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martes, 20 de enero de 2015

¿Poner la torta o sacar la torta? Gastronomía aplicada a la política, @olgak26


Por Olga K, 20/01/2015

Aun los asuntos más espinosos pueden ser explicados con ejemplos fáciles y hacerlos comprensibles a los duros de entendederas o a los porfiados vocacionales. Muchos andamos en eso: que unos y otros lleguen, tan indoloramente como sea posible, a ese iluminado ¡ah… ahora sí entendí!

Por eso los ejemplos vinculados con la comida nos permiten ese lenguaje universal que todos manejamos. Al fin y al cabo, “los tres golpes diarios” determinan buena parte de nuestro día a día.

Dicho esto, volvamos al título de esta nota y su metáfora.

En nuestro país “poner la torta” es una fórmula de expresión para describir una equivocación, una pifia. Cuando decimos que alguien “puso la torta”, ¡la puso!. No caben medias tintas. No hay atenuantes. Es una afirmación rotunda.

Ahora relacionémoslo desde el punto de vista culinario.

Las tortas, como todo en la cocina, además de los ingredientes, la correcta mezcla, y las proporciones adecuadas, requieren de un tiempo de cocción. Un tiempo preciso y exacto que no depende de la voluntad del chef –por bueno que éste sea o diga ser- sino de lo que demanda el platillo y sus ingredientes. Ni chef ni comensales, por quererla comer más rápido, pueden eludir esos 60 minutos que debe pasar en el horno antes de servirla. Y aun transcurridos esos 60 minutos, igual el chef con estrella Michelin como la vecina, deben hacer la humilde pero infalible prueba del palillo: esto es, verificar ANTES de sacarla, que la masa ya no se pegue y el palillo salga limpiecito, señal inequívoca que el manjar, al fin, está a punto.

Querer apresurar el proceso por glotonería adelantada trae como consecuencia que la masa quede cruda, que el esponjado de las claras bien batidas se espiche y que termine usted con un dolor de barriga nada envidiable si, aun así, crudo, decide comérselo… o le quieren forzar a que lo haga.

Exactamente es lo que ocurrió en nuestro país.

Hace un año, un sector aquejado de glotonería voluntarista en lugar de esperar para sacar la torta del horno, “puso la torta”, que no es lo mismo. Intentaron comérsela y hacérnosla comer a juro antes de que el fuego hiciera su tarea. En lugar de ofrecer el exquisito postre -la torta- lo que hicieron fue ponerla. Con mas malacrianza que responsabilidad, quisieron apurar lo que aun faltaba por fraguar y se equivocaron. Estrepitosamente. Trágicamente.

Por eso estas líneas- culinariamente didácticas- van para los que dicen “Capriles rectificó”. ¿Rectificó? Nahhh… No-no-no… no se confundan y tampoco quieran confundir.

Capriles no rectificó. Se mantuvo vertical en su discurso y las pruebas están ahí. A diferencia de los que quisieron forzar la situación, se atuvo a la prueba del palillo. Hace un año, la masa no estaba lista porque le faltaba tiempo y fuego.

Ese fuego que, como tenía que ser, ha sido procurado por el torpe gobierno con sus errores subiendo la temperatura: fuego quemando en las colas que afectan a todos, fuego a la angustia de verse sin pañales y sin detergente, sin café y sin pollo.

Y tan importante como lo anterior, hace un año, sobre todo faltaba que, aun los que decían quererlo, reconocieran que ese platillo llamado “socialismo del Siglo XXI” solo era indigestión y cólicos, su consumo sólo trajo retortijones de frustración, de agravios, de pérdidas, de humillaciones, de carencias y de engaños.

Eso tenía que llegar a su debido tiempo.

El Voluntarismo- entendido como asumir que algo es cierto o falso basándose simplemente en el deseo que lo sea,- no lo entendió y por eso no funcionó. No funciona. Ni para el gobierno con su estrellado proyecto, ni para el sector de la oposición que quiso jugarse esa baza a destiempo.

En 2014 no funcionó el voluntarismo ni los cocineros que lo propulsaron.

Si alguna rectificación debe haber – y yo no estoy segura que la haya- es la de los que lo promovieron e intentaron enfermarnos a todos con platos incomibles.

La “torta” que pusieron y nos quisieron embutir en 2014 estaba cruda. Tan cruda que la indigestión que provocó puso preso a Leopoldo, mató a 45 personas, más de 3.000 vivieron cárcel, perdimos alcaldes y desaforaron a Ma. Corina.

Pero, y de ahí mi duda, impenitentes, siguen indigestando con Constituyentes inviables en cuya “preparación” han desperdiciado recursos, tiempo y jugado con la buena fe de las gentes, con congresos ciudadanos sin otro saldo que hablar con y entre convencidos.

Tenemos empacho y hartazgo de glotonería voluntarista. Venga del gobierno o de la oposición.

Hoy, un año después, lágrimas y puntadas después, otros menos atorados y más realistas, nos vuelven a llamar a la mesa.

Yo acudiré al llamado porque tengo hambre de libertad, de justicia, de cordura, de ver que en mi país se reparen los daños que se le han hecho. Pero no de cualquier manera y menos por un ratico. No me interesa comer un día y volver a penar de esta misma hambre una semana después, un mes después. Quiero mis 3 golpes diarios por mucho, mucho tiempo.

¿Entienden ahora que no es lo mismo “poner la torta”… que sacarla del horno cuando está a punto y citarnos al convite sanador?

Esa es la invitación que se nos está haciendo. La mesa está servida y esta vez la invitación no excluye a nadie.

A los chefs, por sus platillos los reconoceréis.

Conocemos los del “socialismo del Siglo XXI” y también conocimos los del voluntarismo. Ambos resultaron intragables, e indigestos.

A estas alturas, de los que se presentan como chef, ya sabemos quién conoce el oficio y lo respeta y quiénes, queriendo serlo, se han equivocado en el desempeño y no dominan el arte político/culinario. Hasta que aprendan, les toca seguir siendo pinches.

Queremos a los que nos sirvan torta, no a los que la ponen. Mis cubiertos están prestos y mi hambre intacta. Esta invitación será debidamente honrada.

Ahora sí, ¿ya se entendió?


Olga K

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