EFE 23 de febrero de 2020
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El
Puente Simón Bolívar ha dejado de ser puente para convertirse en muro. El sueño
de muchos venezolanos termina allí, bajo su estructura, que en vez de unir su
país con Colombia rompe las esperanzas por un futuro mejor para muchas
familias.
La
línea fronteriza que hace año era un camino a otro mundo para muchos
venezolanos lleva bloqueado desde entonces, cuando ambos países rompieron
relaciones, enfrentados por diferencias políticas e ideológicas.
Juan
Guaidó, reconocido como presidente interino de Venezuela por más de 50 países,
intentó entonces cruzar la frontera desde la ciudad colombiana de Cúcuta a la
cabeza de una caravana con alimentos y medicinas, donados en su mayor parte por
EE.UU., pero su intento fracasó por la oposición de la Guardia Nacional
Bolivariana (GNB).
Lo
que parecía ser una segunda “Campaña Libertadora”, acabó en disturbios.
Desde
entonces, nada ha cambiado en el puente internacional Simón Bolívar, el
principal de los tres que conectan a Cúcuta con el estado venezolano del
Táchira y que históricamente fue una de las fronteras más dinámicas de
Suramérica.
No
queda apenas nada de una frenética actividad comercial, ahora cerrada a los
vehículos y abierta solo a peatones que a diario cruzan a Colombia para comprar
lo que no encuentran en su país.
VIDA
NUEVA EN LA MISERIA
El
puente y sus alrededores es también el hogar de familias enteras que viven en
la miseria, como la de Alexander Ramírez, que al drama de la escasez en
Venezuela suma su tragedia familiar.
Ramírez,
de 38 años, camina con muletas porque su pierna izquierda se la amputaron a
causa de una bala perdida que lo hirió cuando aún vivía en su tierra, tras lo
cual decidió irse a Colombia con su esposa y su hijo de cuatro años, quien
sufre microcefalia.
“Aquí
estoy pasando trabajos (dificultades) en el sentido de que duermo mal, tengo a
mi hijo pasando trabajos, se me ha enfermado varias veces por el polvo, y (el
dinero) no me da para pagar un arriendo porque aquí hay que pagar arriendo;
para la comida, uno come, eso sí es verdad, por lo menos el hijo mío aquí está
bien alimentado”, cuenta a Efe.
Los
Ramírez hacen parte de los más de cuatro millones de personas que salieron de
Venezuela en los últimos años huyendo de la crisis, pero a muchos la suerte
solo les alcanzó para llegar hasta la frontera con Colombia, donde duermen
sobre cartones bajo el puente internacional, cocinan lo que consiguen en
fogones improvisados hechos en el suelo con tres piedras, y lavan ropa en el
río Táchira, frontera natural entre los dos países.
LA
CALLE POR CASA
En
situación similar está Elías Méndez, de 20 años, que desde hace seis meses
duerme en un automóvil vuelto chatarra que encontró en una calle de La Parada,
una barriada del municipio de Villa del Rosario, del área metropolitana de
Cúcuta, que es la primera imagen que los inmigrantes tienen de Colombia.
“Es
algo muy difícil porque nos toca vivir en la calle porque si pagamos arriendo,
se podrá imaginar, no hacemos nada. Aquí no tengo un trabajo estable, pero sí
puedo ayudar a mi familia, puedo juntar un saquito de comida, depositarles
(dinero) cuando uno puede, cuando uno camella (trabaja)”, dijo a Efe Méndez,
quien en Venezuela se dedicaba a la agricultura.
Todos
se ganan la vida “con lo que salga”, haciendo cualquier trabajo en La Parada,
por cuyas polvorientas calles se mueven multitudes de recién llegados que
ofrecen servicios: desde las ventas ambulantes de alimentos, bebidas y
medicinas, hasta el de “coteros”, porteadores que cargan sobre espalda y cabeza
bultos de mercancías que los venezolanos compran en Cúcuta y llevan a pie
atravesando la frontera.
El
paso se hace generalmente por el puente internacional, pero cuando la situación
se tensa entre Colombia y Venezuela y el gobierno de Nicolás Maduro lo cierra,
la gente se arriesga a cruzar el río Táchira por infinidad de trochas abiertas
en la maleza, controladas en su mayoría por bandas armadas de origen
paramilitar como la de Los Rastrojos, que a veces se enfrentan a tiros con
rivales para mantener el control de la zona y del negocio.
RELACIONES
ROTAS
A
raíz del intento de Guiadó de ingresar con la caravana humanitaria, Maduro
rompió las relaciones diplomáticas que desde 2015 estaban en mínimos, una
situación que persiste y para la que no se vislumbra una solución ni en el
corto ni en el largo plazo, lo que agrava las dificultades de los ciudadanos de
ambos países.
Aún
en las peores crisis hay que mantener contactos, de cualquier clase, por
cualquier conducto, especialmente con un país como Venezuela con el que
compartimos una frontera de 2.219 kilómetros, absolutamente permeable, para dialogar y solucionar los problemas
entre las partes independientemente del régimen que tengan”, dijo a Efe el
excanciller colombiano y decano de la Facultad de Estudios Internacionales de
la Universidad del Rosario, Julio Londoño Paredes.
Londoño,
que como militar y diplomático exploró físicamente todas las fronteras del
país, considera que Colombia, a pesar del apoyo incondicional del presidente
Iván Duque a Guaidó, debería mantener algún contacto, aunque sea mínimo, con el
régimen de Maduro. “Se ha demostrado que el señor Juan Guaidó por mucho que
tenga el apoyo de 50 países no tiene el control de Venezuela. Por lo tanto, no
creo que sea muy complicado en un momento determinado entrar en contacto -no
quiere decir reconocer un gobierno ni establecer relaciones- sobre ciertos
problemas básicos que tienen dos países con una frontera común como la
nuestra”.
AYUDA
INTERNACIONAL
Mientras
tanto, muchas de las necesidades de los venezolanos recién llegados son
atendidas por organismos como la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur),
la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), el
Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) o el Consejo Noruego para
Refugiados (NRC) en un puesto instalado del lado venezolano del puente Simón
Bolívar.
“La
Cruz Roja nos ha ayudado bastante, nos ha dado los medicamentos que son caros,
por lo menos los de las convulsiones, porque él (su hijo) también convulsiona,
y por ese lado estamos bien”, afirma Ramírez.
El
puente internacional de Tienditas era a comienzos de 2019 un hervidero de
funcionarios de Colombia, EE.UU., y líderes de la oposición venezolana tratando
de hacer llegar ayuda humanitaria a la frontera y captar la atención
internacional.
Hoy
Tienditas se ve desierto, ahogado por las necesidades de quienes se quedan en
tierra de nadie, como las relaciones entre Colombia y Venezuela.
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