Ismael Pérez Vigil 22 de febrero de 2020
Tras
el regreso de Juan Guaidó, se debate todavía el tema de la participación en las
elecciones parlamentarias. En dos extremos, participar o no del proceso
electoral, péndula la discusión opositora; y como quiera que la estrategia
opositora aún no está definida, podemos seguir argumentando en uno u otro
sentido. Ya nos tocará cerrar filas una vez que se defina una opción. Mientras
tanto, todas las opciones vuelven a estar “sobre la mesa”; pero, para algunos,
lamentablemente, sobre la mesa de la fantasía.
La
que está totalmente clara es la estrategia del régimen. Todas sus acciones
forman parte de lo mismo, hacer todo lo necesario para desestimular el voto
opositor y propiciar la abstención: designar un CNE a través del TSJ o de la
asamblea de los diputados tránsfugas; convocar solamente elecciones
parlamentarias; no dar ninguna condición favorable para votar; mantener a los
presos políticos y los partidos y líderes opositores inhabilitados. Contará
además con sus aliados de la “mesita” para integrar el CNE que finalmente
designen y para participar en el proceso electoral, jugando papel de
“opositores”. Contará también con “acompañamiento internacional” de sus
cómplices y, seguramente, con algunas ONG nacionales e internacionales que
siempre los apoyan.
Todo
lo anterior estará acompañado con la represión que ya conocemos y bajo el
“nuevo” esquema que vimos en la llegada de Juan Guaidó: enviar sus colectivos
violentos a agredir, hostigar y acosar a la oposición. La violencia siempre ha
sido una de las armas esenciales del régimen y de ahora en adelante arreciará,
para desestimular la movilización y la participación política opositora, por lo
que la oposición –y la comunidad internacional– deben prepararse para dar una
respuesta adecuada.
Como
a las dictaduras hay que combatirlas en todos los terrenos posibles, algunos
planteamos la necesidad de participar también en los procesos electorales que
se presenten. Naturalmente, participación sujeta a algunas condiciones;
primero, la unidad. Cualquier posición que se adopte debe ser una posición
unitaria. Segundo, luchar por un proceso electoral presidencial, bajo
condiciones y CNE negociados –designar un CNE en la AN supone una “negociación”
política, con el perdón de la palabra–; pero, tercero, en cualquier caso,
concurrir –y subrayo nuevamente la palabra unidos– a la elección que se
realice, aunque sea solo parlamentaria, para impedir que la AN caiga en manos
del régimen.
No
es fácil, como algunos creen, hacer esta propuesta de participación electoral
con el ambiente político de rechazo que hoy hay a los procesos electorales,
desacreditados por el régimen y apoyados por nosotros, opositores, en esa tarea
de descrédito. Estamos frente a una gran paradoja, sabiendo que el régimen
puede y hace trampa si vamos a votar, debemos ir a votar, porque si no lo
hacemos, el régimen ni siquiera necesitará la trampa para ganar.
Ya
tenemos experiencia –año 2005– de las consecuencias de no participar en
elecciones de AN. Eso de que la alta abstención “deslegitima” al régimen, es un
cuento de camino; la palabra “legitimidad” es solo eso, una palabra, para este
tipo de regímenes, que están sostenidos por la corrupción y la fuerza. Hugo
Chávez no se “legitimaba” por realizar elecciones, se legitimaba porque las
ganaba; ahora es igual. Por eso hay que derrotarlos, porque eso si los afecta,
frente a los suyos y frente a la comunidad internacional.
Si
no participamos, mejor para el régimen, ganará más fácilmente y ni siquiera
necesitará hacer trampa el día de las votaciones, con todas las que lleva
hechas hasta el momento le bastará; simplemente, dará cualquier resultado o
ninguno, como ya lo ha hecho otras veces, tenemos también la experiencia, por
ejemplo, aún no sabemos los resultados de la elección de los integrantes de la
ANC. El régimen controlará la AN y podrá aprobar, “legítimamente”, todas las
leyes que necesita y que sus aliados internacionales le piden para terminar de apropiarse
de la riqueza venezolana con total impunidad. Del otro lado, la oposición se
quedará sin representación parlamentaria.
El
régimen, mientras cuente con la fuerza militar que lo sostenga en el poder, no
le importa que su “legitimidad” le sea reconocida por nosotros y por la
comunidad internacional que nos apoya; legislará con una AN “ilegitima”, como
lo hizo tras las elecciones del 2005 y como lo hace con la ANC, pero legislará;
y pasará leyes con las que contribuirá más a la ruina del país y gobernará de
facto, como lo ha hecho desde 2018 aunque fue desconocida la elección
presidencial por la oposición y por buena parte de la comunidad internacional.
¿Qué
pasara si participamos? ¿Ganaremos las elecciones? ¿Se respetará el resultado
electoral? Eso nadie lo puede garantizar. Dependerá de lo que hagamos, de cómo
nos organicemos para ganar y para defender el resultado electoral.
Si
logramos repetir el triunfo de 2015, aun cuando el régimen lo desconozca –que
es lo que seguramente hará– tendremos un nuevo presidente de la AN, que será,
también, el “presidente encargado” y será la cabeza y el eje de la lucha y la
resistencia, que nuevamente podrá ser reconocido por la comunidad internacional
y nombrará embajadores ante los países que nos reconozcan, para que continúen
la labor de difusión y presión sobre la dictadura. ¿Qué ganamos con esto? ¿Será
algo útil? Sí, sin duda hoy estamos mejor que en 2018 ¿O es que alguien puede
afirmar que no?
Pero
en todo caso, salvando todas las diferencias y distancias, está el reciente
ejemplo de Bolivia en donde la oposición participó y desconoció el pretendido
triunfo de Evo Morales, y tras una activa movilización popular, obligó a
renunciar a quien hasta ese momento apoyaba la fuerza armada boliviana. Esta es
otra de las opciones “sobre la mesa”, votaron y cobraron.
Ismael
Pérez Vigil
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