Américo Martin 03 de julio de 2014
I
El deterioro del país es tan
devastador que no puede alegrar a nadie. Entre el imparable proceso de
militarización –caricatura en la que encarnó la prometida revolución- a costa
de cualquier noción de democracia, y el asalto demoníaco de males inmerecidos,
Venezuela adolece perversidades que castigan a todos. La tragedia se refleja en
las ojeras que circundan la mirada cada vez más triste del presidente Maduro,
en la desolada declaración de Diosdado afirmando que de irse del partido lo
haría en silencio, y en el recrudecimiento de los ataques internos que sacuden
la fortaleza gubernamental. El confuso panorama hierve en el clamor crepitante
en hospitales, centros educativos, empresas, sindicatos y lugares de trabajo,
barrios y poblados castigados por plagas que no perdonan a nadie.
La situación de Venezuela está siendo
desvestida por mentes lúcidas como –tomo al azar- el doctor José Manuel
Olivares, haciendo la síntesis dramática de los problemas de la salud, o
economistas y profesionales que ofrecen impresionantes diagnósticos sobre temas
económicos, internacionales y políticos, o dirigentes sindicales que no
aguantan más la decadencia de Guayana (el antiguo Pittsburgh, alguna vez
prometido con probidad por Rómulo Betancourt), los abnegados luchadores en
barrios y poblados, las nuevas generaciones estudiantiles, los padres y
maestros agrupados contra la amenazada educación, los atormentados empresarios
del país que casi no hallan como mantenerse en actividad, los dirigentes de la
MUD y los grupos políticos que no están en ella, mientras se multiplican duras
críticas en el seno mismo del partido de gobierno.
II
Si no hay alma ilesa en tan crudo
momento, podría decirse que por sobre divergencias, sospechas, suspicacias,
ambiciones legítimas e incluso odios personales, la gran causa es, por su
contenido, la democracia o sistema de convivencia civilizada de todas las
corrientes del pensamiento, y por su forma, la unidad nacional sin exclusiones
aunque sean inevitables por supuesto las autoexclusiones. Al fin y al cabo a
nadie puede rogársele que se sobreponga a particularismos y se una a una
auténtica gran causa nacional.
Las causas de este tipo no son
frecuentes y tampoco se inventan. Nacen de realidades objetivas como las que
descarnadamente se aprecian hoy en Venezuela. Lo que en circunstancias como
éstas lo que urge es encontrar salidas capaces de favorecer a todos, no importa
dónde esté uno ubicado.
Simone de Beauvoir y Claude Lanzmant
dieron una curiosa explicación sobre la frecuencia de las divisiones en la
autodenominada izquierda cada vez que discutía sus problemas de identidad o de
sustancia, a diferencia de las consecuencias menos dolorosas que prevalecían en
lo que ellos llamaban “derecha”
Lo que pasa –dijeron- es que la
izquierda pretende crear un nuevo mundo, un nuevo hombre, en cambio la derecha
se limita a administrar lo que ya existe. Estando pues todo por inventarse, los
desencuentros en aquella serían lo normal.
Siempre me pareció esa una
interpretación ingeniosa, pero en realidad es un auto-consuelo para no admitir
que los desenlaces cismáticos solo evidenciaban la inviabilidad de las
fantasías que suelen enfrentar en sus debates. En el PSUV lo estamos viendo. En
la imposibilidad de explicar el hondo fracaso del modelo socialista siglo XXI,
se difuminan en vagas teorías o intercambio epítetos de traición e
inconsecuencia. Los más simples pretenden que todo se debe a que el legado del
gran caudillo ha sido abandonado. Por cierto, este socorrido alegato pasa por
alto que ese legado está perfectamente resumido en la carta de ruptura
presentado por Giordani. Si, como lo calificó Maduro, esa carta equivale a
“traición”, en realidad el traidor sería su amado caudillo, autor del
pensamiento expuesto por Giordani.
III
¿Cómo explicar entonces que la
oposición –tan urgida de extender la unidad más allá de sus fronteras, de modo
que abra cauce a la disidencia chavista- no sea capaz de unir lo que ya tiene?
Cuando uno escucha de un lado anunciar
un “deslinde” o del otro decir que la Mesa es un emporio de vividores o de
incautos, tiene que llegar a la conclusión de que no hay por ahora líderes
idóneos para interpretar la gran causa de la unidad y mucho menos para
encabezarla.
¿Deslinde de qué? ¿De contenidos? Las
diferencias en la unidad democrática se dan por supuesto, precisamente por eso
se va a la unidad, que en puridad significa tanto como decir:
-
Tú y yo pertenecemos a corrientes ideológicas distintas, pero como se levanta
un gran obstáculo que se propone extinguir la democracia y con ella toda
posibilidad de que podamos –tú y yo- discutir nuestras diferencias sin terminar
en la cárcel, estamos obligados a unirnos para remover ese obstáculo, salvar la
democracia y la pervivencia del pluralismo, suprema expresión de aquella.
¿O será deslinde acerca de cómo
provocar el cambio?
Unos confían más en las elecciones,
otros en la renuncia o la constituyente.
¿Y cuál es el problema? Si la renuncia
–ahora acompañada por chavistas como Acosta Chirinos- fuera viable, en qué
afectaría a quienes descansan en las elecciones? La renuncia presidencial las
anticipa.
Son ambiciones enfrentadas, dicen
otros. Perfecto, ¡que luchen por el liderazgo, eso sí, sin pisarse la manguera!
¡Es la fuerza del pluralismo democrático! ¡Es la desgracia del pensamiento
único!
En un país que no quiere agonizar, las
mayorías han de unirse para salvarse. Así fueron las emancipaciones
hispanoamericana y norteamericana, las revoluciones francesas, la Ilustración.
Los leones irían al frente, quizá varias hienas los siguieran atrás, pero si
antes de la batalla Bolívar y Washington se hubieran consagrado a seleccionar
puros comprobados y sospechosos presuntos, todavía seríamos de la Madre Patria.
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