H. C. F. Mansilla 30 de enero de 2013
Los réditos que generan las versiones
elementales del particularismo político y de su correlato, el multiculturalismo
relativista, pueden ser estudiadas brevemente en base a escritores alemanes y
austriacos que en los últimos años se han dedicado a enaltecer acríticamente
(pero con un gran despliegue conceptual) los regímenes populistas en América
Latina. Estos estudios apelan astutamente a las emociones del lector,
envolviéndolo en una atmósfera de solidaridad con los explotados, para luego
iniciar una defensa de los regímenes populistas (y de la Revolución Cubana).
Los autores de estos estudios ─ sobre todo Herbert Berger,
Hans-Jürgen Burchardt, Heinz Dieterich, Leo Gabriel, Olaf Kaltmeier y Robert
Lessmann ─ no ofrecen una sólida base empírica y documental, sino que
justifican estos modelos sociales en casi todas sus manifestaciones a causa de
su oposición “indeclinable” frente al imperialismo norteamericano.
Una de las mejores justificaciones del
populismo se logra por medio del relativismo postmodernista. No existirían, se
dice, criterios definitivos para juzgar a los regímenes populistas, que
deberían ser calificados por el voto de sus usuarios, es decir de los
ciudadanos que viven en ellos. Estos estudios favorables al populismo atribuyen
una relevancia excesiva a los (modestos) intentos de los regímenes populistas
de integrar a los explotados y discriminados, a las etnias indígenas y a los
llamados movimientos sociales dentro de la nación respectiva. Resumiendo toda
caracterización ulterior se puede decir aquí que estos estudios presuponen que
las intenciones y los programas de los gobiernos populistas corresponden ya a
la realidad cotidiana de los países respectivos. Es decir: los análisis
proclives al populismo desatienden la compleja dialéctica entre teoría y praxis
y confunden, a veces deliberadamente, la diferencia entre retórica y realidad.
Por lo general los autores de estos estudios no se percatan adecuadamente de la
dimensión de autoritarismo, intolerancia y antipluralismo, contenida en los
movimientos populistas, pues tienden a subestimar la relevancia a largo plazo
de la dimensión del autoritarismo tradicional. Sus opciones teóricas, influidas
por diversas variantes del postmodernismo y por un marxismo purificado de su
radicalidad original, se diluyen frecuentemente en un relativismo
axiológico y pasan por alto la dimensión de la ética social y
política. Para estos autores los regímenes populistas practican formas
contemporáneas y originales de una democracia directa y participativa, formas
que serían, por consiguiente, más adelantadas que la democracia representativa
occidental, considerada hoy en día como obsoleta e insuficiente.
Estos enfoques teóricos son
ilustrativos por varias razones. Todos los regímenes populistas y sus
dirigentes cultivan una visión maniqueísta que contrapone la democracia
meramente formal, basada en los derechos políticos clásicos, a
la democracia directa y sustantiva, que se expresaría
principalmente en los derechos vitales a la salud, a la
educación y a la vivienda. Un buen número de cientistas sociales apoya esta
democracia sustantiva en detrimento de la "formal". El mejor ejemplo
apologético ─ a causa de su elevada pretensión teórica ─ es
el enfoque propiciado por Hans-Jürgen Burchardt en su análisis
del régimen venezolano de Hugo Chávez. Por un lado, Burchardt admite la
mediocridad y el desorden en el desempeño del aparato estatal, constata un
"marcado incremento de incoherencia institucional", critica la falta
de transparencia, la "corrupción desbordada" y los afanes curiosos de
brindar a toda costa legitimidad a las actuaciones gubernamentales y de
complacer las "preferencias subjetivas cortoplacistas" de las
"capas sociales bajas". Este autor reconoce sin ambages el clientelismo
prevaleciente en casi todos los vínculos con el Estado venezolano, el
paternalismo del presidente ─ Chávez como el "señor
personal" de la esfera política ─ y la "manera jerárquica y
autoritaria" en la que se implementan los celebrados programas sociales
del régimen. Pero, por otro lado, Burchardt celebra no sólo el aspecto del
creciente éxito material que él atribuye a las políticas sociales de Chávez,
sino que asevera enfáticamente que lo genuinamente importante de las políticas
sociales reside en que estas han "devuelto a los pobres de Venezuela
también una voz, dignidad, esperanza y una nueva auto-estima", todo esto
dentro de una eficaz movilización política.
Al mismo tiempo Burchardt alaba la
constitución y los planes de desarrollo chavistas porque estos per se garantizarían
una democracia social y participativa, la cual sería cualitativamente mejor que
la "fracasada democracia liberal-representativa". En el marco de su
argumentación Burchardt supone que la mera existencia de la nueva constitución
chavista aseguraría sin duda una ciudadanía social basada en una
"universalización de los derechos sociales y excluyente de toda forma de
discriminación", la creación de una auténtica justicia social como
"primera meta" del orden económico y la conformación de un
"espacio participativo para todos los ciudadanos". Cuando se trata de
los instrumentos jurídicos y las declaraciones programáticas del régimen
venezolano, Burchardt presupone que estos factores pertenecientes al plano de
los programas, la retórica y las buenas intenciones tendrían efectos reales
inmediatos e insoslayables, olvidando, de modo sintomático, la diferencia y la
distancia entre pretensión teórica y realidad cotidiana que generó el
pensamiento crítico en los albores de la reflexión filosófica. El enfoque de
Burchardt celebra el modelo chavista de forma clara e inequívoca, y sólo
encuentra unos determinados elementos criticables que son los mismos que
mencionan todos los analistas opuestos al populismo.
Como resumen se puede aseverar que Hans-Jürgen
Burchardt ha realizado una oscura apología de las fuerzas políticas
colectivistas en menoscabo del individualismo racionalista, con lo cual también
reproduce uno de los tópicos centrales de todo populismo teórico-programático.
Numerosos pensadores latinoamericanos han elaborado doctrinas para justificar
corrientes particularistas y regímenes nacionalistas, enalteciendo enfoques
favorables al autoritarismo, combatiendo las tradiciones liberal-democráticas y
rechazando la cultura occidental en sus rasgos principales, aunque para ello se
basen en mistificaciones historiográficas y en una utilización
político-partidaria de datos históricos dispersos. Estos teóricos ─ que
abundan también en el ámbito europeo ─ dan a entender que la
auténtica misión de los intelectuales es asumir la vergüenza propia a causa de
la explotación occidental-capitalista del mundo entero.
Otro representante de esta tendencia
es Robert Lessmann, cuyo último libro sobre Bolivia nos
muestra una vigorosa porción de esos réditos mencionados y derivados de un
multiculturalismo elemental aplicado a la esfera política de un país andino. La
obra de Lessmann es, ante todo, el intento de demostrar una continuidad
histórico-cultural entre el Tiwanaku prehispánico y el gobierno actual de Evo
Morales. El transfondo común de ambos sería un protosocialismo de rasgos muy
originales, no derivado de otras fuentes, basado en la genuina voluntad
popular, expresada ahora por los movimientos sociales y las organizaciones
indigenistas. Todo el texto está engarzado en especulaciones esotéricasen
torno a la historia de Tiwanaku y al periodo colonial español. Lessmann
reconstruye con esmero rituales religiosos aymaras para demostrar la
continuidad y la fortaleza de las tradiciones indígenas desde épocas
inmemoriales hasta el gobierno actual. La entronización de Evo Morales en
Tiwanaku (enero de 2006) como monarca según los reconstituidos ritos incaicos
de coronación, es considerada por Lessmann como el “comienzo de una nueva era”,
tomando así la propaganda oficial como un genuino hecho empírico. Muy similar
es la creencia de Lessmann de que la nueva constitución boliviana de 2009
representaría una realidad social totalmente renovada, por supuesto mejor que
cualquier régimen anterior. Los movimientos sociales bolivianos,
presuntos herederos directos de la gran tradición tiwanakota, serían los
portadores legítimos de la nueva identidad revolucionaria, que representaría, por
otra parte, la solidaridad práctica de una gran cultura que ha resistido todos
los intentos por subyugarla.
El libro de Lessmann reúne así los
elementos que hoy exhiben algunas corrientes importantes de las ciencias
sociales: una visión idealizada y edulcorada del periodo prehispánico, una
vinculación arbitraria entre un pasado remoto y un presente estilizado, y una
descripción apologética de los modestos logros del régimen populista El
relativismo axiológico sirve para justificar al régimen populista boliviano,
pues, como Lessmann lo muestra, no importa el análisis concreto de fenómenos
comprobables según criterios racionales, sino la elaboración de una visión
especulativa que satisface ante todo necesidades emocionales de
solidaridad con causas de aparente justicia social e histórica. O sea:
como no hay un criterio racional siempre válido para juzgar un fenómeno
histórico, la opinión circunstancial de los “usuarios” del régimen populista
sería tan o más válida y aceptable que los análisis de los especialistas. A
este tipo de conclusiones llevan las variantes relativistas del
multiculturalismo. Es superfluo añadir algo sobre su pertinencia política y
calidad intrínseca.
Todos
estos enfoques reproducen el paternalismo que numerosos
europeos de izquierda y derecha cultivan con respecto a los países
latinoamericanos, que son considerados, en el fondo, como sociedades de segunda
clase, paternalismo que afloró claramente durante el debate que sostuvieron Günter Grass y
Mario Vargas Llosa hace treinta años. Como aseveró Vargas Llosa, muchos
socialistas europeos aconsejan a los latinoamericanos adoptar regímenes
autoritarios de izquierda que ellos jamás tolerarían en su propio país, pero
que consideran recomendables para las naciones “pobres” del sur. Nihil
novi sub sole.
http://polisfmires.blogspot.com/2013/01/h-c-f-mansilla-aportes-alemanes-para.html
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