Por Golcar
Rojas, 18/01/2015
“#CompreTipoNormal”
ponía el cartelito que sostenía una señora en una fotografía que circuló por
las redes hace poco. La expresión de la doña, con sonrisa forzada y acompañada
de una niña, menor de edad a despecho de la Lopna, y que mira de reojo a la cámara
con expresión de incredulidad, denota cierta vergüenza en la pose. No es para
nada natural la imagen. Es evidente que es una fotografía tendenciosa con la
que el régimen pretende hacer creer que el desabastecimiento en Venezuela es
falso, una mentira más de la cacareada “Guerra económica”, con la que pretenden
justificar el desastre.
“#CompreTipoNormal”
tipo normal retumba en mi cerebro cuando a las 3:30 de la tarde del domingo 18
paso por la avenida y veo una larga hilera de varias cuadras de carros
estacionados al borde para permanecer allí, hasta la mañana siguiente, para ver
si logran comprar la batería para su vehículo. Todo dependerá de si llegan
baterías, si llega la que necesita, si cumple con los requisitos para poder
comprarla: llevar el carro que necesita la batería, llevar la batería vieja. Si
no la tiene, porque fue robada, tiene que llevar la denuncia del robo con sello
húmedo de la policía. Todo muy normal. Como en cualquier país del mundo, pues.
“#CompreTipoNormal”
vuelve a retumbar en mi cabeza cuando, a las 6:30 de la tarde, de ese mismo
domingo 18 de enero, con una hermosa luz de atardecer, voy al
supermercado De Cándido y me enfrento con lo que queda de lo que en su día fue
un inmenso supermercado, dos pisos llenos de productos de diferentes marcas y
tipos, con anaqueles hasta el tope de mercancía.
Lo que
encuentro es un espacio semi vacío. Deteriorado. Dos pasillos con anaqueles
llenos de pasta pero no una variedad de pastas. No. Tres pasillos en los que lo
único que se ve en los estantes son paquetes de “coditos” y fetuccini de
medio kilo. Todos de una misma marca. Eso es lo que hay.
La mitad de los
anaqueles están vacíos. En los que hay productos, hay un solo tipo repetido
hasta el hartazgo. Como el jugo ese que se ve en la foto. Los tomates
están a 200 bolívares el kilo. La cebolla a 140 y el pimentón a 120. Hay un
solo tipo de arroz, uno condimentado con ajo y que cuesta más de 50 el kilo.
Las neveras se encuentran tan vacías como la segunda planta del local donde en
la antigüedad, en la Venezuela de la denostada cuarta, uno conseguía champú,
pasta dental, desodorantes, cremas para el cuerpo… cosméticos y productos de
limpieza de la marca, tipo, olor y presentación que uno necesitara o quisiera.
Ahora es un espacio inutilizado.
En el estante
de la pasta dental, veo un empaque azul y rojo con unos jeroglíficos que no
logro descifrar. Le doy vuelta y es la crema “Colgate” de toda la vida sólo que
ésta es Tailandesa y viene con caracteres chinos y árabes, creo. Permiten 3 por
persona. No hay leche de ningún tipo, ni harina de trigo, ni harina de maíz, ni
papel tualé, ni… P
La depresión si
no la racionan. Esa es libre y a borbotones.
Meto en el
carro de la compra lo que voy consiguiendo tratando de obviar el deterioro y la
escasez. En los anaqueles hay residuos de productos que la gente ha roto y
riega por todos lados sin que nadie los limpie. Hay envases vacíos puestos en
los estantes -muestra de que la gente consumió el producto allí y se fue sin
pagarlo-. El piso es una guillotina porque los paquetes de arroz se rompieron y
el grano rodó por todo el pasillo.
En la parte de
alimentos para mascotas solo hay Dog Chow y Gatsy, de Purina, y, como
una ironía, Dog Gourmet de Empresas Polar. Nada que ver con la
variedad de productos que encontrábamos anteriormente. Lo que antaño era
abundancia, hogaño es un peladero.
Al pasar por
ese anaquel y ver que es uno de los pocos que está a medio llenar, recuerdo que
los jerarcas del régimen, desde el difunto Chávez hasta Nicolás, siempre han
manipulado a la gente recordándoles que en la cuarta “los pobres comían Perrarina“.
Veo la escasez de comida y los precios del alimento para animales y pienso: “En
la quinta los ricos comerán Perrarina; los pobres comerán mierda”.
Ya en caja, una
media hora para pagar a pesar de que no hay casi gente en cola. Unas 6 personas
antes de mí pero igual la fila no se mueve y el sistema es lento. Una chica se
asombra de la poca gente que hay en el supermercado y comenta:
-Qué raro que
esto no está lleno de bachaqueros.
-Porque no hay
nada. Le digo.
Un muchacho que
va delante de mí en la cola, le pide a la cajera que le facture un paquete de
azúcar.
-Para el azúcar
tiene que pasar a registrar su huella por la fila de la captahuellas.
El joven, muy
clase media él, mira a la cajera y le dice:
-Entonces no
llevo el azúcar porque por principios me niego a pasar por la captahuellas.
Paga los
productos que lleva y sigue. Se van sin su azúcar. Quien viene detrás de él en
la cola es un chico más joven aún. Tiene en la mano un paquete de galletas
María, una pasta dental -de la tailandesa- y un refresco. La cajera le factura
las galletas y el refresco y le dice:
-Para poder
llevar la pasta dental tiene que comprar más de 500 bolívares.
Le digo que yo
la compro pero el chico me dice que no tiene efectivo para pagármela. Se va,
luego de más de media hora de cola, sin su pasta dental.
Mi turno en la
caja. La chica factura los productos que llevo en el carro y me pregunta
si voy a llevar de losproductos que hay regulados: Aceite de soya, desodorante
y azúcar. Estos hay que pagarlos primero y luego ir a retirarlos por otro lado.
Un litro de aceite, un desodorante y un kilo de azúcar por persona. No más. Y
la compra tiene que ser mayor a 500 bolívares.
-Póngame de
todo lo que hay y todo lo que pueda -le digo con frustración-. Vamos a ayudar a
que esa vaina se acabe rápido a ver si pasa algo de una buena vez.
La cajera
sonríe con cierta frustración también y me da la razón. Por el pasillo se
pasean varios Guardias Nacionales Bolivarianos. Ellos son los encargados de
resguardar la seguridad en estas compras que ahora hacemos “TipoNormal”.
Le comento a la
cajera, que ya ha soltado varias risas con mis ocurrencias e ironías, que si la
gente llega a saquear el supermercado sólo encontraran el hierro de las
estructuras del local para venderlo al chatarrero porque comida qué saquear no
hay. Ella ríe y me dice “Pa’que sepáis”.
Pago. Me
despido tratando de disimular la depresión y la pena que todo eso me ha
producido, el bajón del “#CompreTipoNormal”, la rabia devenida en tristeza, y
me voy a casa con la sensación de que ya el futuro nos alcanzó. Soylent Green está
aquí. Falta saber qué haremos ahora.
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