Por Luisa Pernalete
“Los estudiantes caminan
entre una hora y dos para llegar a la escuela. También buena parte del personal
que labora en nuestro centro…” Y sigue narrando la directora de la Escuela
Técnica Agropecuaria San Joaquín, de Fe y Alegría, ubicada entre Anaco y Cantaura,
Oriente venezolano, zona petrolera.
Les confieso que no cerraba
la boca, se me mezclaba la indignación con la admiración. Pensaba que si yo
tuviera que caminar una hora para llegar a mi trabajo, ya habría renunciado; y
de paso, añadía la entusiasta directora: «Las carreteras son peligrosas. Hay
atracos con frecuencia». Quiero recordar que no hablo de un plantel en medio de
la selva, hablamos de un lugar desde donde se ven mechurrios quemando
–desperdiciando– el gas de nuestra industria petrolera quebrada.
Las familitas viven de la
agricultura y de los “chances petroleros”, esos trabajitos temporales de unos
días, una semana, que a veces ofrece la industria que antes modelo para el
mundo. Hay mucha pobreza y el transporte es casi inexistente.
“No siempre fue así”,
recuerda. “Cuando esta técnica abrió, las alcaldías tenían autobuses que
circulaban por los parcelamientos rurales. De Cantaura nos venían muchos
estudiantes. Pero ahora no hay prácticamente nada, ni para los estudiantes ni
para los maestros”.
A principios de este año
escolar, el personal del colegio se preocupó por la baja asistencia, pues
apenas llegó una decena de estudiantes. Entonces fueron casa por casa a visitar
a los alumnos. ¿Qué encontraron? Hambre, mucha hambre, y en consecuencia los
padres preferían que sus hijos se pusieran a trabajar y dejaran los estudios.
¿Qué tal?
La escuela comenzó una
campaña, también casa por casa, y logró revertir esa tendencia de dejar el
estudio por trabajo, por empleos que en definitiva serían precarios. Los
muchachos, agradecidos porque ellos querían seguir en el liceo. De hecho unos
cuantos habían solicitado que, aunque sus padres no habían formalizado la
inscripción, ya fuera por lo antes mencionado o porque se habían ido a las
minas, los dejaran asistir. Cosa que el plantel acogió, puesto que lo que
importa es que el joven estudie con las condiciones que tenga.
¡Son héroes esos chicos!
Caminan unos cuantos entre una y dos horas, como ya apunté. Han tenido que
luchar para no abandonar las aulas. Trabajan duro en el liceo, y luego en las
parcelas de sus familias. Lo que aprenden lo aplican…
“En la escuela granja
tenemos pollos, reses, sembramos cebollín, plátano, cambur, yuca, frijol…
Consumimos lo producido y queda para comercializar entre los vecinos”.
“Se han conseguido algunos
recursos para subsidiar pasajes, porque el poco transporte que circula es caro
para ellos. La escuela tiende la mano en todo lo que puede, como cuando hubo
una crisis de agua y en el centro teníamos; entonces se surtía a la comunidad
porque nuestra bomba sí funcionaba”, nos comentan. ¡Esta escuela es un oasis en
medio del desierto de la petrolera antes próspera!
Son héroes los estudiantes y
también los profesores. Luisa, la directora, dice con orgullo, que los docentes
no faltan. “Algunos vienen con sus zapatos rotos, de tanto caminar, pero no
faltan”
En febrero en este país
celebramos el Día de la Juventud en conmemoración de aquella famosa batalla de
La Victoria, donde jóvenes lucharon en pro de nuestra independencia. Hoy
tenemos jóvenes que contra decenas de obstáculos luchan por un país que no
quieren dejar morir; luchan para que no se vuelva normal que los chamos dejen
el aula por trabajo, en plena edad para libros y deporte.
No hay derecho a pedir tanto
heroísmo, pero mientras exista hay que reconocerlo y perseverar para que
las cosas cambien. Con estos jóvenes, se anima uno a luchar por ellos.
21-02-20
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