Por Raúl González Fabre SJ., 20/01/2015
La economía real venezolana puede compararse a un avión con dos motores: uno público basado en la propiedad
gubernamental sobre el petróleo, hidrocarburos, minerales e hidroelectricidad;
y otro privado que estriba en la producción habitual de la mayoría de los
bienes y servicios. En los países comunes, la economía pública depende casi
enteramente de la privada, porque se alimenta de los impuestos sobre esta. Pero
no en Venezuela, país muy rico en recursos naturales propiedad del Estado.
Los gobiernos venezolanos habían intentado usar el motor petrolero
para, de diversas maneras según su ideología, desarrollar una economía privada
competitiva internacionalmente. El éxito que obtuvieron es perfectamente
descriptible pero, bueno, algo consiguieron. Por el contrario, el hacer económico del socialismo del siglo
XXI vino a consistir en apalear al sector privado, pasando cada vez más
funciones económicas del motor privado al público. En otro lugar hemos descrito
algunos problemas
de ese programa. Con él en efecto se han sustituido bienes producidos en
Venezuela por importaciones, creando sumideros de recursos públicos (gente que
vive del Estado) allí donde había fuentes (gente que producía y pagaba
impuestos).
Eso ha dejado al sector privado en Venezuela reducido básicamente a
servicios que se prestan los venezolanos unos a otros, más vendedores y
revendedores de productos importados, sin capacidad ninguna de exportación
formal. Hay bastante exportación informal a Colombia, de todos los bienes que
el Estado venezolano subsidia para consumo interno (empezando por la gasolina,
básicamente gratuita). Pero en realidad no
se exporta el bien sino el subsidio. Al precio de coste venezolano la
mayoría de esos productos no podrían venderse en Colombia; se venden más
baratos que los productos colombianos porque el Estado venezolano los subsidia.
Estas “exportaciones” son así otro sumidero de recursos para el país, no una
fuente como en el resto del mundo.
Lógicamente, si la economía real acaba apoyándose en la producción
pública de minerales y semejantes, resultará extremadamente sensible a los precios internacionales. Basta ver lo
que ha pasado en el último año con el precio
del petróleo, para entender por qué está el presidente buscando alguna salida
para dar de comer a los habitantes (cualquiera
menos la única que funcionaría: volver el suministro de alimentos
seriamente al sector privado, y dejar al Estado la sola función de asegurar que
ese sector sea competitivo y no oligopólico, tanto en producción como en
distribución). También se explica por qué faltan muchos alimentos básicos en
las tiendas de Venezuela, por qué hay colas para comprar comida y por qué está
prohibido (con mucha vigilancia pero poco éxito) tomar fotos tanto en los
supermercados como de las colas afuera de ellos.
Evidentemente, un gobierno socialista del siglo que sea si no consigue
dar de comer a su población no puede
considerarse exitoso, menos aún si tampoco consigue reducir el número de
asesinatos por cien mil habitantes (36 veces mayor que la cifra española). Son
de temer por ello novedades sociales en Venezuela, tal vez también políticas.
Si el lector está interesado en análisis independiente de partidos, los
encontrará en la revista SIC del
Centro Gumilla de los jesuitas en
Caracas, que además ha reseñado amablemente la salida de entreParéntesis.
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