Trino Márquez 10 de julio de 2014
@trinomarquezc
Emile Durkheim, uno de los fundadores
de la Sociología, habla en algunos de sus libros, especialmente en De la
división del trabajo social y El suicidio, de la anomia, concepto que luego se
populariza y extiende al resto de las ciencias sociales. La anomia se refiere a
un estado de anormalidad o perturbación patológica que modifica el
comportamiento regular, ajustado a la norma, de un individuo o de un grupo
social. El desarreglo, en el caso de una persona, puede conducirla al suicidio;
en el de sociedades, puede provocar cuadros de conmoción que cambien el funcionamiento
recurrente y esperado de instituciones y organizaciones.
En Venezuela, durante el ciclo que
comienza en 1999, hemos vivido en un estado permanente de conmoción. Siguiendo
al sociólogo francés, hemos padecido una situación anómica que alteró radicalmente el curso hacia el progreso, la
democracia y la economía de mercado, el cual -en medio de grandes
tropiezos, marchas y contramarchas-
inicia el país en 1935, cuando muere Juan Vicente Gómez, el último tirano de la
Venezuela rural y atrasada.
Suele ocurrir que cuando una sociedad
se desajusta, el desarreglo no ocurre solo en una de sus instituciones, sino en
muchos ámbitos y espacios institucionales simultáneamente. En la situación
actual abundan los ejemplos: el TSJ dictaminó que la FAN puede participar en
actos y manifestaciones políticas -desde luego, que a favor del régimen- porque
tales eventos representan una clara
manifestación de la “vocación democrática” de ese Cuerpo; el cinismo aberrante
del máximo Tribunal de la República resulta nauseabundo: quebranta la
Constitución revistiendo la violación de maquillaje democrático. Dos delincuentes, ambos expolicías, entran al
Hospital Clínico Universitario -supuestamente resguardado por colectivos oficialistas-, asesinan a un paciente y su hermano, ambos
también forajidos, y hieren a dos miembros del personal que se encontraban en
la misma sala; en respuesta a este episodio que recrea el Chicago de Al Capone,
los médicos y paramédicos de HCU protestan negándose a atender en Emergencia
hasta que se les garantice la seguridad; la respuesta del Director del HCU
–oficialista, desde luego- es que el derecho a la salud es “sagrado” y que los
profesionales están obligados a seguir laborando. La energía eléctrica se cae
en más de la mitad del país durante varias horas, Caracas parece una ciudad
atacada por una potencia extranjera, y la respuesta de algunos dirigentes del
PSUV consiste en señalar que ellos apenas tienen dieciséis años gobernando y
que necesitan unos trescientos más para solucionar los graves problemas que
fueron acumulándose desde la llegada de Colón.
El país se desintegra por el grado de
anomia global que lo afecta: inflación, devaluación, escasez,
desabastecimiento, inseguridad personal y jurídica, corrupción rampante,
deterioro de los servicios públicos. En medio de este cuadro de descomposición
integral, ¿qué es lo que más le interesa al régimen? Mantenerse en el poder a
todo trance, sin importarle cuáles sean los costos de la desintegración.
¿Con cuál receta? Falsificar los
hechos para pedir comprensión y paciencia frente a la ineptitud y la
corrupción. Apretar las tuercas en varias bisagras de la maquinaria con el fin
de acentuar la represión contra los sectores que se oponen y plantean la
alternancia en el poder. Sepultar el diálogo. Mantener recluidos a los presos
emblemáticos: Iván Simonovis y Leopoldo López. Invertir millones de dólares en
promover la consigna “no a la impunidad” y contra el Imperialismo. Incrementar
la militarización del Estado, el Gobierno y la sociedad. Impulsar el giro del
modelo para que su rasgo sea claramente militar-cívico, con un Presidente
tutelado por la alta oficialidad. Promover una sociedad donde los ciudadanos se
espíen mutuamente y el componente castrense tenga la supremacía; el país sea, en palabras de Provea, un cuartel; este es el
propósito de la Ley de Registro y
Alistamiento para la Defensa Integral de la Nación y la creación de la brigada
contra las actuaciones de los grupos generadores de violencia (que siempre
serán estudiantes y opositores),
complemento de los colectivos armados.
La disolución del país, la anomia
generalizada, obligan a la MUD y a toda la oposición a reunirse en torno a un
programa de reconstrucción nacional que dibuje un futuro alternativo y recupere
la confianza de los venezolanos, tan mallugada desde que aparecieron signos de
fractura en esa instancia coordinadora, única organización capaz de alimentar
racionalmente la confianza en que es posible recuperar pronto la democracia y
la libertad.
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