Carolina Gómez-Ávila 17 de febrero de 2020
Tengo
la impopular costumbre de revisar lo que dicen exponentes de derecha y de
izquierda. Eso sí, exponentes, no intelectuales orgánicos como los llamaba
Gramsci. Con esto introduzco una reflexión que me topé en Twitter y que llamó
mi atención:
“Extraordinario
graffiti del mayo francés «seamos realistas, pidamos lo imposible». Y son en
verdad realistas las izquierdas, pues al empujar a fondo logran notables
corrimientos en las agendas a diferencia de timoratos del otro lado del
mostrador imbuidos de «corrección política»”.
El
tuit es del economista argentino Alberto Benegas Lynch, hijo, del que nadie
podrá decir que simpatiza con la izquierda. El mayo francés es el de 1968,
cuando se registraron en París unas protestas inicialmente estudiantiles -y yo
diría que antipolíticas- contra el consumismo, el capitalismo y toda forma de
organización y autoridad a las que se sumaron con rapidez el Partido Comunista
Francés y grupos de obreros para protagonizar una revuelta y huelga general
históricas, lo que obligó al presidente Charles De Gaulle a convocar elecciones
anticipadas.
Pero
hay más, el extraordinario graffiti del que habla Benegas -«Seamos realistas,
pidamos lo imposible»- es una frase de Herbert Marcuse, considerado el padre de
la “nueva izquierda” muy a su despecho. Con todo esto quisiera amortiguar las
falacias ad hominem que surgirán contra la reflexión de Benegas, aunque esta
deformación en el criterio de los venezolanos ya pareciera invencible.
Para
mí, el hecho de que Benegas, tan de derecha, alabe y recomiende un proceder de
la izquierda, me lo hizo más interesante y me puso a tratar de trasladar eso de
“empujar a fondo” a nuestra circunstancia local para mover lo que está
establecido.
Creo
que “empujar a fondo” es algo a lo que se atreven con más facilidad quienes son
desafiantes y emocionalmente efervescentes que, además, son quienes justifican
mejor las propuestas ideológicas que hablan de revoluciones. Lo mismo podría
ser más difícil para quienes valoran más el orden y la convivencia, pero
“empujar a fondo” no debería confundirse con perder el respeto a las leyes ni a
sus más exigentes principios sino relacionarse con comprender mejor los límites
y acercarse a ellos.
«Seamos
realistas, pidamos lo imposible» no es una sentencia absurda sin final feliz
posible, es una orden táctica. Una que reconoce el tamaño y métodos del enemigo
a vencer y que por lo mismo nos exige desafiarlo en aquello en lo que no creyó
que nos atreviéramos a hacerlo.
Puesto
en esos términos «Elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas»
representa lo imposible que, en términos realistas, amenaza por igual a la
dictadura, a los extremistas y a los colaboracionistas. Como “elecciones libres
y justas” no es una declaración poética sino un exigente estándar internacional
que ya todos deberíamos conocer, considero que «Elecciones presidenciales y
parlamentarias, libres y justas» es prácticamente una consigna para aglutinar a
los demócratas que, por años, hemos estado horrorizados frente al falso dilema
entre violencia o genuflexión.
No,
la dictadura no quiere «Elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y
justas», pero este año está entrampada en la necesidad coyuntural de un proceso
electoral y para ello intenta legitimar unas parlamentarias de ficción a través
de los colaboracionistas de la Casa Amarilla quienes, cada vez que exijamos
«Elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas», tendrán que
renunciar a llamarnos “abstencionistas” como hacen, ofensiva y
desvergonzadamente desde que participaron en la farsa de 2018.
Esto
también descalabra a quienes sueñan con una acción armada que instaure otra
dictadura que pretenden que demos por buena. Así que con «Elecciones
presidenciales y parlamentarias, libres y justas» nos distinguiríamos de los
tres enemigos que debemos vencer para un retorno democrático al sistema republicano.
No
soy ingenua, este es el discurso que legítimamente puede blandir el pueblo.
Cualquier otra acción escapa de nuestras desarmadas manos pero esta implica una
presión, una manera de empujar que puede precipitar cualquier desenlace. Y eso
es lo que esconde el «Seamos realistas, pidamos lo imposible» de Marcuse que
nos hará empujar, esta vez, a fondo.
Carolina
Gómez-Ávila
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