Por Ewald Schanferberg, 18/01/2014
Una tormenta perfecta se cierne sobre el Gobierno de Nicolás Maduro,
el sucesor designado por Hugo Chávez poco antes de morir y ratificado en las
urnas como presidente de Venezuela en abril de 2013. Todo lo que antes le era
favorable a las autoridades de Caracas ahora parece haberse vuelto en su
contra.
La mala racha del bolivarianismo se concreta en las largas filas que se forman para entrar a tiendas de
alimentación y supermercados, por lo general, desprovistos de productos básicos
de la canasta diaria, como leche, carne, papel higiénico, detergentes o harina
de maíz.
“La culpa de las colas la tiene la derecha”, diagnosticó el pasado
miércoles el presidente de la Asamblea Nacional y número dos del chavismo,
Diosdado Cabello. Dos días más tarde, el diputado del oficialismo Julio César
Chávez denunció que Estados Unidos había enviado “expertos en doctrina de colapso económico” para comandar la “guerra económica” que,
según la jerga gubernamental, la revolución libra.
Pero las dificultades se multiplican con otra guerra, la del petróleo,
que el Gobierno atribuye a una estrategia de Estados Unidos para quebrar a
Rusia y, asegura Maduro, “darle con el codo a Venezuela”. Desde junio hasta
ahora, el precio medio del barril de petróleo —así como las divisas que
reporta— ha caído el 60%. Al final de la semana el crudo venezolano se cotizaba,
por primera vez desde 2008, por debajo de los 40 dólares por barril.
Los mercados perciben que el riesgo de que Venezuela
—poseedora de las mayores reservas de petróleo en el mundo— deje de pagar sus
compromisos externos va en aumento. La agencia Moody's rebajó la categoría de
la deuda venezolana al nivel de “alto riesgo”, lo que encarece el
financiamiento externo del país.
El presidente Maduro inició el año con una gira de 14 días por Rusia, China y cuatro naciones de
la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que concluyó este
sábado sin resultados visibles ni en términos de estabilidad de los precios
petroleros, ni en captación de dinero fresco para Venezuela.
Pero también en el plano internacional, el país enfrenta un reto
empinado y novedoso. Desprovista de la palanca petrolera como argumento
diplomático, al mismo tiempo le falla el apoyo cubano. El régimen castrista
luce más concentrado en buscarse su propia suerte y prepararse para un futuro
sin subsidios de petróleo venezolano. La Habana negocia el restablecimiento de relaciones con
Washington mientras se esmera en dar muestras de distensión con los resultados
de las rondas de paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FARC), que se realizan en la capital cubana. Venezuela
participa en el proceso como país acompañante pero con un papel casi
ceremonial.
La incertidumbre, el miedo a la inseguridad y la carestía imponen unos
rigores a la subsistencia diaria que, de tan intolerables, alimentan en las
calles de las ciudades venezolanas la sensación de que algo decisivo va a
pasar.
El propio oficialismo comparte esa percepción. “Si se prende el peo,
con Maduro me resteo”, coreaban el miércoles pasado en Caracas los asistentes a
una discreta concentración en apoyo de la gira de Maduro. La consigna quiere
decir que, si se producen disturbios, sus seguidores están dispuestos a
sacrificarse por él.
El pasado lunes, el think tank Stratfor se hizo eco en un informe de
los rumores acerca de una conspiración encabezada por militares y sectores del
chavismo para desalojar a Maduro del poder.
Ciertamente, los tiempos de vacas flacas han puesto de relieve las
fracturas internas del oficialismo, desacuerdos que antes el liderazgo de
Chávez era capaz de atajar. Por la izquierda, facciones como Marea Socialista
—la más visible entre sus críticos— acusan al presidente de desvirtuar la
revolución. Por la derecha, los grupos de tecnócratas y militares que tienen a Diosdado
Cabello como su potencial representante, apenas ocultan sus dudas sobre la
capacidad de Maduro para gestionar una situación que ya va adquiriendo tintes
de crisis humanitaria y que fácilmente puede derivar en desórdenes públicos.
Las disputas intestinas del chavismo paralizan al Gobierno, que se ha
inhibido por falta de apoyo político de adoptar medidas económicasque se llegaron a anunciar, como
la modificación del intrincado régimen de control de cambios de divisas, o el
llamado “sacudón” que Maduro planteó en el primer semestre de 2014 para hacer
más eficiente la gestión del aparato del Estado.
Así las cosas, el Gobierno enfrenta una prueba que pone en riesgo
inminente la continuidad del régimen iniciado en 1999. Sobre los peligros del
momento alertaba el viernes en su cuenta de Twitter Luis Vicente León,
un reconocido analista y presidente de una empresa de estudios de opinión: “Se
equivocan quienes creen que este es momento para provocar acciones tendentes a
desequilibrar al Gobierno. Eso sólo conduciría a la anarquía”.
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