FÉLIX PALAZZI sábado 4 de
julio de 2015
@felixpalazzi
La realidad que afrontamos hace cada vez
más difícil hablar de la reconciliación y su necesidad como horizonte que
ilumine los pasos para reconstruir la democracia. Una de las causas de este
desinterés se debe a que comúnmente suele ser asociada con un acto de perdón
que olvida y entierra el pasado. Otra está en que muchos interpretan a la
reconciliación como un pacto entre grupos que deriva de un proceso cerrado de
negociación y equilibrio en el poder. Durante años la "lógica
militar" ha predominado sobre la "civil". Desde una lógica
militar es imposible hablar de reconciliación. A lo sumo se podrá proponer una
"tregua", "pacto", "armisticio" o
"alianza". Por ello, urge rescatar el lenguaje "civil" y
comenzar a sanar el tejido sociocultural para recuperar la institucionalidad
democrática.
Muchos son los factores que han hecho de
las redes sociales los medios más efectivos y eficaces para comunicar una
noticia, un suceso, una protesta o una simple opinión. Aunque en muchos casos
se expresan ideas acertadas, en otros se llega a difundir, incluso viralmente,
una percepción falsa y generalizada de la realidad a través del uso de ciertas
palabras o frases que se van repitiendo y con las que juzgamos a todo un
colectivo de personas o a nuestra propia situación. Esto puede ser apreciado
cuando decimos: "por eso estamos como estamos", "ellos son
así", "nada sirve".
En este marco, ¿es posible la reconciliación?
Una sociedad tan dividida y fracturada como la nuestra debe comprender que la
reconciliación es el único camino para construir un futuro en el que podamos
convivir "todos". Pero la reconciliación no significa encubrir las
injusticias o hacer un pacto secreto con el fin de negociar privilegios o
espacios de poder. Ella necesita del empeño real por buscar la verdad en lo que
acontece y su fin no es otro que el sanar lo que ha sido usado para dividirnos
y enfrentarnos. Recordaba Juan Pablo II que "el perdón, lejos de excluir
la búsqueda de la verdad, la exige. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo
posible, reparado".
Buscar la verdad y exponerla requiere de
un alto coraje político. Por ello, no puede ser una tarea únicamente confiada a
los partidos políticos. Necesita de un esfuerzo plural e imparcial, libre de
toda interferencia ideológica. De otro modo no lograremos corregir todo aquello
que necesitamos como país.
La reconciliación no significa anular la
justicia. Como decía Juan Pablo II: "es obvio que una exigencia tan grande
de perdonar no anula las exigencias objetivas de la justicia. La justicia
rectamente entendida constituye, por así decirlo, la finalidad del perdón. En
ningún pasaje del mensaje evangélico el perdón, y ni siquiera la misericordia
como su fuente, significan indulgencia para con el mal, para con el escándalo,
la injuria, el ultraje cometido. En todo caso, la reparación del mal o del
escándalo, el resarcimiento por la injuria, la satisfacción del ultraje son
condición del perdón".
Un proceso de reconciliación que
signifique la inmunidad para los responsables de las violaciones de los
derechos humanos sería un proceso viciado desde su inicio y carente de toda
credibilidad. El ejercicio de la justicia forma parte de todo proceso de
reconciliación, aunque la justicia en sí misma no es suficiente. Es errado
pensar que porque hagamos justicia en algunos casos específicos alcancemos
reconciliar a toda la sociedad. Se necesita la firme convicción de esta
urgencia de reconciliar a todo un pueblo, a una sociedad dividida y educarla
para el perdón. Hay que entender que debemos construir el futuro, pero no a
pesar de nuestra realidad, sino en y desde ella.
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
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