FÉLIX PALAZZI sábado 12 de julio de 2014
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
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Las distintas responsabilidades y las
múltiples circunstancias que hay que afrontar van ahogando, poco a poco,
nuestra capacidad de ser agradecidos y, con ella, nuestra felicidad. Para
Aristóteles la felicidad es aquello a lo que "todas las cosas tienden".
Evidentemente, es difícil observar la realidad y pensar que ante tanta dureza y
crueldad la felicidad sea la meta hacia lo que todo tiende naturalmente. Es,
pues, comprensible que en nuestro contexto de país esta tendencia natural sea
percibida como una realidad inalcanzable y utópica.
La felicidad puede ser entendida de diversas maneras, sea como bienestar o placer, o como una actividad contemplativa o sapiencial. Evidentemente experimentamos felicidad al lograr un objetivo, al encontrar a una persona o al engendrar a un ser humano, de tal forma que, en líneas generales, se es feliz en la obtención o logro de ciertos bienes, o de aquello que consideramos valioso para nosotros. El mismo Boecio entendió que la felicidad es inherente a los bienes. Según él debemos "recordar que la felicidad perfecta consiste en la plenitud de todos los bienes, y no en un estado de carencias y necesidades; y es autosuficiente". De allí la actitud general de asociar la felicidad con el logro y la consecución de un estado de bienestar.
El cristianismo entendió a esta noción de forma diversa. El fin último del hombre consiste en la felicidad, como también sostenía santo Tomás de Aquino, pero una tan plena y absoluta que ninguna realidad creada podría satisfacer, porque la grandeza del hombre sólo encuentra la posibilidad de ser colmada y realizada en Dios, en cuanto ser increado y origen de todo lo que existe.
Existen muchas personas que poseen cantidad de bienes, pero en realidad no son felices; tampoco lo es el corrupto que por más placer que obtenga, nada se llevará luego de su muerte. No se es feliz porque se tenga mucho o se sea autosuficiente. Se es feliz cuando uno es agradecido. Es la "gratitud" la que nos permite ser felices y nos da la oportunidad de acoger a la gratuidad de la vida. "Miren las aves del cielo que no siembran ni siegan, ni almacenan los granos en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?" (Mt 6,26). Este texto evangélico es ejemplo de la gratuidad con la que la vida puede ser recibida y aceptada.
Pero ser agradecidos no significa ser idealistas. Hay cosas que no podemos agradecer, como la nefasta y cruel realidad en la que vivimos. No hay ningún fin divino o humano que justifique tal debacle. Pero sí podemos vivir con gratuidad este momento histórico aceptando el "reto" que se nos impone, y no encerrándonos en nosotros mismos o buscando los propios beneficios. Al contrario, abriéndonos gratuitamente a la existencia ignorada o rechazada de los otros y buscando formas de crear conciencia y apoyo.
La felicidad puede ser entendida de diversas maneras, sea como bienestar o placer, o como una actividad contemplativa o sapiencial. Evidentemente experimentamos felicidad al lograr un objetivo, al encontrar a una persona o al engendrar a un ser humano, de tal forma que, en líneas generales, se es feliz en la obtención o logro de ciertos bienes, o de aquello que consideramos valioso para nosotros. El mismo Boecio entendió que la felicidad es inherente a los bienes. Según él debemos "recordar que la felicidad perfecta consiste en la plenitud de todos los bienes, y no en un estado de carencias y necesidades; y es autosuficiente". De allí la actitud general de asociar la felicidad con el logro y la consecución de un estado de bienestar.
El cristianismo entendió a esta noción de forma diversa. El fin último del hombre consiste en la felicidad, como también sostenía santo Tomás de Aquino, pero una tan plena y absoluta que ninguna realidad creada podría satisfacer, porque la grandeza del hombre sólo encuentra la posibilidad de ser colmada y realizada en Dios, en cuanto ser increado y origen de todo lo que existe.
Existen muchas personas que poseen cantidad de bienes, pero en realidad no son felices; tampoco lo es el corrupto que por más placer que obtenga, nada se llevará luego de su muerte. No se es feliz porque se tenga mucho o se sea autosuficiente. Se es feliz cuando uno es agradecido. Es la "gratitud" la que nos permite ser felices y nos da la oportunidad de acoger a la gratuidad de la vida. "Miren las aves del cielo que no siembran ni siegan, ni almacenan los granos en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas?" (Mt 6,26). Este texto evangélico es ejemplo de la gratuidad con la que la vida puede ser recibida y aceptada.
Pero ser agradecidos no significa ser idealistas. Hay cosas que no podemos agradecer, como la nefasta y cruel realidad en la que vivimos. No hay ningún fin divino o humano que justifique tal debacle. Pero sí podemos vivir con gratuidad este momento histórico aceptando el "reto" que se nos impone, y no encerrándonos en nosotros mismos o buscando los propios beneficios. Al contrario, abriéndonos gratuitamente a la existencia ignorada o rechazada de los otros y buscando formas de crear conciencia y apoyo.
Abriéndonos al otro para buscar
nuestra felicidad.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140712/gratitud
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140712/gratitud
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