Por Gioconda Cunto de San
Blas
…el santo viejo no hace
milagros.
Ante la epidemia del
coronavirus Covid-19, originada en China, que hasta el día en que esto escribo
lleva confirmados más de 72.000 casos (22 en el continente americano, 15 en
Estados Unidos y 7 en Canadá; cerca de 1.800 fatales), la Organización Mundial
de la Salud (OMS) decretó esto como una emergencia global de salud. Si bien, en
América Latina no se han registrado casos hasta la fecha, muchos gobiernos
regionales están tomando medidas prudentes para evitar que eso ocurra, a la par
de difundir informaciones que inciten a la población a acudir a centros de
salud, de sentir síntomas sospechosos de la infección.
Así las cosas, en nuestro
terruño, somos testigos de innumerables conferencias, foros, simposios, sobre
el novedoso coronavirus Covid-19, casi todos promocionados por asociaciones
médicas, institutos de investigación, universidades, academias; cuyos
científicos, alarmados ante la posibilidad de que el virus de marras llegue a
estas costas tan desprovistas de asistencia hospitalaria, se han dado a la tarea
de poner el tema en el candelero en previsión de que el virus se cuele por
nuestras porosas fronteras. Un loable esfuerzo.
Mientras tanto y sin que se
sienta una alarma similar, las viejas pestes instaladas en nuestro país desde
tiempo inmemorial, que habían sido razonablemente controladas en la segunda
mitad del siglo XX, han reaparecido vergonzosamente por derrumbe del sistema de
salud en manos del régimen. Una, que suele ser llamada ahora “la enfermedad de
la pobreza”, la tuberculosis, se llevó por los cachos a ilustres integrantes de
la godarria caraqueña colonial, entre ellos, Simón Bolívar y sus padres así
como a multitud de venezolanos que sobrevivieron a las guerras de independencia
y federal solo para perder su lucha contra el Mycobacterium tuberculosis por
falta de medicamentos eficaces, desconocidos para la época.
A la muerte del dictador
Juan Vicente Gómez, la tasa
de incidencia de tuberculosis en 1936 era de 111 por cien mil
habitantes en el país, lográndose descensos a 94 (1960), 28 (1980) y 24 (1995).
Dichos avances en el control
de la enfermedad fueron revertidos en estos tiempos tormentosos, al punto de
que en 2019 la tasa subió a casi 48 por cien mil, similar a la reportada en
1970. Es decir, 50 años atrás, con una proyección para 2021 de 74
por cien mil si no se toman medidas sanitarias urgentes para revertir
esa regresión.
Otro flagelo recurrente en
nuestro país, reflejado en notables novelas venezolanas (por ejemplo, “Casas
muertas” de Miguel Otero Silva) ha sido la malaria o paludismo. Producida por
parásitos del género Plasmodium y trasmitida por mosquitos del
género Anopheles, la malaria fue objeto de una legendaria campaña
sanitaria liderada por Arnoldo
Gabaldón como general en jefe, que comenzó en 1945 y condujo a
disminuir la rata de fallecimientos por paludismo de 112 por 100 mil habitantes
en 1945 a apenas 9 en 1950 y a 1 en 1955.
El éxito de esa cruzada fue
tal que en 1961, la OMS declaró la erradicación de la malaria en el 68% de la
zona malárica, unos 400 mil km cuadrados, un hito único en el mundo. Arturo
Uslar Pietri lo reflejó entonces de esta manera: “Los cambios sociales y
políticos que experimenta el país son no solo consecuencia de una Venezuela con
petróleo sino de una Venezuela sin malaria”.
El paludismo dejó de ser una
afección endémica en Venezuela hace setenta años, pero regresó
por sus fueros en la primera década de este siglo XXI y ahora
trasciende sus fronteras sin que nadie parezca capaz de contenerlo. Los casos
se han multiplicado notablemente, sobre todo en los dos tercios del país donde
esa enfermedad había sido erradicada por completo.
En el estado Bolívar, el
arco minero, un territorio hoy sin ley donde las mafias y las fuerzas
paramilitares hacen de las suyas en connivencia con el régimen. Hoy en día,
la OMS reporta
que Venezuela es uno de los cuatro países en el mundo, en conjunto con Nigeria,
Sudán del Sur y Yemen, que se encuentra en condición de alerta y a la vez
presenta el 53% o más de los casos de todo el continente americano.
Datos suministrados por
María Eugenia Grillet dan fe de la gravedad de la situación. En 2018 y por
segundo año consecutivo, Venezuela presentó más casos que la suma de los otros
18 países con transmisión de malaria en el continente. La tendencia al aumento
de la incidencia de casos ha sido progresiva, desde 2000 hasta 2018, haciendo
que el porcentaje de casos nuevos en Venezuela en relación al total del
continente haya aumentado 20 veces.
Muchos nos preguntamos qué
pasaría si el Covid-19 llegara a estas tierras, donde en estos años de barbarie
se ha echado para atrás no menos de 70 años en materia de salud. ¿Está
preparada Venezuela para resistir un nuevo virus? ¿Ustedes que creen, queridos
lectores?
20-02-20
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