Por Vladimiro Mujica,
10/07/2014
En el género de la ópera
bufa, el tema es algo jocoso, ligero, en contraste con la ópera seria dominada
por las grandes tragedias. La revolución chavista se presenta a sí misma como
una especie de revelación histórica, de obra suprema de redención de los
pobres, con grandes personajes que se auto-describen como herederos e
intérpretes del Libertador. La revolución y su partido hablan por el pueblo,
ellos son el pueblo en su propia cosmogonía y uno se imagina al procerato
chavista en una especie de representación operática, hablándole al resto del
mundo sobre el paraíso en la Tierra en que su magna obra de gobierno ha
transformado a Venezuela.
Pero la realidad y los
hechos son tercos, parafraseando a Lenin, y el resultado de la gloriosa gesta
revolucionaria está a la vista: una nación enfrentada, violenta, de la cual
cada vez más gente quiere tomar distancia. Una economía en ruinas, misterio
incomprendido por el resto del mundo que no alcanza a explicarse como un país
que literalmente nada en petróleo, no es capaz de tan siquiera garantizar un
mínimo nivel de existencia a sus habitantes. Un verdadero milagro de
incapacidad y corrupción solamente comparable al mito del rey Midas quien
transformaba en oro cuanto objeto tocaba, solamente que en su versión tropical
se trata del rey Midas al revés, que transforma riqueza y oportunidades en
detrito.
El último episodio de la
ópera bufa es la instalación en el aeropuerto de Maiquetía de un presunto
sistema de bioseguridad del aire utilizando ozono.
Contraviniendo
recomendaciones internacionales en la materia que desaconsejan el uso de un gas
irritante y agresivo como el ozono para descontaminar el aire que respiran los
humanos, estableciendo un impuesto adicional absurdo e irregular, nuestros
gobernantes, esta vez actuando a nivel regional del estado Vargas, se burlan
por enésima vez del país y su gente.
Más allá de si alguien
se está embolsillando una comisión revolucionaria por semejante despropósito,
está el contraste insondable entre un país que se cae a pedazos, donde la
muerte asecha por doquier en sus más variadas formas, desde el malandro hasta
la fuerza pública represiva, pasando por el ruleteo en los hospitales o la
búsqueda infructuosa de medicinas y tratamiento, y la absurda puesta en
práctica de un sistema riesgoso presentado como una gran novedad caribeña.
Por supuesto que lo del
sistema de bioseguridad es solamente un caso que se hace relevante no por su
magnitud sino por lo que significa en materia de burla y cinismo en el
ejercicio de la función pública. Con las explicaciones para la instalación del
sistema de ozono, compiten las de los funcionarios públicos que pretenden que
el desabastecimiento de alimentos se debe a que la gente come más y mejor.
O que hay más tráfico
porque la gente puede comprar más carros. O que las medicinas se agotan porque
ahora todos tenemos acceso a la salud. En resumen, la verdad verdadera que nos
pretenden transmitir nuestros líderes revolucionarios es que vivimos mucho peor
porque en realidad, aunque no nos demos cuenta, vivimos mucho mejor.
¿Hasta dónde es posible
arrastrar a un país a su destrucción y desgobierno? En verdad que la historia
nos enseña de manera repetitiva que el proceso no tiene límite y que mientras
los responsables de tantas cosas se sientan invulnerables y estén dispuestos a
reprimir a quienes protesten, no hay castigo humano ni divino que los haga
desistir de su propósito último y primario que es mantenerse en el poder.
Crecen el número y la
calidad de las voces en Venezuela que señalan que la ópera bufa, que sería
divertida si no tuviera efectos letales sobre la vida de los venezolanos, debe
concluir. Que estamos arriesgando vernos arrastrados a un conflicto que puede
afectar de manera irreversible las fundaciones mismas de nuestra nación. Que es
necesario tomarse en serio que se ha vulnerado muy profundamente la capacidad
de recuperación del país. Que podemos estar acercándonos al punto de no
retorno.
Algunas señales tímidas
parecen apuntar en la dirección de que alguna gente en el chavismo-madurismo ha
llegado a la conclusión de que algo debe cambiar para que todo siga igual. Es
decir, introducir algo de racionalidad en el manejo de la economía para bajar
la presión social y que ellos puedan continuar en el poder por toda la
eternidad. La oposición debe reunir la fortaleza y la seguridad para negociar
con el Gatopardo chavista en todos los frentes, al tiempo que reúne sus huestes
para minarle sus espacios de apoyo popular. Tienen razón tanto quienes
sostienen que es necesario invertir un esfuerzo muy importante en las elecciones
parlamentarias, como quienes apuntan que sigue pendiente la tarea de canalizar
el descontento popular en una estrategia de resistencia pacífica ciudadana. Así
de compleja es la tarea. Mientras tanto, el show y la ópera bufa deben
continuar, para desgracia y vergüenza de nuestro país.
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