Jesús, como los Apóstoles, que nos ha
llamado a servirle desde nuestro lugar de trabajo, y con quien hemos de tratar
muchos asuntos, como aquellos que le seguían. «El Señor, después de enviar a
sus discípulos a predicar, a su vuelta, los reúne y les invita a que vayan con
Él a un lugar solitario para descansar... ¡Qué cosas les preguntaría y les contaría
Jesús! Pues... el Evangelio sigue siendo actual»10.
Y también nosotros debemos prestar atención a Jesús que nos habla en la
intimidad de la oración.
El Señor deja en el alma abundantes frutos, aunque a
veces nos pasen inadvertidos; habla entonces de modo apenas perceptible, pero
nos da siempre su luz y su ayuda, sin la cual no saldríamos adelante.
Procuremos rechazar cualquier distracción voluntaria, veamos qué debemos cuidar
para mejorar ese rato de conversación con el Señor (guarda de los sentidos,
mortificación en lo habitual de cada día, poner más atención en la oración
preparatoria, pedir más ayudas...) y seguir el ejemplo de los santos, que
perseveraron en su oración a pesar de las dificultades. «Muy muchas veces
–recuerda Santa Teresa– algunos años tenía más cuenta con desear se acabase la
hora que tenía por mí de estar y escuchar cuando daba el reloj, que no en otras
cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante
que no la acometiera de mejor gana que recogerme a tener oración»11.
No la dejemos nunca nosotros, aunque alguna vez nos resulte árida, seca y
costosa.
«También aprovecha –señala San Pedro de Alcántara–
considerar que tenemos al Ángel de la Guarda a nuestro lado, y en la oración
mejor que en otra parte, porque allí está él para ayudarnos y llevar nuestras
oraciones al Cielo y defendernos del enemigo»12.
Este es mi Hijo, el Amado, escuchadle... Jesús nos habla en la oración. Y la Virgen,
nuestra Madre, nos señala cómo hemos de proceder: Haced lo que Él os
diga..., nos aconseja, como a los sirvientes de Caná. Porque hacer lo que
Jesús nos va diciendo cada día en la oración personal y a través de la
dirección espiritual es encontrar la llave que permite abrir las puertas del
Reino de los Cielos, es situarse en la línea de esos deseos de Dios sobre la
propia existencia. Y cuando somos dóciles a esas insinuaciones y consejos
hallamos que nuestra vida se colma de frutos, como aquellos sirvientes de Caná,
quienes, por su obediencia a las palabras de nuestra Madre Santa María,
encontraron las tinajas de piedra llenas de espléndido vino.
Acudamos a Ella y pidámosle que nos enseñe a hablar
con Jesús y a saber escucharle; renovemos el propósito firme de poner cada vez
más empeño en la oración; examinemos si estamos atentos a lo que quiera
decirnos en ese diálogo.
III. Haced
lo que Él os diga... Las palabras de la Virgen son una invitación
permanente para llevar a cabo los propósitos que cada día nos sugiere el Señor
en nuestra oración personal.
Estos propósitos deben estar bien determinados para
que sean eficaces, para que se plasmen en realidades o, al menos, en el empeño
por que así sea: «planes concretos, no de sábado a sábado, sino de hoy a
mañana, y de ahora a luego»13.
Muchas veces se referirán a cosas pequeñas de mejora
en el trabajo, en el trato con los demás, en procurar aumentar en ese día la
presencia de Dios al ir por la calle o en medio de la familia...
Otras veces nos habla el Señor a través de los
consejos recibidos en la dirección espiritual, que serán de ordinario el
principal empeño por mejorar y tema frecuente de oración. Así cada día, cada
semana, casi sin darnos cuenta, el querer divino irá señalando nuestros pasos
como una brújula indica al caminante el sendero que lleva hasta la meta. El fin
de nuestro viaje es Dios, a Él queremos encaminarnos con seguridad, sin
titubeos, sin retrasos, con toda nuestra voluntad. Nuestra primera misión es
aprender a escuchar, a conocer esa voz divina que se va manifestando en la
vida. Los propósitos diarios y esos puntos de lucha bien determinados –el examen
particular– nos llevarán de la mano hasta la santidad, si no dejamos de
luchar con empeño.
Hoy podemos ir hasta el Señor a través de Nuestra
Señora, quizá diciendo más jaculatorias, rezando mejor el Santo Rosario,
deteniéndonos con más amor en la breve contemplación de cada misterio. «Cómo
enamora la escena de la Anunciación. —María –¡cuántas veces lo hemos meditado!–
está recogida en oración..., pone sus cinco sentidos y todas sus potencias al
hablar con Dios. En la oración conoce la Voluntad divina; y con la oración la
hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen!»14.
A Ella le suplicamos hoy que nos dé un oído atento para escuchar la voz de su
Hijo, que se nos manifiesta en momentos bien determinados. Este es mi
Hijo, el Amado, escuchadle. También a Ella le pedimos un mayor empeño por
llevar a la práctica los propósitos de la oración y los consejos recibidos en
la dirección espiritual.
1 Mc 9,
1-2. —
2 Jn 2,
5. —
3 San
Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, 2, 22, 5. —
4 Lc 2,
19; 2, 51. —
5 F.
Suárez, La Virgen Nuestra Señora, pp. 198-199. —
6 Prov 30,
5. —
7 San
Pedro de Alcántara Tratado de la oración y meditación, 1,
4. —
8 Cfr. Mc 10,
46 ss. —
9 Cfr. Mt 15,
21 ss. —
10 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 470. —
11 Santa
Teresa, Vida, 8, 3. —
12 San
Pedro de Alcántara, o. c., II, 4, aviso 5º. —
13 Cfr. San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 222. —
14 Ibídem,
n. 481.
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