Fernando Mires 14 de julio de 2015
Como no soy experto en economía revisé,
antes del referendo llamado por Tsipras, las opiniones de destacados
economistas. Joseph Stigglit, Premio Nobel de Economía 2001 y Paul Krugman
Premio Nobel 2008 se pronunciaron por el NO. Thomas Piketty, sospechoso próximo
Premio Nobel, no dijo ni sí ni no. Christopher Pissarides, Premio Nobel 2010,
estaba por el SI.
Dicho sinceramente, me pareció asistir a
otra versión de la larga polémica entre escuelas distribucionistas y
ahorristas. O si se quiere, a otro round de la pelea entre keynesianos y
friedmanianos.
Tanto el distribucionismo como el
ahorrismo tienen equivalentes políticos. Los partidos socialdemócratas y otros
similares son considerados distribucionistas clásicos. A la inversa, los
conservadores son vistos como ahorristas.
No obstante, la experiencia enseña que
bajo determinadas condiciones, ambas escuelas pueden tener razón. Así como en
la vida histórica de una nación hay tiempos de guerra y otros de paz, en la
vida económica hay tiempos de distribución (inversión social) y tiempos de
ahorro (acumulación de capital). Ningún tiempo puede prescindir del otro. Sin
capitalización no hay inversión y sin inversión no hay capitalización: un
simple ABC.
Por cierto, la combinación ideal es que
durante el tiempo de la distribución (o de expansión del capital) un gobierno
sea dirigido por partidos sociales y durante los de acumulación (o de
contracción del capital) las responsabilidades recaigan en políticos
conservadores. Mas, no siempre es así.
No obstante, la mayoría de los partidos
socialistas europeos ha aprendido a llevar a cabo políticas ahorrativas del
mismo modo como los ahorrativistas ya no hacen asco a las políticas sociales.
Ángela Merkel, para poner un ejemplo, fue durante su primer periodo una
ahorrativista radical hasta el punto de que no pocos decían que ella era la
versión alemana de Margaret Thatcher. Hoy los conservadores afirman que ella es
una socialista disfrazada de socialcristiana. Ni lo uno ni lo otro. Merkel es
una política cien por ciento pragmática. Quizás demasiado pragmática.
Sin embargo, de lo que no se ha dado
cuenta ningún Premio Nobel, es que la crisis griega no tiene nada que ver con
la disputa entre distribucionistas y ahorristas. Grecia ya vivió un largo
periodo distribucionista durante la era del PASOK pero justo en un tiempo en el
cual se imponía la necesidad de implementar medidas ahorristas. Cuando en las
elecciones de 2012 los griegos eligieron la alternativa ahorrista (Nueva
Democracia) la crisis financiera ya había tocado fondo, no había nada que
ahorrar y por lo mismo nada que distribuir.
Pero el Syriza de Tsipras, elegido
después de la previsible debacle del centro político no es ahorrista ni
distribucionista. Detrás de su retórica de ultraizquierda solo se esconde un
partido nacional-populista, radicalmente antieuropeo. No persigue ninguna
estrategia económica y su objetivo es solo mantenerse en el poder a cualquier
precio.
Así se explica que la gran mayoría de
los que votaron NO, no lo hicieron para dar un respaldo a Tsipras en las
negociaciones con la mal llamada “troika” sino, dicho en el lenguaje
ultranacionalista de Syriza, en contra de una “Grecia humillada”. Como en las
elecciones de 2015, Tsipras prometió superar la crisis sin decir como ni cuando
lo hará. Con ese tipo de políticos deben negociar los gobiernos democráticos
europeos. La verdad, es más fácil para un gobierno como el de Colombia negociar
con las FARC que para el gobierno alemán negociar con Syriza.
Lo más peligroso de todo es que Syriza
no es un partido aislado. Cuenta con el apoyo del ultranacionalismo de los
partidos "europeos-antieuropeos". No solo Podemos de España -el
partido que por su retórica de izquierda es el que más se le parece- apoya a
Syriza. Cuenta, además, con el respaldo declarado y abierto de los partidos
ultraderechistas y proto-fascistas de
toda Europa. Algunos, como el eurófobo Nigel Farage del UKIP y la neofascista
Marine Le Pen otorgaron un apoyo total a Tsipras, apoyo al cual se sumó, por
supuesto, Vladimir Putin.
Particularmente agresiva se mostró la Le Pen en una entrevista
concedida a El País el 12.07.2015. No solo saludó al triunfo del NO en Grecia.
Ese NO fue considerado por ella como un
eslabón de una larga lucha nacionalista en contra de la que llama “oligarquía
europea” (sinónimo de la troika deTsipras)
A pesar de todo, el día 13. 07. 2015 los
europeos amanecieron optimistas. Al fin, tras largas y duras discusiones fue
logrado un acuerdo entre Grecia y sus acreedores. Para los que piensan que la
discusión solo tenía un tenor económico, dicho optimismo está plenamente
justificado. Para los que en cambio pensamos que el tema de la deuda griega es
solo la punta de un iceberg muy profundo, ese optimismo no tiene ninguna razon
de ser.
El verdadero problema fue que durante la
crisis tuvo lugar la formación de una amplia coalición eurofóbica entre
partidos de ultraizquierda y ultraderecha, todos en contra de la idea de una
Europa Unida y de los valores políticos que ella representa. Esa coalición demostró a su vez que lo que
está en juego, más allá de las negociaciones entre acreedores y dedudores, no
es solo la estabilidad del Euro. Lo que está en juego es la integridad política
de Europa. De una Europa que, después de todo, es mucho más importante que el
Euro.

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