Por Jesús
Alexis González, 19/01/2015
El titulo se
vincula con la denominada enfermedad
holandesa o “mal holandés “extrapolada en su esencia al caso venezolano, a
la luz de lo sucedido en los Países Bajos a comienzo de los 70 con la aparición
de importantes yacimientos de gas que propició una masiva entrada de divisas y
una apreciación en el tipo de cambio
del florín holandés, alterando la competitividad externa de los otros bienes y
servicios exportables. Tal situación es similar a lo acontecido en Venezuela,
cuando el precio del petróleo saltó de un histórico US$3/b hasta alcanzar una gran media de US$44,43/b en el periodo
1999-2009, habida cuenta de una tendencia creciente del promedio anual desde
US$12/b en 1999, 20 en 2000, 34 en 2001,
30 en 2002, 34 en 2003, 38 en 2004, 50 en 2005, 60 en 2006, 65 en 2007, 88.74
en 2008 y 57.02 en 2009; para luego situarse dicha media en US$93.12/b en el último quinquenio 2010-2014 ante un comportamiento
cíclico que mostró un promedio de US$72.69/b en 2010, 101.04 en 2011, 103.42 en
2012, 99.98 en 2013 y 88.47 en 2014. Ese escenario favorable de precios,
evidentemente provocó fuerte entrada de divisas y la correspondiente apreciación del tipo de cambio del
bolívar que nos condujo a una inclinación perversa hacia las importaciones (más
del 75% del consumo nacional) en desmedro del aparato productivo nacional,
configurándose la enfermedad venezolana
que recrudece a principios de 2011 momento cuando nuestro crudo alcanza un
promedio superior a los US$100/b, induciendo una política fiscal expansiva y prociclica que a la postre magnificó la
tendencia secular hacia el déficit
fiscal (25% del PIB en 2014) que ha venido “equilibrándose” por intermedio
de la emisión de deuda y su monetización
mediante la emisión de dinero inorgánico con obvio efecto inflacionario,
todo ello en un marco de reducción de
las inversiones en favor de la demanda agregada de carácter social y
populista; estructura funcional que ha venido perturbando el crecimiento
económico, la competitividad internacional de las exportaciones no petroleras y
el mercado doméstico de bienes y servicios (entre otros). Hoy día asumimos con
claridad y “sentimos” los efectos del mal
venezolano, ante la caída del precio promedio de la cesta petrolera
nacional hasta US$39,8/b al 16/01/15 (más del 60%); aun así asumimos para 2015
una estimaciónoptimistade unos US$60/b (US$ 57/b es el precio de rentabilidad del
esquisto de EUA), para un nivel de gasto
publico recurrente que implícitamente ubica el precio petrolero de ejecución (PPE) cercano a los US$125/b,
situación que permite inferir un déficit
fiscal 2015 superior a los US$ 56.000 millones en el entendido que por cada
1$ de caída el país deja de percibir US$ 770 millones netos. Es de aclarar, en
lo atinente al presupuesto nacional, que esta
insuficiencia debe ajustarse en un 43% en razón al aporte del SENIAT al
presupuesto de ingresos (el cual intentarán aumentar) hasta situar la
insuficiencia enUS$ 32.000 millones;
monto que se irá incrementando por el impacto del crecimiento vegetativo del gasto público (aumento salarial, nuevas
inversiones, elecciones parlamentarias, etc) que muy probablemente llevará la
insuficiencia fiscal 2015 por encima de
losUS$ 36.000 millones; lo cual impedirá atender, entre otras acciones, los
requerimientos de divisas de la economía a los niveles de US$ 77.500 millones
en 2012, 71.000 millones en 2013 y los ya reducidos 57.200 millones en 2014,
materializándose un impacto en la balanza de pagos y un desastre en el
comportamiento de la indeseable economía
de puertos y por ende en el bienestar del venezolano especialmente afectado
por un desabastecimiento en escenario recesivo, en áreas muy sensibles como
alimentos, medicinas, electrodomésticos y ropa.
El 2015
refleja un profundo desequilibrio macroeconómico, que en mucho se debe a una desorientación ideológica, donde
resaltan la escasez de divisas, la inflación, la sobrevaluación de la moneda,
la situación crítica de las reservas internacionales, el estrangulamiento del
aparato productivo, el desabastecimiento, la perdida el poder adquisitivo del
bolívar, la disminución del nivel y calidad de vida, y muchas otras .En fin, un tipo
de cambio sobrevaluado no se resuelve con devaluaciones sistemáticas aplicadas en unescenario inflacionario permanenteque con seguridad revertirá a una
nueva situación de desequilibrio con más sobrevaluación e inflación; o lo que
es lo mismo, la acción de fondo para controlar la enfermedad venezolanaha de
sustentarse en “recetas económicas”prescritas con recomendaciones donde prive
lo técnico sobre el populismo político, con
una perfilada política económica,en
conjunto con un cambio del actual modelo
económico disfuncional, una reducción del tamaño del Estadoy del Gobierno incluida
una apertura hacia el sector privado(más del 80% de la
población lo desea) en un clima de
confianzaque impulse la credibilidad en relación a futuras medidas
gubernamentales, y así reducir la
incertidumbre enemiga de la inversión y el crecimiento económico.
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