Laureano Márquez 30 de abril de 2021
@laureanomar
"Que
el primer santo venezolano llegue a ser un médico, es algo que lo llena a uno
de profunda emoción (¡una alegría en medio de tanta angustia!), porque todos
nuestros médicos llevan algo de la santidad de José Gregorio Hernández y
–encima– ucevista, ¿qué más se puede pedir? Graduado de médico en 1888, se fue
a hacer “la rural” a su Isnotú natal.
Le
habían ofrecido ayuda económica para montar un consultorio en Caracas, pero él
la rechazó amablemente diciendo: “En Isnotú no hay médicos y mi puesto está
allí, allí donde un día mi propia madre me pidió que volviera para que aliviara
los dolores de las gentes humildes de nuestra tierra. Ahora que soy médico, me
doy cuenta que mi puesto está allí entre los míos”.
Pero
luego de un año de ejercicio en los Andes, recibió una beca de la fundación
Gran Mariscal de Ayacucho de la época y se fue a estudiar a París. A su regreso
al país se convirtió en uno de los pioneros de la modernización de la medicina
venezolana.
Fue de
los fundadores de la Academia de Medicina y una autoridad en materia de
bacteriología. A él se debe la introducción del microscopio en Venezuela, lo
que ya es en sí mismo un milagro, si recordamos que hablamos de finales del
siglo XIX, cuando el país no estaba para muchos miramientos sanitarios.
Publicó
algunos trabajos de investigación sobre diversas materias vinculadas a su
quehacer. Sus intereses intelectuales fueron diversos: la música, el arte, la
filosofía y –naturalmente– la teología. Hablaba inglés, francés, portugués,
alemán e italiano, dominaba el latín y tenía conocimientos de hebreo (esta
gente de antes, empeñada en avergonzarlo a uno. Claro, no tenía Instagram ni
Whatsaap, ¡así cualquiera!).
Como
galeno, su fama de persona incondicionalmente entregada a su prójimo fue
notable y si no ha sido canonizado antes es porque tal virtud en un médico
venezolano es cosa natural. Pero el fue más allá: la vida del Dr. Hernández
estuvo llena de notables muestras de santidad, en primer lugar, en relación con
la devoción por su trabajo como médico, profesor e investigador, amén del
compromiso y entrega con sus pacientes y –naturalmente– su vida de hombre de
profunda religiosidad.
En lo
que respecta a este último aspecto, hay que comenzar por decir que su segundo
apellido: Cisneros, le conecta con uno de sus antepasados, el cardenal
Cisneros, confesor de la reina Isabel la católica. Sintió el llamado de la
vocación religiosa y se fue a una cartuja en Italia. Los cartujos son de las
órdenes religiosas de mayor austeridad y rigor. El silencio es parte de su
norma de vida. Siempre que pienso en los cartujos viene a mi memoria el
simpático chiste del novicio que solo tenía la posibilidad de decir dos
palabras al año al padre abad, pasado el primer año le dijo:
¡Cama
dura!
El
abad le respondió:
Hijo,
las durezas de tu cama recuerdan lo duro que es el camino que has tomado del
seguimiento de nuestro Señor.
Pasado
un año, tuvo la segunda entrevista con el abad:
¡Comida
escasa!- dijo el novicio.
El
abad respondió:
Hijo,
la comida frugal nos recuerda que nuestro paso por la vida es breve, que los
goces de este mundo son pasajeros, que la humildad es buena y que nos
preparamos aquí para la plenitud celestial.
Pasó
otro año y el novicio tuvo su encuentro programado con el superior:
¡Me
voy!- dijo.
Gracias
a Dios, hijo, –respondió el abad– porque no abres la boca sino para quejarte.
No fue
el caso del Dr. José Gregorio Hernández, que enfermó en el monasterio y el
superior le recomendó regresar a Venezuela para reponerse. El resto de su vida
se dedicó a la medicina y a ayudar a los más necesitados. Casualmente se
dirigía a atender a una paciente humilde cuando en la esquina de Amadores fue
arrollado por un vehículo al descender del tranvía.
Ser
oficialmente santo no es cosa fácil, más si se viste de paltó, corbata y se
lleva sombrero, aunque José Gregorio ya lo es en el alma venezolana. Los
trámites comenzaron en 1949. El papa Juan Pablo II lo declaró “venerable” y
ahora un nuevo milagro lo pone en camino de su beatificación. Se trata de una
niña de 13 años víctima del hampa que llegó al hospital con un tiro en la
cabeza, luego de 4 horas de vía crucis. Contra todos los pronósticos
científicos, se recuperó de manera inexplicable. Su madre la había puesto en
manos de José Gregorio Hernández. Un milagro que de pasada pone de manifiesto
los infortunios y angustias cotidianas de nuestra gente.
¡Ay!,
nuestra misteriosa y a veces incomprensible patria, donde unos destruyen vidas
mientras otros luchan afanosamente por salvarlas, haciendo milagros así en la
tierra como en el cielo.
Venerable
siervo de Dios José Gregorio Hernández: Venezuela esta pobre y está enferma,
dos situaciones de dolor que por igual te conmueven. Concédenos el milagro en
el que todos estamos pensando justo en este preciso instante".
Laureano
Márquez
@laureanomar
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