Leonardo Fernández enero
de 2015
En
los días previos al 23 de enero de 1958, la tranquilidad parecía reinar en la
dictadura de Pérez Jiménez, los medios silenciados no publicaban las
movilizaciones de quienes se atrevían a protestar contra el régimen. La gran
mayoría de los líderes de la oposición estaban presos o en el exilio. Los
esbirros estaban prestos a arremeter contra las manifestaciones populares, los
Poderes Públicos secuestrados y en teoría quedaban por lo menos 5 años más de
Pérez Jiménez.
Pero
en el fondo el pueblo de Venezuela tenía una sed de libertad insaciable y toda
la represión y censura no iba a alcanzar para detener la determinación de esos
hombres y mujeres que salieron a la calle a devolvernos la democracia. A pesar
del silencio al que estaban obligados los medios de comunicación, de la
brutalidad de cuerpos como la Seguridad Nacional; los estudiantes, amas de
casa, profesores, obreros y pueblo en general salieron valiente y
organizadamente a dar fin a una dictadura. El 23 de enero la Vaca Sagrada salía
de Caracas cargada de dinero fruto de la corrupción y el saqueo a las arcas
venezolanas.
Si
este relato se les hace familiar y notan parecidos tal vez no sea simple
coincidencia, pero lo que es importante es aprender de nuestro pasado para
poder abrir paso a un mejor futuro. Las manifestaciones que simultáneamente se
dieron por varias ciudades del país, a pesar del intento de invisibilizarlas en
los medio masivos de comunicación, demuestran que una vez más nuestro pueblo
está decidido a retomar la senda de la democracia y las libertades que una vez
conquistaron nuestros antepasados aquel 23 de enero.
La
ruta para poder salir de esta terrible crisis en todos los aspectos de la vida
nacional, pasa por la presencia de nuestro pueblo en la calle, es un derecho
que reivindicamos y que está garantizado en nuestra constitución en su artículo
68. Nadie nos podrá quitar ese derecho sagrado de manifestarnos y de protestar
por el terrible manejo de la economía, de la salud, la educación, y que nos
tiene sumidos en una catástrofe general.
No
se trata de alentar atajos ni escenarios de violencia, quien alegue que la
salida es por esa vía debe ser sospechoso de connivencia con el gobierno,
porque en momentos de la popularidad más baja del oficialismo y en el que la crisis
golpea a los que una vez vistieron las camisas rojas, los escenarios de
violencia y caos solo le convienen a los que pretenden atornillarse al poder a
toda costa.
Pero
tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados esperando las siguientes
elecciones, mientras nuestro pueblo padece los efectos de un sistema ruinoso y
en decadencia. No se puede pensar solo en elecciones mientras pacientes mueren
en hospitales y clínicas por falta de insumos tan simples como un yelco, o
mientras una madre sufre con su hijo epiléptico porque el fenobarbital
desapareció, y así miles de historias que diariamente nos encontramos en
nuestro recorrido por los sectores de Maracaibo.
Las
manifestaciones deben ser pacíficas, sí, pero contundentes y contestatarias.
Deben ser organizadas y no buscar el caos o la anarquía sino acompañar a los
ciudadanos a expresar su indignación con un gobierno que nos trajo a la actual
situación. La protesta debe estar centrada en los temas que diariamente
inquietan a los ciudadanos, logrando que día a día más se sumen a esta causa y
se rompa el silencio y el miedo. Salgamos seguros que el pueblo una vez toma
las riendas de su destino es imparable, y que detrás de la tranquilidad del
dictador se esconden siempre los vientos de cambio.
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