Por José Domingo Blanco, 30/01/2015
Si fuera cineasta, ya estaría tras los derechos de lo que luego, sin
temor a equivocarme, sería una superproducción, récord en taquilla. A mi
película la llamaría “El Hijo de Scarface”, algo así como una secuela de
aquella que en su momento protagonizara Al Pacino, allá por los 80: “Scarface”,
¿la recuerdan? Sólo que en la mía, en mi película -“El Hijo de Scarface”- el
protagonista no sería un cubano humilde con ansias de dinero y poder llegando a
Miami en balsita; escalando posición a punta de malas juntas y negocios
ilícitos; sino un criollito, tal vez un soldadito de poca monta –también de
origen sencillo, humilde y sin mayores glorias o fortuna- que, de la noche a la
mañana –bueno, tal vez, no tan de la noche a la mañana- se convierte,
presuntamente, en Tony Montana II o Tony Montana “El Junior” o Scarfacito… el
nombre, lo decidiría después.
Por supuesto que tendría que hilar muy bien la trama, porque como toda
noticia “en pleno desarrollo”, arrancada de la vida misma, cualquier desenlace
podría pasar. De lo que sí estoy convencido es que, en este caso, sólo estamos
viendo la puntica del iceberg. ¡Apenas se está asomando un rayito de Sol!
Tendría además que ponerle al guión su toque de humor, con algún personaje
secundario que, en su afán de adular al “supuesto” capo y, por supuesto,
defenderlo de las calumnias que están diciendo en su contra para desprestigiar
al “santo varón”, abrirá la boca para decir alguna barbaridad con la que
creerá, se la está comiendo; pero que enfurecerá al mafioso, haciendo caer al
segundón en desgracia. Pero, es que no podría esperarse nada menos del
personajito de relleno, que gustara de decir sandeces –porque a eso nos habrá
acostumbrado; pero que, hecho el tonto, también habrá logrado amasar su nada
despreciable fortuna, que exhibe -a pleno Sol- luciendo sus relojes de marca,
trajes de lujo y accesorios Louis Vuitton.
Película que se respete, siempre tiene que tener algo de romance. Así
que ingeniaré alguna subtrama con las aventuras amorosas de “El Hijo de
Scarface” a quien, a lo mejor, vinculo con alguna actriz o cantante que, quizá,
en uno de sus arrebatos de celos por una montada de cachos in fraganti,
decidirá auto cancelarse los servicios brindados y las loas proclamadas en
apoyo a la revolución. Ah, claro, en algún momento me tocará darle a mi guión
algún contexto político, y hablar de revolución siempre ha tenido su toque de
grandilocuencia. Volviendo a la subtrama, le indicaré al director que haga un
primer plano de la cara de la actriz, la cual revelará sus paticas de gallo y
sus continuas visitas al quirófano, esas que le borraron los rasgos con los que
alguna vez logró un papel protagónico. La dama en cuestión caminará cautelosa
hasta la caja fuerte. Tendrá miedo de ser descubierta por el hombre que todos
temen por su discurso camorrero y amenazante; pero, a quien se unió, en
principio, haciéndole creer que compartían ideales. Abrirá la caja fuerte –cuya
combinación memorizó de tanto que vio al supuesto capo abrirla y cerrarla para
guardar las pacas de billetes verdes que, hasta ese momento, todos
desconoceremos de dónde sacó. Tal vez en ese instante, entre escena y escena,
como hacían en el cine mudo, meto un cartel con algún refrán: “ladrón que roba
a otro ladrón, tiene cien años de perdón”…
En alguna toma, pondré a mi protagonista a repetir este diálogo, sobre
todo, porque quiero aspirar al premio Oscar. Y de su actuación dependerá su
nominación como actor principal:
-¿Llegó el alijo a los almacenes de la costa? –preguntará el
protagonista a sus lacayos, sin sospechar que uno de esos serviles guardianes
está cogiendo dato de los movimientos y negocios de El Hijo de Scarface, para
luego pirarse rumbo al viejo Continente, abrir la boca y “cantar” todo lo que
presenció. Un desertor al que el Cartel en pleno tildará de vendido, en un afán
por zafarse de acusaciones. Dirán, para quedar como niños de pecho, que el seguridad
aceptó soborno para dañar la imagen de la revolución.
-Tenemos que cobrar los servicios por la mercancía entregada y
distribuida, exitosamente- ordenará a otro de sus súbditos- y que ese dinerito
me lo manden en efectivo. Yo prefiero tenerlo aquí, debajo del colchón.
Contando fajos y fajos de verdes – ¿por qué será que esos billetes
están impresos con el mismo color de los uniformes militares? ¿Será esa la
razón por la que a los castrenses les gustan tanto? ¿Quizá porque combinan
mejor con sus trajes y les engordan sabroso las billeteras? – así es como lo
recordarán sus allegados que, de flash back en flash back, me
ayudarán a reconstruir la historia que voy a narrar.
Pero como quiero que mi largometraje se convierta en un film de ciencia
ficción -que nada tenga que envidiarle a los que hace George Lucas- pondré a El
Hijo de Scarface, vestido con una braga naranja, llegando a Washington DC, para
comparecer ante la justicia. La ciencia ficción siempre es un éxito de taquilla
y los venezolanos merecemos una película con ¡final feliz! Si al menos no es
feliz, algún final que nos haga creer que la justicia tarda pero llega, y que
el delito, llámese narcotráfico o corrupción, no queda impune ni se sale con
las suyas.
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