Por José Domingo Blanco, 08/08/2014
Es inconcebible que en un país como el nuestro tenga que discutirse sobre el aumento de la gasolina. En un país normal esto no se debate porque sería parte de los planes de la nación. Pero, los gobiernos venezolanos siempre han considerado esto una decisión política, la cual no es. Aunque es cierto que, para quienes temen perder el poder, tiene un alto costo político. No puede ser que, por el fantasma de lo que ocurrió el 27 de febrero del año 89, los políticos de turno le hayan tenido un pavor exacerbado a abordar el tema. ¿Para qué existe PDVSA, una empresa de la que todos los gobiernos se han jactado en decir que es una de las más exitosas del mundo? Actualmente, sin duda, PDVSA está desviada de su verdadera razón de ser y existir.
Hoy tendríamos que estar discutiendo sobre otras cosas, más importantes y trascendentales para el país, que la del aumento de la gasolina. Esta era una decisión que debió tomarse hace tiempo. Como me decía un amigo recientemente en mi programa de radio, citando cifras, “la deuda externa venezolana alcanza la cifra de 106 mil millones de dólares, a pesar de que el precio del barril de petróleo ronda los $100”. Recuerdo que comentó que, en 1998, con el barril de petróleo en siete dólares, la deuda externa era de 28,5 mil millones de dólares; es más, la deuda total venezolana -interna más externa- en 1998, era de 33 mil millones de dólares, equivalente al 35% del PIB. Y en 2013, la deuda total estaba por encima de los 200 mil millones de dólares, que corresponden a más del 70% del Producto Interno Bruto.
Y remataba mi amigo frente a los micrófonos: “en época de los gobiernos adecos-copeyanos la diferencia entre el dólar negro y el dólar oficial, nunca pasó de 250%. Hoy esta diferencia alcanza y sobrepasa un 800%”.
Son tantos los problemas por los que atraviesa Venezuela que, hace aproximadamente 5 años atrás, nos reunimos un grupo de amigos para escucharnos e invitar a diferentes personalidades, de distintos sectores del quehacer nacional, con la sencilla pretensión de estructurar un proyecto, con la esperanza de encontrar soluciones. Comenzamos con mucha emoción, y poca disciplina, teniendo encuentros semanales, en los que hablamos sobre muchísimos temas: discutimos sobre el lamentable hecho de que no existiera un proyecto país, sino proyectos individuales; hablamos de hacer planteamientos formales para el sector salud. Recuerdo con atención uno que me motivó muchísimo, que consistía en desarrollar un programa para evitar el hambre en la población; otro sobre la necesidad de construir ciudades (transformar los barrios en ciudades y urbanizarlos para mejorar la calidad de vida de quienes habitan en ellos). Pero, específicamente, recuerdo a un experto petrolero de vieja escuela, que nos dijo “nuestro problema fundamental es ¿de qué vivimos hoy en día? y la respuesta sigue siendo la misma: ¡del petróleo! Su utilización es la misma; vendemos fósil, fósil y fósil y no desarrollamos absolutamente nada. Habría que asignar el 30% al desarrollo petroquímico y otros desarrollos de la industria. Pero, ni siquiera llegamos al 2%. Es urgente y vital la inversión en petroquímica. Por ejemplo, la flota petrolera nacional es una inmensa fuente de trabajo y está en pañales”.
En esa reunión discutimos que es obvio que el petróleo es nuestra principal fuente de ingreso y lo seguirá siendo por mucho tiempo. El experto, en aquel entonces, no abogaba la oferta país por ir a un proceso de privatización o regalías rentistas de PDVSA. Apostaba, en todo caso, a un proceso de perfeccionamiento en la producción y aprovechamiento óptimo de las reservas de crudo pesado encontrados en la Faja del Orinoco; no solamente en términos de producción a través de alianzas con empresas internacionales –es decir, en términos de regalías y repartos (o cargas en positivo)- sino a través de un verdadero proceso de transferencia tecnológica.
PDVSA tiene que volver a ser una empresa dedicada a la producción y venta de crudo, y no a la producción y venta de subsidios sociales; estos subsidios populistas que han desviado la atención de su objetivo mercantil y han abarrotado de manera inadecuada la carga burocrática y los gastos de nuestra estatal petrolera. He allí el miedo real de aumentar la gasolina, porque se ha tergiversado de tal manera el rol primigenio de la industria, como país productor petrolero que aún, haciendo lo indebido para supuestamente favorecer a los más desposeídos, dejaron de lado lo verdaderamente clave en este asunto: la pérdida en la comercialización del combustible.
¿A quién se le ocurre aumentar la gasolina, si estamos gobernados por unos corruptos? El aumento de la gasolina es el aumento de la corrupción. Estaríamos de acuerdo con su aumento, si y solo sí, tuviésemos la certeza de que redundará en beneficio de los venezolanos, en mejores hospitales, vialidades, seguridad, sistemas eléctricos, comunicaciones… ¡no para que se lo roben o se invierta en ideales trasnochados!
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